¿Queda algo por contar de Agnès Varda (Ixelles, 1928-París, 2019), la gran inspiradora de varias generaciones de mujeres cineastas? Sí, y mucho más de lo que ella hubiera querido. Varda controló su imagen toda su existencia, y cuando entró en el siglo XXI, su reconversión gracias a las nuevas tecnologías, su apertura al arte a la vez que aumentaba su pasión por el documental y la gente, aumentó su vigilancia sobre sí misma y su legado. Para bien y para mal, conocemos la Agnès Varda que Varda quiso que viéramos, aunque poco a poco, gracias a algunos documentales y a nuevas publicaciones, ahondamos en su biografía y su obra.. Por eso es tan reseñable la publicación de la primera gran biografía sobre Varda, escrita por la californiana Carrie Rickey el año pasado y que ahora edita en español Circe ediciones. O el estudio, más canónico, de Carlos Tejeda, que aparece en la mítica colección Signo e imagen de Cátedra; vamos, la de los lomos grises (ambos libros aparecen bautizados con el nombre de la cineasta). De repente, en las estanterías cobra importancia una mujer capital para entender mucha parte del cine actual.. Rickey conoció a Varda, pero su biografía no se basa en esos encuentros, sino que ha buceado en estudios, libros previos, entrevistas y declaraciones. Es importante aclarar el detalle, porque en persona Varda era una gran engatusadora. Por eso, hay lagunas de su vida, especialmente de su infancia y adolescencia, que la estudiosa ha sabido rellenar. O, al menos, ha investigado sobre ellas. Lo cual no quiere decir que sea una biógrafa de colmillo largo: Carrie Rickey está a favor de retratada, aunque señala las diversas contradicciones de la artista. En su recorrido cronológico, lo primero que le llama la atención es que Varda nació 11 meses antes y a menos de dos kilómetros —en el mismo municipio, parte del gran Bruselas— de donde lo hizo Audrey Kathleen Ruston, otra belga famosísima, una actriz que se convirtió en estrella con el nombre de Audrey Hepburn: en algún momento pudieron cruzarse en la Avenue Louise, la arteria principal del vecindario.. Como a Hepburn, a Agnès Varda también le marcó en su adolescencia la Segunda Guerra Mundial. En el caso de los Varda, huyeron hasta Francia, donde el entonces pudiente padre de familia se había comprado un barco, el Poppet. Por eso, acabaron en la zona de Vichy, en Sète, puerto donde la joven Agnès conoció a los integrantes de la familia Schlegel, fundamental para su devenir artístico, su crecimiento como persona, el desarrollo de su bisexualidad y su posterior mudanza a París. Ah, y su amor a las playas. Son meses brumosos en las palabras de Varda, aunque sí bien radiografiados en documentales y en el libro de Rickey.. La carrera profesional de Varda comenzó en la fotografía, no estudió cine, y eso le produjo una apertura de miras, otro punto de vista muy alejado del de sus compañeros de la Nouvelle Vague. Con el tiempo, hubo un detalle de la cineasta que llamaría la atención de sus compañeros de viaje: preguntaba mucho y se interesaba de verdad por quien estaba delante de su cámara. Y ese interés, a la par que muestra de su humanidad, podía surgir también de sus años de fotógrafa de encargos. En 1951, y gracias al dinero de su padre, Varda se compró en París, en el barrio de Montparnasse, dos propiedades adyacentes: una era una antigua quesería; la otra, el viejo taller con vivienda de un enmarcador. Entre medias, un callejón, con un patio sin uso. Eran el 86 y el 88 de la rue Daguerre (llamada así por el padre de la fotografía, lo que para la nueva propietaria fue una señal de buena suerte). Allí creó y vivió hasta su muerte la cineasta. Allí cimentó su leyenda.. Varda, subraya Rickey, inició su carrera desde un absoluto desconocimiento de la historia del cine, lo que le permitió dar rienda suelta a su libertad y a su intuición. El libro repasa sus 44 filmes, sus esfuerzos por lograr producir su cine: “Las influencias de mis compañeros de la Nouvelle Vague eran películas. Las mías, cuadros, libros… la vida”. Aprendió de Alain Resnais la brutal importancia del montaje; con Jacques Demy, su pareja de vida, que no hay que aceptar ningún rechazo y crear sin complejos. Con Demy se mudó a California, y allí le rodó una prueba de cámara a un actor que le emocionó y al que Demy quiso fichar para su Estudio de modelos (1969). Aquel joven actor tenía contrato con el estudio Columbia, y fue el estudio el que le rechazó para el filme en contra de la opinión del