Pocos espacios tan glorificados como el bar del Ritz de París, testigo y protagonista de la historia, con bármanes inolvidables Leer
Pocos espacios tan glorificados como el bar del Ritz de París, testigo y protagonista de la historia, con bármanes inolvidables Leer
Imposible imaginar París sin su Ritz. Imposible no hacer un hueco al Hemingway en esta serie dedicada a bares de hotel donde citarse por un rato con la inmortalidad. En el selecto club, este pequeño joyero parisino ocupa posición de honor.. El mismo hotel, abierto en 1898 en una esquina de la Place Vendôme, acumula sobrada literatura. Tras la serenidad exterior, vivió en los años 20 su edad de oro a ritmo de charlestón, empapado en champán. Cómo no iba a ser el hotel de Scott Fitzgerald. La actualidad del Ritz Paris pasa, como tantos de su clase, por asimilar la contemporaneidad sin que la decadencia lo marchite. Las flores siguen frescas, las alfombras se resisten a desgastarse y las escalinatas conducen a unas suites que preservan un subyugante clasicismo.. Del bar podría cuestionarse que fuera precisamente Hemingway el elegido para hacerlo trascender. Demasiados bares por el mundo llevan el nombre del macho alfa del bebercio, mitificado hasta exasperar. En este hotel cumple como cliente con no pocas fantasmadas: «Supuestamente intentó rescatarlo de los alemanes en 1944 y se tomó nada menos que 51 martinis para celebrar la liberación de París». Esto escribe Alia Akkam en su libro Behind the Bar, ya mencionado en nuestra anterior entrega. La periodista de viajes habla de este bar de hotel como el más conocido del mundo: «Solo hay 35 asientos y noche tras noche bebedores impacientes esperan gustosos para ocupar uno».. Tras la cola, entrada a una atmósfera atemporal. Sin música, forrado de moqueta verde y madera de roble, el bar es un catálogo de memorabilia a mayor gloria del escritor de Illinois: fotos y portadas, cartas manuscritas, la máquina de escribir, detalles navales y hasta un marlín. Qué diría nuestro hombre si viera que al frente está una mujer, Anne-Sophie Prestail, discípula de Colin Field, el barman inglés ya jubilado que de 1994 a 2024 sostuvo la leyenda. «Durante más de 30 años, quizás el único barman en hacer cócteles de altísima calidad en un cinco estrellas gran lujo a nivel europeo», afirma el experto en coctelería François Monti. La propia Akkam cita el Clean Martini y el célebre Serendipity, con calvados, zumo de manzana, champán y menta fresca, como creaciones de Field todavía vigentes.. Detalle del Bar Hemingway del Hotel Ritz de París.MUNDO. «Es un hotel que abre a finales del siglo XIX», analiza Monti, «pero no cuenta con una coctelería digna hasta los años 20, cuando contratan a Frank Meier». Es precisamente la vida de este misterioso austríaco al frente del bar del Ritz durante la ocupación nazi la que le sirvió a Phillippe Collin para escribir su exitosa novela El barman del Ritz (Galaxia Gutenberg, 2025). «En el bar de un gran hotel puedes observar a gente que nunca conocerías en ningún otro lugar», nos cuenta el autor. «Es fascinante, una experiencia social. Además, el tiempo se detiene, es un pequeño instante de eternidad, hay que saber saborearlo». Considera único al bar Hemingway, su lugar favorito: «Ha cambiado mucho en el último siglo, al igual que la sociedad, y eso es bueno. Cuando nada cambia, uno se seca. Quizá sea menos mitológico hoy pero Ann-Sophie es perfecta». Añade que hay algo esencial que se ha mantenido igual: «Te reciben con amabilidad y una sonrisa. Es diferente de otros palacios parisinos donde te sientes aplastado por cierta arrogancia».. Las mujeres ahora reciben una rosa con su cóctel, mientras en los primeros tiempos, permanecían separadas en el salón de té, justo a donde se desplazó en 1994 el actual bar. «La fortaleza de Frank Meier», como se la describe en el libro, fue diseñada según el modelo estadounidense, solo para hombres. Como «búnker del glamur», el Ritz siguió abierto cuando Francia se disolvía «como un terrón de azúcar en un vaso de absenta». Fueron 1.533 noches convertido el hotel en guarida de los boches y a la vez reducto para la disipación de los últimos díscolos como Cocteau. En ese «teatro de máscaras» se desenvolvió Meier, judío askenazi hijo de obreros polacos, antiguo combatiente de la Legión Extranjera, un superviviente con bigotillo y uniforme impecable que se curtió en el alocado Nueva York de la Hollman House a la sombra de Charley S. Mahoney. Cuando llevó su arte a Europa entró en el Ritz en 1921. Una década después su bar era un hervidero de dandis, herederos, artistas y diplomáticos, de Churchill a Joséphine Baker, del duque de Windsor o Cole Porter.. No se conservan las mismas boiseries de caoba pero queda en el Hemingway el recuerdo de aquel hombre escurridizo en forma de Sidecar, atribuido a él (o a Harry MacElhone), aunque debió salir de algún club de Londres. El primer «cóctel más caro del mundo», con Cointreau, limón fresco y coñac prefiloxérico Grande Champagne de 1834, cuesta 1.500 euros, si no el doble en función de la dosis. Sí están bien documentados los cócteles que riegan el libro de Collin. Contó con la inestimable ayuda de Field y del propio Meier, aunque este muriera en 1947 ya fuera del Ritz en circunstancias desconocidas, gracias a su recetario The Artistry of Mixing Drinks, publicado en 1934. El Royal, el Golden Clipper, el American Beauty, el Siegfried, el Happy Honey o el Frank’s Special, con vermut, gin y gotas de licor de melocotón, se acumulan entre dry martinis, uniformes alemanes y más burbujas. «Hay que saber que es inútil cambiar las cosas y, sin embargo, hemos de estar dispuestos a hacerlo», le dijo Fitzgerald, su bebedor de ginebra más querido, antes de abandonar para siempre París en 1938. Quien regresó a tiempo para brindar fue Papa Hemingway, a una cuidad ya liberada y a un bar que, como llegó a confesar, siempre fue su paraíso.
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