Leslie Jamison narra en ‘Astillas: una historia de amor diferente’ el fin de su matrimonio poco antes de la pandemia: «Hubo pena pero también alegría y humor», dice Leer
Leslie Jamison narra en ‘Astillas: una historia de amor diferente’ el fin de su matrimonio poco antes de la pandemia: «Hubo pena pero también alegría y humor», dice Leer
Cuando la escritora le dijo a la abogada que llevaba su divorcio que su hija tenía 13 meses, se le quebró finalmente la voz. Y entonces descubrió que los letrados de Derecho de familia guardan cajas de pañuelos de papel en el despacho. «Llorar durante cinco minutos me costaría la friolera de 50 dólares».. ¿Habrían evitado Emma Bovary y Anna Karenina sus trágicos finales si hubieran podido divorciarse? ¿La literatura del siglo XIX estaba obsesionada por el adulterio femenino escrito por hombres y la del XXI lo está por el divorcio escrito por mujeres? ¿O más bien lo que ocurre, como defiende Leslie Jamison (Washington D.C., 1983), es que ellas han logrado zafarse al fin del oprobio social en caso de separación matrimonial y están listas para contarlo? Y para contarse.. Si la perspectiva íntima y confesional femenina es el género literario de moda, el último libro de Jamison es tal vez su más original aportación reciente. La novelista estadounidense que se ganó a la crítica con los singulares ensayos de El anzuelo del diablo o Gritar, arder, sofocar las llamas y deslumbró con la turbadora confesión de su alcoholismo en La huella de los días, tiene nuevo libro: Astillas: una historia de amor diferente (Anagrama). Una historia que cualquiera habría esperado más áspera, pero que sorprende por su dulzura y humor. Jamison se divorció de «C», escritor como ella, tatuado y airado, cuando su primer hijo tenía trece meses. Y justo después llegó el covid.. El título, ‘Astillas’, y la estructura fragmentada del libro son una declaración de intenciones. ¿Responde a una necesidad de reflejar un estado mental? ¿O es también una toma de postura sobre cómo contar la intimidad femenina hoy?. Cuando empecé a escribir, la historia se me presentaba con la textura, el tamaño y la forma de lo que empecé a concebir como «astillas». No pretendo haber inventado el fragmento, era la manera en que la historia se contaba a sí misma a través de mí. Esa estructura fragmentada me pareció la correcta, en parte porque la experiencia que narra es de disolución, de fragmentación, de una vida que se viene abajo. Y también porque refleja la vida con un niño pequeño, que se fracciona en pequeños, caóticos y agotadores pedazos de tiempo. Pero, además, una de las grandes verdades emocionales que me parecía importante reflejar es la forma en que una experiencia puede sentirse de muchas maneras distintas a la vez. Aquella época de mi vida estuvo llena de pena, arrepentimiento y culpa, pero también de alegría, asombro y momentos de humor.. Cuentan que la autobiografía escrita por mujeres vive una edad dorada bajo la sombra del divorcio.. Si una de las formas narrativas que estructuraron el siglo XIX fue la «trama matrimonial», a medida que el siglo XX fue testigo del auge del divorcio, nuestras estructuras narrativas han buscado una forma de expresar cómo se siente esa particular ruptura vital. Me alegro de que existan muchas narrativas al respecto: no porque odie el matrimonio -un divorcio siempre duele y es, con suerte, la mejor de dos opciones terribles-, pero sí creo en la necesidad de narrar todas las experiencias. Hay verdades profundas en las historias de matrimonios duraderos, en las de alcoholismo y recuperación, en las de la guerra o en las de la crianza de los hijos. El divorcio ha estado poco narrado en parte porque, aunque se volviera más común, seguía asociado a la vergüenza. El estigma social es menos poderoso que antes, pero hay una vergüenza inevitable en comprometerte a una vida con otra persona y no poder cumplir ese compromiso. El dolor de hablar de ello lo vuelve un tema difícil de escribir. Por eso me emociona ver a tantas escritoras, especialmente mujeres, tratando de ponerle palabras. Libros como Liars de Sarah Manguso, Podrías hacer de esto algo bonito, de Maggie Smith, o This American Wife, de Lyz Lenz, son muy diferentes al mío, pero me encantó leerlos.. Sugiere que uno de los posibles motivos de su ruptura fueron los celos de «C» por su éxito profesional cuando la carrera de él se estancaba. Hoy muchas mujeres ganan ya más que sus parejas y parece que a ellos les sienta regular.. Cada matrimonio es un mundo. He visto a muchos hombres perfectamente preparados para gestionar, e incluso celebrar, el éxito de sus esposas. En mi propio matrimonio, lo que sentí más que nada fue una lucha intensa. En «C» existía tanto un profundo deseo de apoyar mi arte como una incapacidad de separar ese deseo de sus propios sentimientos de frustración sobre su carrera como artista. Era algo más que un simple impulso de celos o resentimiento sin matices. Y yo también tenía mis propias luchas: cierto arrepentimiento por haber tomado la decisión, quizá demasiado precipitada, de casarme; y un sentimiento de culpa y vergüenza sobre mi propia ambición que probablemente a veces proyectaba en él, convirtiéndolo en el portavoz de lo que en realidad era mi propia y tensa relación interna con el éxito.. ¿Es posible que la incorporación de la mujer al trabajo y su éxito laboral sea vista por muchos hombres como