matrimonio. Tenía 25 años, una sola película a sus espaldas y se llamaba Harrison Ford.. En California, Varda comprendió que nunca podría trabajar en Hollywood: el visto bueno al montaje final se lo quedaban los estudios, no los cineastas; por otro lado, sacó partido a su don de gentes, llegando a rodar una documental sobre los Panteras negras. Esa empatía natural le ganaría la amistad de Jim Morrison (el cantante de The Doors); de Martin Scorsese; de Setina Arhab, una vagabunda repleta de desfachatez e independencia que inspiró uno de los grandes éxitos de Varda, Sin techo ni ley (1985), León de oro del festival de Venecia. Ese mismo cariño le abrió las puertas de todo al que entrevistaba cuando, al arrancar el siglo XXI, se pasó gracias a las cámaras de vídeo (analógicas y digitales) al documental, arrancando con Los espigadores y la espigadora. En sus dos últimas décadas de vida, Varda siguió creando cine y a la vez se pasó a las esculturas y a las instalaciones. Recibió todo tipo de homenajes, como el Oscar de honor, mientras las jóvenes cineastas alababan su fiereza y su obra. También cuidó su leyenda (escribió su autobiografía), y escondió el avance de un cáncer cuando presentó en la Berlinale de 2019 Varda por Agnès, collage-testamento fílmico, seis semanas antes de su fallecimiento.. Como complemento más académico, Tejada desmenuza en 150 páginas su vida y las influencias, compromisos políticos y pasión por los ciudadanos anónimos de Varda. Y en otras 260 páginas su obra. Riguroso, el autor busca en las entrevistas de Varda explicaciones a sus trabajos, aunque ni ella tenga las respuestas. En una entrevista publicada tras su muerte en Cahiers du Cinéma, la cineasta apunta: “Hay cosas que se hacen sin que yo sepa muy bien por qué salen y por qué las quería. No soy médium, no estoy loca, pero hay algo en mí que trabaja y que no siempre controlo. Eso me gusta bastante”.. Seguir leyendo
Una biografía y un estudio sobre su obra devuelven a la actualidad a uno de los grandes referentes para las cineastas
¿Queda algo por contar de Agnès Varda (Ixelles, 1928-París, 2019), la gran inspiradora de varias generaciones de mujeres cineastas? Sí, y mucho más de lo que ella hubiera querido. Varda controló su imagen toda su existencia, y cuando entró en el siglo XXI, su reconversión gracias a las nuevas tecnologías, su apertura al arte a la vez que aumentaba su pasión por el documental y la gente, aumentó su vigilancia sobre sí misma y su legado. Para bien y para mal, conocemos la Agnès Varda que Varda quiso que viéramos, aunque poco a poco, gracias a algunos documentales y a nuevas publicaciones, ahondamos en su biografía y su obra.. Por eso es tan reseñable la publicación de la primera gran biografía sobre Varda, escrita por la californiana Carrie Rickey el año pasado y que ahora edita en español Circe ediciones. O el estudio, más canónico, de Carlos Tejeda, que aparece en la mítica colección Signo e imagen de Cátedra; vamos, la de los lomos grises (ambos libros aparecen bautizados con el nombre de la cineasta). De repente, en las estanterías cobra importancia una mujer capital para entender mucha parte del cine actual.. Agnès Varda y Sandrine Bonnaire durante el rodaje de ‘Sans toit ni loi’ el 20 marzo de 1985, en Francia. Jean GUICHARD (Gamma-Rapho / Getty Images). Rickey conoció a Varda, pero su biografía no se basa en esos encuentros, sino que ha buceado en estudios, libros previos, entrevistas y declaraciones. Es importante aclarar el detalle, porque en persona Varda era una gran engatusadora. Por eso, hay lagunas de su vida, especialmente de su infancia y adolescencia, que la estudiosa ha sabido rellenar. O, al menos, ha investigado sobre ellas. Lo cual no quiere decir que sea una biógrafa de colmillo largo: Carrie Rickey está a favor de retratada, aunque señala las diversas contradicciones de la artista. En su recorrido cronológico, lo primero que le llama la atención es que Varda nació 11 meses antes y a menos de dos kilómetros —en el mismo municipio, parte del gran Bruselas— de donde lo hizo Audrey Kathleen Ruston, otra belga famosísima, una actriz que se convirtió en estrella con el nombre de Audrey Hepburn: en algún momento pudieron cruzarse en la Avenue Louise, la arteria principal del vecindario.. Como a Hepburn, a Agnès Varda también le marcó en su adolescencia la Segunda Guerra Mundial. En el caso de los Varda, huyeron hasta Francia, donde el entonces pudiente padre de familia se había comprado