El reputado periodista y escritor publica ‘Caledonian Road, una novela dickensiana en la que pinta un incisivo retrato del corrosivo y frenético Londres actual desvelando las más oscuras aristas de todas las capas de la sociedad británica Leer
El reputado periodista y escritor publica ‘Caledonian Road, una novela dickensiana en la que pinta un incisivo retrato del corrosivo y frenético Londres actual desvelando las más oscuras aristas de todas las capas de la sociedad británica Leer
La Caledonian Road de Londres, la calle principal que se dirige al norte desde el nuevo centro de la capital, King’s Cross, atraviesa el distrito de Islington, en el que conviven urbanizaciones públicas de posguerra, viviendas sociales con listas de espera de años, y filas y filas de codiciados y caros adosados georgianos que rodean recoletas plazas arboladas. En esta zona de contrastes, conocida como «the Cally» por los londinenses, ambienta el reputado escritor y periodista Andrew O’Hagan (Glasgow, 1968) su novela Caledonian Road, un fresco dickensiano con toques de tragicomedia costumbrista y ácido humor que disecciona con fino escalpelo todas las capas de la sociedad londinense contemporánea, esto es, postcovid y postBrexit, aunando a adinerados aristócratas y a miembros de la intelligentsia cultural, con hackers amantes del hip hop, líderes de bandas callejeras y traficantes de inmigrantes ilegales.. Como explica a su paso por España O’Hagan, editor de la prestigiosa London Review of Books y de Esquire, miembro de la Royal Society of Literature y tres veces nominado al Premio Booker por obras como Nuestros Padres, La vida y las opiniones de Maf el perro y de su amiga Marilyn Monroe, La vida secreta o su Autobiografía no autorizada de Julian Assange; su idea era captar el zeitgeist de una época convulsa, frenética y líquida que se escurre entre nuestros dedos. «Reino Unido cambió mucho en la década de 1990 y sólo ahora vemos esas consecuencias. Antes era una isla pequeña y muy tradicional, pero muy poderosa, y había una idea de comunidad, de unión, muy evidente. A partir de los 90 Tony Blair desreguló Londres y la ciudad empezó a crecer de forma exagerada, y eso, casi sin darnos cuenta, hizo que los valores de todo el país empezaran a cambiar», sostiene.. Traducción de Rubén Martín Giráldez. Libros del Asteroide. 672 páginas. 29,95 € Ebook:14,99 €. Puedes comprarlo aquí.. «Hoy en día, Londres es una ciudad corrosiva y acelerada, hostil, donde los oligarcas de medio mundo, durante unos años muchos rusos, vienen a lavar su dinero sucio, y donde la gente de la calle muestra una actitud despiadada hacia los inmigrantes. Nos convertimos en una sociedad mucho más beligerante y un poco amargada», lamenta el autor. «Entonces, en plena pandemia, miré a mi alrededor y me di cuenta de que, aunque hay muchos grandes escritores con novelas brillantes nadie había plasmado ese Londres de tecnología despiadada, de problemas de inmigración y de avaricia descontrolada, y tuve que escribirla yo», afirma bromeando.. De las ricas villas urbanas de Thornhill Square a los muelles de Essex, pasando por los pasillos universitarios del King’s College, pisos okupas, la redacción del ficticio periódico Commentator, las salas del Museo Británico, fábricas ilegales en Leicester, alguna que otra cárcel o la Cámara de los Lores, O’Hagan recorre todo el espectro de la sociedad británica actual a través del famoso académico Campbell Flynn, un reconocido crítico de arte de orígenes humildes pero casado con una mujer de esa casta terrateniente con «dinero invisible», que acaba de publicar una reconocida biografía de Vermeer y escribir un ensayo muy elogiado sobre «la orgía de la contrición blanca» para The Atlantic.. «Me han preguntado mucho cuánto hay de mí en Campbell Flynn, y aunque debo reconocer que tiene una trayectoria vital similar a la mía, pues desde unos orígenes de clase trabajadora en Escocia se hizo un hueco en la intelectualidad londinense, su dolor interior es propio», explica O’Hagan. «A mí no me cuesta reconciliar mi pasado con mi presente. No me obsesiona el dinero ni la fama. No tengo ambición social. Sin embargo, él quiere estar a la altura de los aristócratas, y esa es su ruina», sentencia el periodista. «Flynn no se siente cómodo consigo mismo, algo muy común en la gente que consideramos exitosa en nuestra sociedad, y este libro trata en parte de descubrir por qué».. En este sentido, O’Hagan considera que el catalizador de esta inestabilidad han sido varias