Relato inédito de Elisa Victoria de la serie de cuentos de verano de LA LECTURA Leer
Relato inédito de Elisa Victoria de la serie de cuentos de verano de LA LECTURA Leer
Ahora tengo, con suerte, un día de vacaciones, ir y venir de algún sitio, una miseria que apenas me puedo permitir y que si se alarga se pudre. Pero hace mucho, durante la minoría de edad, llegué a tener diez e incluso quince. De pequeña lo aceptaba y exploraba los lugares con algo de temor pero todavía curiosidad. De vacaciones, en el sentido de la inactividad estudiantil, tenía tres meses. Las vacaciones como parte de un viaje recreativo ocupaban menos peroen teoría eran la estrella del verano. Nunca me encantaron.. Prefería el territorio conocido, sin sorpresas. Las sorpresas las cargaba el diablo. Nuevas amenazas, nuevos sustos. Me gustaba deambular sola, que no me empujaran a establecer contacto social, que mi familia no diera el cante. A medida que crecía los días iban cundiendo menos. Enfurruñada, de brazos cruzados, comiendo sin ganas con la ropa puesta, sólo mojada por mi propio sudor, obligada a formar parte de la escena por la familia. Pronto entendí que quedarme sola en casa siete, diez, quince días fomentaba todo lo que sí me gustaba a mí. Deambular sola, no establecer contacto, ninguna familia dando el cante, un gran sueño adolescente cuyo precio era perder la cabeza por el aislamiento. Me compensaba. A partir de los dieciséis años no se me pudo obligar más. Pero a los quince, justo antes de acordar este negocio y desertar, tuvieron lugar mis últimas vacaciones en familia. Y de entonces guardo una cosa.. Estábamos en una casita adosada desde cuyo primer piso, si mirabas a la derecha, se veía el mar. A mí me atraía la playa pero no de día. De día se te veía el cuerpo, mi madre entablaba conversación a gritos con cualquiera y si ese cualquiera le daba coba entonces ponía cara de asco; como si la interacción no hubiera estado provocada por ella, y se entretenía echando las horas quejándose de tal o cual plasta con el que no recordaba haber empezado a hablar. El hobby de mi tío era contar mentiras pedantes, fumar con el pecho quemado y rechazar con apasionado convencimiento cualquier tipo de producto cosmético, especialmente si implicaba protección para el sol o ingredientes reparadores para después del sol. Le recordaban a su ex mujer.. Mi prima la mayor, su hija, hacía como que no escuchaba las palabras de desdén hacia su madre y parecía pagar conmigo la incomodidad de su situación. Se avergonzaba de cómo me quedaba el bikini mirándome de arriba abajo con una mueca de desaprobación y me daba esquinazo incluso cuando le suplicaban que me llevara con ella a alguna parte, aunque fuese al kiosco que estaba a cincuenta metros. Tras resistirse unos minutos aceptaba de mala gana y a los dos pasos echaba a correr para saludar a cualquier joven de su edad que se le cruzara en el horizonte, lo que fuera con tal de dejarme tirada en el abrasador camino hasta los céntimos de chucherías que sólo me habían hecho ilusión porque ella me acompañaba.. Se acostaban tarde pero yo era paciente.. Alrededor de las nueve, habiendo puesto la mesa muy diligente, me subí a mirar el ocaso desde la ventana y vi llegar mi tiempo. A las nueve y media unos vecinos encendieron un enorme foco blanco para iluminarse durante la cena. Su potencia cegadora me crispó. A mucha gente lo que le crispa es comer sin ver bien la comida. De pequeña me pasaba. Parece más seguro e incluso más elegante, menos pobre. Lo comprendí pero comprenderlo no alivió mi crispación.. Nuestra sobremesa fue larga y la suya también. Las dos, las tres, las cuatro. El foco seguía encendido. Desde mi ángulo no podía verles pero escuchaba la conversación y me imaginaba unas risas muy iluminadas. Eran por lo menos seis, aunque parecían más. En nuestra casita éramos cuatro pero parecíamos menos. En los dos sitios se acostó la gente más o menos a la vez. Se apagó el foco, se callaron las voces. Mi paciencia dio fruto. El fin del fogonazo me permitió ver con claridad el mar a menos de un kilómetro, las olas moviéndose negras bajo la luna. Lo miré con alivio hasta que se hizo de día y luego dormí mientras los miembros de mi familia pasaban la mañana en la playa. Pasé las horas de la tarde sin hacer nada, como esperando algo. La noche, me dije, espero a que se haga de noche. Pero para qué. ¿Para que se calle todo el mundo? Cuando fueron las nueve y media, supe que había estado esperando al foco. Mi madre se acostó más temprano y se quejó de su presencia. ¿Qué coño es esto, qué se han creído esos paletos, que estamos en un estadio de fútbol?. A la cuarta noche para mí en el foco sólo había ventajas. Nos quitaba los bichos, iluminaba las buganvillas, era como si la luz se pudiera tocar, como si la luna estuviera más cerca. Me acostumbré a su intensidad y fui capaz de distinguir su efecto sobre la arena, blanca y sinuosa. Mi madre, muy irritable, se cagaba en los muertos. Se planteaba ir a quejarse. Con lo que había costado la dichosa casita adosada a cinco minutos de la playa. Arruinaba el ambiente. Deslumbraba la calle entera. No la dejaba dormir. Yo me callaba y esperaba a que se durmiera, deseando que la luz durara toda la noche.. El sábado se dio el milagro. Eran más de seis, por lo menos diez o doce. Se habían juntado o se habían animado a hablar todos por fin. Tenían música, la música que se esperaría de quienes se sienten