una amenaza?. Veo un patrón: el del hombre que siente, a menudo de forma inconsciente, que tiene más derecho que su esposa al éxito y al espacio profesional en el matrimonio. Cuando la esposa gana más dinero, el resentimiento puede ser especialmente intenso y violento. Se supone que a un hombre ya no le debe molestar ganar menos, pero a menudo sí ocurre y de ahí surge esa rabia profunda. Hay un momento perfecto en las memorias de Maggie Smith en el que su amiga le dice: «¡Qué cola tan larga tienes en la firma de tu libro! Deberíamos hacer una foto y enviársela a tu marido». Y ella responde: «No, no, no. Eso es lo peor que podrías hacer». Me identifiqué totalmente. Veo a las mujeres haciendo una especie de trabajo doble o incluso triple: sacar adelante sus propias carreras, asumir una parte desproporcionada del cuidado de los hijos y las tareas domésticas, y además, realizar una enorme labor emocional para aplacar los tensos y difíciles sentimientos del hombre sobre la desigualdad en la pareja.. Hoy los hombres se involucran más en la paternidad. Usted no niega el reconocimiento a su ex marido.. Una de las partes que personalmente más me costó fue honrar y documentar la figura central que mi ex marido era y es en la vida de mi hija. Pude sentir en mí misma esa batalla que siempre libramos al escribir narrativa personal: la lucha contra nuestras propias y tercas narrativas sobre cómo son las cosas. Estaba muy anclada en escribir una versión de mi relación con mi hija que era solo «nosotras dos». Había llegado a creer firmemente en esa forma de intimidad: la madre y la hija contra el mundo. Y tuve que hacer una reflexión para reconocer que el padre de mi hija es una parte fundamental de su vida. Es un padre tremendamente devoto, la quiere muchísimo y le aporta enormemente. No sólo quería que esas verdades formaran parte de la historia, sino que también quería escribir sobre mi lucha para soltar esa díada, esa pequeña unidad de dos. Quería escribir sobre cómo tuve que aprender a llamarla «nuestra hija» en lugar de «mi hija». Quería escribir sobre las canciones que él le cantaba, la mirada en sus ojos cuando ella lo veía por la calle… Así es como se siente la verdad y la textura desafiante de la vida.. Astillas analiza el vínculo entre maternidad y creación, simbolizado en esa escena en la que se pregunta: «¿Quién se lleva su portátil al hospital para dar a luz?».. La escena del portátil fue un ejemplo de mi lucha por contar toda la verdad. Fue fácil escribir que lloré cuando se llevaron a mi hija a neonatos; lo difícil fue añadir que, justo después, saqué el portátil. Me costó porque seguía anclada en una idea de amor maternal puro, esa en la que, en momentos extremos como el parto, no deseas nada que no sea tu hijo. Tuve que enfrentarme a la idea de que mi amor por ella no haría desaparecer todo lo demás, como mi deseo de terminar un artículo. La maternidad me ha obligado a asumir mi ambición, a reconocer lo mucho que me importa mi trabajo. A veces es vergonzoso admitir que debo dejar de pensar en mi hija para pensar en otra cosa. Además, el cuidado y la creación están conectados. La curiosidad que siento al ver a mi hija adquirir conciencia es fascinante y nutre mi arte. La pregunta central de mi trabajo siempre ha sido «¿qué se siente al estar vivo?». Esa es la misma pregunta existencial que está en el corazón de la crianza.. En la parte final del libro, Fiebre, que transcurre en la pandemia, el mundo exterior irrumpe en la narración interior. ¿Halló en las calles vacías de Nueva York una nueva forma de ser madre y mujer, más allá de las astillas del divorcio?. La contradicción de la pandemia fue que, si bien era un fenómeno global, su impacto no fue universal, sino muy diferente para cada persona. La pandemia me encerró en un pequeño mundo con mi hija, pero, a la vez, me hizo sentir una nueva conciencia de mi responsabilidad hacia la comunidad. Con el tiempo, descubrí que la estructura del libro no era cronológica, sino que seguía una lógica emocional. La primera parte documenta la unión total con mi hija; la segunda, la rebelión para reclamar mi propio yo como artista y amante; y la tercera, la búsqueda de una síntesis para estar unidas pero con vidas separadas. Este ciclo de unión, rebelión y síntesis es, al final, el trabajo de toda una vida.. ¿Y cómo observa desde sus clases de escritura la irrupción de la inteligencia artificial (IA)? ¿Es una herramienta más o una negra sombra que amenaza la propia existencia de la creación humana?. Veo la IA como una profunda amenaza, no solo para el arte, sino para la vida cotidiana. Me preocupa que invada el trabajo emocional de ser un ser humano, porque valoro el esfuerzo de averiguar qué decir y cómo decirlo, incluso en un simple correo. La IA te promete ahorrar un esfuerzo que, para mí, es valioso. El tipo de escritura en el que creo exige hacer el trabajo de la «lectura profunda», no evitarlo. Mi papel como artista y profesora es practicar un arte que la IA nunca podrá hacer: escribir sobre la experiencia de estar dentro de una subjetividad humana particular. Se podrá usar la IA para escribir narrativas personales, pero si se hace con honestidad, es imposible. Lo único que la IA no tiene es un alma humana, y el tipo de arte que me interesa trata precisamente de eso: cómo es tener un alma humana.
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