crisis sucesivas, desde el covid y el Brexit a la guerra de Ucrania, que han mostrado las incongruencias y contradicciones de nuestra sociedad, una en la que, como ocurre en Reino Unido, un magnate ruso puede tomar el té con ciertos nobles con los que tiene negocios al mismo tiempo que extorsiona a sus trabajadores ilegales, compra arte en galerías de prestigio y evade sus impuestos. Flynn es un guía, con sus defectos, de este submundo. Su vida de refinamiento, cuidadosamente construida, es una máscara que encaja con la fachada de la ciudad: las deslumbrantes ferias de arte y desfiles de moda ocultan la oscuridad subyacente.. «Desde los 90, Londres es una ciudad hostil donde los oligarcas de medio mundo vienen a lavar su dinero sucio, y la gente es despiadada con los inmigrantes». Y buena parte de esa oscuridad, afirma O’Hagan, nace de una casta aristocrática y económica que satiriza sin piedad en el libro, donde empresarios corruptos con título de Sir y duques apodados «Bribón» se ven salpicados por todo tipo de escándalos y linchamientos públicos. «Creo que vivimos los últimos coletazos de esta política imperialista británica en la que nos creíamos los amos del mundo. Recuerdo la guerra de las Malvinas, que ocurrió cuando yo era adolescente, y entonces pensamos que algo así jamás se repetiría», rememora el escritor. «Pues bien, ha sido un proceso lento, pero vamos por buen camino. La clase alta británica solía obtener su poder del colonialismo, de su superioridad global, y ahora están en problemas porque no saben cómo existir en el mundo actual», sostiene.. De hecho, apunta con humor, le sorprendió mucho no haber recibido demandas o, al menos, quejas, por el afilado retrato que hace de personajes bastante reconocibles del mundillo. «Algo curiosos de escribir ficción es que si creas personajes sospechosos, malos, inmorales y corruptos, quienes los inspiran nunca admitirán que se ven reflejados, que son ellos. ¿Quién va a decir: ‘¿Conoces a ese personaje malo, a ese individuo terrible y corrupto? Ese soy yo’. Fingen que no está pasando. Hasta ahora, nadie se ha reconocido, y si lo hicieron se quedaron callados», apunta con ironía.. «En realidad los nobles de mi país, son una especie muy cómica que viven en un mundo de delirio y poder anticuados que está haciendo aguas como el Titanic tras el iceberg. Ya no tienen ese poder. Poseen casas, tierras, dinero y recursos, sí, algunos ocupan puestos en la Cámara de los Lores, que es como una sala de ancianos, pero todos saben y nadie dice que la próxima generación no conservará este poder», apunta el periodista, que matiza: «Lo que digo no es un ataque, no se trata de abolir el pasado. Se trata simplemente de reconocer que el pasado es ridículo. Igual que no sentimos nostalgia de los tiempos de la esclavitud o de cuando las mujeres no tenían ningún tipo de derecho social, tampoco sentiremos nostalgia de la aristocracia, de esas antiguallas con peluca y vestidas con casacas rojas compitiendo por matar a un zorro».. Andrew O’Hagan hace un par de semanas en Madrid.Elena Iribas. Esta revolución, que O’Hagan considera «ya en marcha e inevitable», abarca en su opinión no sólo el poder político y económico, sino toda clase de valores sociales hasta ahora inamovibles como la identidad, la sexualidad e incluso las bases del capitalismo. «Estamos viviendo una revolución que terminará para siempre con todo tipo de privilegios, y la manera de verlo es observar a los jóvenes. El progreso consiste en reconocer lo ridículo de nuestras costumbres y reemplazarlo con algo ligeramente mejor. No es algo perfecto, pero espero que sea un poco mejor. Por ejemplo, mira a Trump, por citar a alguien muy famoso. Su idea de las mujeres es tan elocuente y sexista como hablar con desprecio de ellas e incluso agarrarlas por el coño. Mi padre hablaba así, pero eso es algo que alguien de 20 años no hará jamás», defiende. «El cambio se da en generaciones. No quiero ser falsamente optimista, diciendo que todo está bien, pues no es así. Andrew Tate existe, hay jóvenes obsesionados con el porno y la masculinidad tóxica no ha muerto, pero ahora sabemos que es tóxica, igual que ocurre con los comentarios racistas tan comunes antaño. Y de ahí nace el cambio».. «Hace años pensábamos que la democracia liberal había triunfado para siempre, pero hoy seguimos aprendiendo sobre los límites del liberalismo». «Lo que quiero decir», abunda, «es que no heredamos los prejuicios. La obsesión de mi madre es que me casara con ‘una buena