cómodos dentro de una luz blanca y atronadora como aquella. Estridente, impoluta, un estribillo detrás de otro. En mi casa maldecían todos. Mi prima se puso un vestido largo y escotado y salió a la una sin despedirse. Al rato la música paró pero la luz siguió. Justo como a mí me gustaba. Mi madre y mi tío habían bebido y se durmieron pronto.. Yo salí de la casa en chanclas a buscar la luz, a verla de cerca. Me puse debajo y quise tocarla. El deseo era irresistible. Me alcé colocando un pie en la base del muro, justo antes de que empezara el seto, y me estiré hacia arriba a punto de perder el equilibrio.Me aterraba que me encontraran así; tenía que ser rápido y limpio como un navajazo. Apenas unos milímetros de luz alcancé a acariciar pero me di por satisfecha. Me estaba mareando, a punto de caerme. Al aterrizar de nuevo en el suelo los dedos habían tenido contacto con un tubo inesperado del espacio exterior. Sólo un par de dedos, sólo la punta. Y nadie me había visto. Estaba satisfecha.. Deambulando en los alrededores me dieron las cuatro y media. El chorro arrasaba cientos de metros cuadrados. Yo estudiaba su efecto sobre diferentes materiales y distancias. En algunas rampas lejanas pude adentrarme en su diámetro difuminado, el estómago relleno de estrellas blancas. Glitter, satinado, velvet, holográfico, nácar, shimmer, frosty, metalizado, duocromo, glossy, todos los acabados posibles de una sombra de ojos menos el mate. Estaba fresca, como recién duchada. Las cinco. Llegaba el sonido de los últimos chiringuitos abiertos en la lejanía, pero en la zona de los adosados apenas si se apreciaba algún ronquido fugaz.. Se han quedado dormidos con el foco puesto, concluí finalmente después de un buen rato de enajenación, pronunciando palabras en la cabeza que durante más de una hora no había contenido texto, sólo brillos, texturas y agujeros de gusano. El foco y yo a solas, ya era hora, celebré, y enfilé hacia la playa a buen paso para pisar la arena regada por aquel blanco intenso. Faltaba una zona importante, quizá me había dejado la estrella para el final. Me fui quitando las chanclas por el camino para no desaprovechar ni un segundo. Ya éramos amigas, había confianza. Estaba pálida y fría, casi azulada. De otro planeta. Cómo no, pensé agachada para palpar la arena regada de luz; y de repente, una figura esbelta estaba saliendo del agua. Un extraterrestre, un fantasma, una sirena. Resultaba oportuno pero era consciente de que una cosa es entretenerse un rato con un foco; otra, exponerse a personajes desconocidos en lo más profundo de la madrugada. No era un extraterrestre ni un fantasma ni una sirena. Era mi prima con el vestido mojado. Alivio y amenaza al mismo tiempo. Conocida, familiar, pero siempre gélida y antipática, muerta de pereza a mi lado, como renegando de mí.. Me había visto desde la orilla, en realidad no sabía desde dónde ni desde cuándo. No me evitaba como de costumbre. Se dirigía hacia mí oscilando ligeramente. La purpurina del escote centelleante, como la de dentro de mi estómago, el pelo encrespado por la humedad, los zapatos en la mano. Cuando estuvo cerca me puse nerviosa. Se colocó un dedo en la boca en señal de silencio y me pregunté si me entregaría a un sacrificio ritual, al fondo del mar, a arder en lo más profundo del foco. Me acarició un hombro por encima de la camiseta en actitud fraternal.. -No pasa nada, ¿eh? -susurró frotándome el hombro con algo más de fuerza.. -¿No? No, bueno, claro, no -respondí inquieta.. -No, tú no has visto nada y yo tampoco he visto nada.. -¿De qué?. -Pues de qué va a ser, prima, de la hora que es yo volviendo y tú a saber aquí lo que te traías, peor todavía, le da a tu madre un infarto.. -Ya.. -Así que nada, calladitas y tan amigas, ¿es o no?. -Vale.. Me apretujó contra su cuerpo, no recordaba un movimiento así de su parte desde los seis o siete años. Era un pacto, me estaba comprando a cambio de algo de cariño, pero a mí me convencía el acuerdo. No me invitó a volver con ella, algo que me hubiera agobiado tras tantos intentos fallidos de acompañarla. Me pregunté entonces si le sacaría partido a mi silencio pero me la jugaría en cuanto le conviniese, no sé con qué motivo, alguna extorsión para conseguir doble de postre, algún chantaje. Me parecía bien el pacto pero no las tenía todas conmigo. En el borde de la playa, donde se fundía con el cemento, se inclinó para ponerse los zapatos de esparto y aprovechó para darse la vuelta hacía mí.. No sé si fue porque venía borracha pero se puso de puntillas en todo el centro del foco a contraluz y me tiró un beso, una silueta perfecta de dibujos animados. El pelo agitado por el viento, el brazo levantado, una risita traída por el viento. Me dejó en la arena a las cinco y veinte de la mañana y supe que a su manera ella también era amiga del foco, que estaba de nuestra parte, que seguiría siendo una prima cruel, fría y traicionera, pero que de esto al menos no se iba a chivar.. La pureza, la inocencia y, por oposición, la corrupción y la culpabilidad son los temas centrales de sus libros. Tras dar-se a conocer con Vozdevieja, Elisa Victoria (Sevilla, 1985) se consolidó con otras dos novelas, El evangelio y Otaberra, todas publicadas por Blackie Books y traducidas a varios idiomas. Además de escribir, confiesa que le encantan los cómics, la música electrónica y los juguetes antiguos.
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