El 22 de diciembre de 1975, un Boeing 707 de TWA se estrelló en el aeropuerto italiano tras un error del piloto, que intentó aterrizar pese a la intensa niebla y las advertencias de la torre de control Leer
El 22 de diciembre de 1975, un Boeing 707 de TWA se estrelló en el aeropuerto italiano tras un error del piloto, que intentó aterrizar pese a la intensa niebla y las advertencias de la torre de control Leer
A las 11:29 de la mañana del 22 de diciembre de 1975, un Boeing 707 de la compañía estadounidense TWA se estrelló durante un intento de aterrizaje en el aeropuerto de Milán-Malpensa, procedente de Nueva York. La espesa niebla cubría completamente la pista y el avión, el vuelo TWA 842, se partío en dos tras tocar tierra. A bordo viajaban 125 pasajeros y nueve miembros de la tripulación. Contra todo pronóstico, todos sobrevivieron, y, entre ellos, el tenor Luciano Pavarotti.. El impacto se produjo en medio de una intensa bruma, y lo primero que se oyó fue un estruendo seco, seguido de un silbido metálico. Fragmentos del fuselaje, piezas del tren de aterrizaje y restos de los motores quedaron esparcidos en el césped que rodea el aeropuerto. Los equipos de rescate, desorientados por la falta de visibilidad, tardaron unos quince minutos en localizar los restos del aparato. Lo que encontraeron fueron dos secciones del fuselaje abiertas como un libro a la altura de la sección de primera clase. El avión debía aterrizar en la pista uno, pero erró por unos setenta metros.. Dentro del aparato reinaba el desconcierto. Algunos pasajeros gritaban, otros permanecieron en silencio, intentando asimilar que seguían con vida. En clase turista, cerca del ala, un hombre se cubría los oídos con las manos y se palpaba la garganta, con angustia, temiendo por su voz. Era Luciano Pavarotti, que regresaba a Italia tras una gira en Estados Unidos. También él había sobrevivido.. La tensión inicial de los rescatistas estuvo marcada por un precedente trágico,el recuerdo del vuelo TWA 891, que en 1959 se estrelló no lejos de allí causando 69 muertos. Esta vez, sin embargo, el balance es radicalmente distinto. Veinticinco personas resultaron heridas —ninguna de gravedad extrema— y fueron trasladadas al hospital de Gallarate. El primer oficial, Edward Shuster, fue el más afectado, mientras que el comandante, Charles Watkins, resultó ileso.. Pronto surgieron las acusaciones. Varios supervivientes señalaron directamente al piloto, que decidió intentar el aterrizaje pese a las advertencias de la torre de control. La visibilidad era de apenas 150 metros y Malpensa estaba prácticamente paralizada. Watkins era el único comandante que aquella mañana se atrevía a intentarlo. Tras un primer intento fallido, decidió probar de nuevo, esta vez sin asistencia por radar, confiando únicamente en su experiencia.. El avión aterrizó en diagonal, a unos 250 kilómetros por hora. Tocó primero con el morro, luego con el fuselaje, y acabó deslizándose por el terreno blando fuera de la pista. Esa circunstancia —junto con la ausencia de obstáculos y la falta de fricción con el asfalto— evitó un incendio y una tragedia mayor.. Las investigaciones posteriores, llevadas a cabo por el Ministerio de Transportes italiano, por la propia TWA y por el tribunal de Gallarate, coincidieron de forma unánime en que la causa del accidente fue un error de pilotaje. Watkins sería despedido poco después.. Para algunos pasajeros, las consecuencias no terminaron allí. Tres de ellos demandaron a la aerolínea por daños físicos permanentes. Uno alegó un grave traumatismo interno y otros dos, pérdida de audición. Uno de estos últimos era Luciano Pavarotti.. El tenor sostuvo haber sufrido daños auditivos en uno de sus oídos, un problema serio para un cantante de ópera. Exigió una indemnización de 1.000 millones de liras. TWA rechazó la cifra y le ofreció apenas cuatro millones. El litigio llegó en 1981 a un tribunal de Kansas, donde la defensa de la aerolínea sostuvo que el daño era mínimo y, de forma sorprendente, llegó a argumentar que el accidente había devuelto al artista las ganas de vivir.. Finalmente, el conflicto se resolvió mediante un acuerdo extrajudicial cuya cuantía nunca se hizo pública. Años después, Leone Magiera, pianista y amigo íntimo de Pavarotti, lo resumiría así: «Le pagaron a precio de oro».. El episodio dejó una huella profunda en el tenor, famoso por su superstición. Desde entonces —decían quienes lo conocían— había tres cosas prohibidas en su presencia: derramar sal, pasar bajo una escalera y, sobre todo, hablar de aviones.
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