chica católica’, y mi padre nos llamaba maricones por usar una camiseta rosa y llevar gomina en los años 80», recuerda. «Pero yo, quizá por ser periodista, cuando entrevisto hoy a alguien, cojo mi libreta y mi grabadora, voy a hacer preguntas y a escribir un artículo y no me preocupa la sexualidad de nadie o sus opiniones privadas en temas como la política o la religión», reflexiona el periodista. «Quizá en una década podrás decirme que fui demasiado optimista, pero las cosas van poco a poco. Después de escribir Oliver Twist Dickens pensaba que sería el fin de los huérfanos y del sufrimiento infantil. Y sin negar que aquel mundo ya no existe, intenta decirles eso a los niños que intentan cruzar en barco desde Francia hasta Reino Unido».. En este sentido, por rebajar un poco el optimismo, hay dos elementos capitales en el libro -y en nuestro mundo- que preocupan sobremanera a O’Hagan: la política y la tecnología. Hablando de la primera, el escritor considera que fuimos muy ingenuos. «Recuerdo cuando en los 90 nos felicitábamos todos con aquello de «el fin de la historia» de Fukuyama, esa idea de que la democracia liberal triunfó para siempre. Pues bien, no triunfó en Rusia ni en China, quizá ni siquiera triunfó en Reino Unido o en España. Hoy seguimos aprendiendo sobre la desigualdad y los límites del liberalismo», opina irónico.. «La democracia es una gran idea, pero siempre hay que tener en cuenta que la libertad de uno es la prisión de otro, como ocurre con los debates sobre los límites de la libertad de expresión. El problema es cuando todo se radicaliza y las opiniones tratan de imponerse casi a tiros o tomando el Congreso como en Estados Unidos», apunta el escritor. «Antes que sobre nada este libro es una crítica hacia los fanáticos ciegos y los intolerantes, aquellos que no entiendes que los parlamentos y las leyes son la única alternativa viable para la convivencia». Una parte de la sociedad que, a su juicio, es la que ha provocado la desgracia del Brexit, que considera «una resaca muy profunda difícil de revertir».. «El Brexit ha sido como un divorcio traumático. Creímos que nos reiríamos de los europeos y ahora tomará una generación dar marcha atrás». «Ha sido un divorcio en toda regla, por usar una metáfora. Los británicos nos hemos separado de una mujer hermosa e inteligente que quizá no era perfecta y tenía sus problemas, pero que era interesante, culta, increíble. Y ahora somos ese tipo que está bebiendo whisky en un bar pensando en como podemos volver con ella», explica sonriendo con pesar. «Creímos que nos reiríamos de los italianos, los españoles y todos los europeos y ahora hemos visto que tomará toda una generación dar esa marcha atrás. Hemos renunciado a todo lo que ofrece Europa por estar en Leicester, una noche lluviosa de martes, tomando una pinta y diciendo: ‘Guau, somos todos somos británicos'».. En cuanto a la tecnología, que considera el gran tema de nuestro tiempo, O’Hagan apunta que es algo todavía en vías de asimilación. «Un simple móvila ctual contiene más tecnología que la que llevó al Apolo 11 a la Luna, lo cual es increíble si te lo contaran sin haberlo vivido. La cuestión es: ¿Está cayendo en manos de las personas equivocadas? ¿Se convertirá la tecnología en un instrumento de fabulosas oportunidades, justicia e igualdad, o se convertirá, como a veces ocurre, en un instrumento de guerra, de explotación, de pornografía, de irrealidad, de mentiras?», se pregunta. «El ejemplo es Facebook, que empezó como una gran herramienta de comunicación que eliminaba las distancias. Pero ahora, es la mayor herramienta de marketing de la historia, que se dedica a monetizarnos», lamenta.. No obstante, el periodista mantiene su optimismo y fe en el futuro, en unos jóvenes que serán, opina «mucho mejores que esta generación que se va de la que habla el libro. Ya estamos viviendo las consecuencias de todos estos cambios, y uno de los grandes legados de la austeridad que trajeron el Brexit y la pandemia es que las injusticias no se van a tolerar. ¿Por qué cualquier no tiene derecho a venir a vivir y trabajar en Reino Unido? ¿O por qué durante el covid moría más gente pobre y negra?», apunta retador. «Las epidemias y las crisis, como demuestra la historia, remueven nuestros cimientos, muestran a una sociedad quién es realmente. Por eso, creo que viviremos con las verdades que aprendimos durante mucho tiempo y que estás empaparán a los ciudadanos del futuro», concluye.
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