un barco, el Poppet. Por eso, acabaron en la zona de Vichy, en Sète, puerto donde la joven Agnès conoció a los integrantes de la familia Schlegel, fundamental para su devenir artístico, su crecimiento como persona, el desarrollo de su bisexualidad y su posterior mudanza a París. Ah, y su amor a las playas. Son meses brumosos en las palabras de Varda, aunque sí bien radiografiados en documentales y en el libro de Rickey.. La carrera profesional de Varda comenzó en la fotografía, no estudió cine, y eso le produjo una apertura de miras, otro punto de vista muy alejado del de sus compañeros de la Nouvelle Vague. Con el tiempo, hubo un detalle de la cineasta que llamaría la atención de sus compañeros de viaje: preguntaba mucho y se interesaba de verdad por quien estaba delante de su cámara. Y ese interés, a la par que muestra de su humanidad, podía surgir también de sus años de fotógrafa de encargos. En 1951, y gracias al dinero de su padre, Varda se compró en París, en el barrio de Montparnasse, dos propiedades adyacentes: una era una antigua quesería; la otra, el viejo taller con vivienda de un enmarcador. Entre medias, un callejón, con un patio sin uso. Eran el 86 y el 88 de la rue Daguerre (llamada así por el padre de la fotografía, lo que para la nueva propietaria fue una señal de buena suerte). Allí creó y vivió hasta su muerte la cineasta. Allí cimentó su leyenda.. El 13 de febrero de 2019, Agnès Varda en la alfombra roja de la Berlinale donde se estrenó ‘Varda por Agnes’. Britta Pedersen (picture alliance / Getty Images). Varda, subraya Rickey, inició su carrera desde un absoluto desconocimiento de la historia del cine, lo que le permitió dar rienda suelta a su libertad y a su intuición. El libro repasa sus 44 filmes, sus esfuerzos por lograr producir su cine: “Las influencias de mis compañeros de la Nouvelle Vague eran películas. Las mías, cuadros, libros… la vida”. Aprendió de Alain Resnais la brutal importancia del montaje; con Jacques Demy, su pareja de vida, que no hay que aceptar ningún rechazo y crear sin complejos. Con Demy se mudó a California, y allí le rodó una prueba de cámara a un actor que le emocionó y al que Demy quiso fichar para su Estudio de modelos (1969). Aquel joven actor tenía contrato con el estudio Columbia, y fue el estudio el que le rechazó para el filme en contra de la opinión del matrimonio. Tenía 25 años, una sola película a sus espaldas y se llamaba Harrison Ford.. En California, Varda comprendió que nunca podría trabajar en Hollywood: el visto bueno al montaje final se lo quedaban los estudios, no los cineastas; por otro lado, sacó partido a su don de gentes, llegando a rodar una documental sobre los Panteras negras. Esa empatía natural le ganaría la amistad de Jim Morrison (el cantante de The Doors); de Martin Scorsese; de Setina Arhab, una vagabunda repleta de desfachatez e independencia que inspiró uno de los grandes éxitos de Varda, Sin techo ni ley (1985), León de oro del festival de Venecia. Ese mismo cariño le abrió las puertas de todo al que entrevistaba cuando, al arrancar el siglo XXI, se pasó gracias a las cámaras de vídeo (analógicas y digitales) al documental, arrancando con Los espigadores y la espigadora. En sus dos últimas décadas de vida, Varda siguió creando cine y a la vez se pasó a las esculturas y a las instalaciones. Recibió todo tipo de homenajes, como el Oscar de honor, mientras las jóvenes cineastas alababan su fiereza y su obra. También cuidó su leyenda (escribió su autobiografía), y escondió el avance de un cáncer cuando presentó en la Berlinale de 2019 Varda por Agnès, collage-testamento fílmico, seis semanas antes de su fallecimiento.. Como complemento más académico, Tejada desmenuza en 150 páginas su vida y las influencias, compromisos políticos y pasión por los ciudadanos anónimos de Varda. Y en otras 260 páginas su obra. Riguroso, el autor busca en las entrevistas de Varda explicaciones a sus trabajos, aunque ni ella tenga las respuestas. En una entrevista publicada tras su muerte en Cahiers du Cinéma, la cineasta apunta: “Hay cosas que se hacen sin que yo sepa muy bien por qué salen y por qué las quería. No soy médium, no estoy loca, pero hay algo en mí que trabaja y que no siempre controlo. Eso me gusta bastante”.. Carrie Rickey. Traducción de Jofre Homedes Beunatgel. Circe, 2025. 312 páginas. 22 euros. Carlos Tejada. Cátedra, 2025. 480 páginas. 17,95 euros. Búscalo en tu librería
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