El suegro de Teresa Valero, Manuel Díaz Corvera, llegó a Madrid en 1956 a vivir en una cueva. Una de esas que proliferaban a las afueras de la ciudad y donde se refugiaban familias muy pobres, principalmente emigrantes del campo. Era una España dividida, gris, resignada y que apenas empezaba a recuperarse de la crueldad de la guerra. La misma que comenzaba a abrirse de nuevo al mundo —el país ingresó en la ONU en diciembre de 1955— después de los desastrosos resultados económicos de una política autárquica, pero mantenía la represión y la censura asfixiante de la dictadura. Valero retrató aquel país en Contrapaso. Los hijos de los otros (Norma Editorial), su primer cómic. Una novela negra protagonizada por Emilio Sanz y León Lenoir, dos periodistas de sucesos —con alma más bien de investigadores— comprometidos con la verdad y la necesidad de informar de unos hechos que, según el régimen, “en España no pasaban”.. Cuatro años después de aquel tebeo que se convirtió en un fenómeno editorial y con el que ganó el premio de las librerías Zona Cómic a mejor cómic del año, Valero regresa con la segunda parte de la saga. En Contrapaso. Mayores, con reparos, el dúo de periodistas se sumerge en una ciudad en la que desembarca la industria de Hollywood, atraída por los bajos costes, y que encuentra entre el lujo de las celebridades un mundillo de especulación inmobiliaria, corrupción y miseria. Es el escenario de una novela negra que empieza con el asesinato de un censor eclesiástico que encuentran muerto en la butaca de un cine con un rollo de celuloide en la boca.. “El cine me gusta muchísimo”, cuenta la autora, “y ha sido la base en mi formación como persona y artista. Mucho antes que los tebeos, mucho antes que cualquier otra cosa, estaba el cine. El de animación [Valero empezó su carrera como animadora] y el clásico”. En las páginas del tebeo, la autora recrea la escena española cinematográfica de entonces, desde el glamur de las estrellas estadounidenses, pasando por las salas como refugio para los encuentros homosexuales, hasta los famosos No-Do —aquellos noticiarios para publicitar al régimen que se proyectaban antes de cada sesión de cine— o la lucha siempre perdida de los creadores nacionales contra la mordaza de la dictadura. “Era una época en la que la censura lo abarcaba todo: cómo podías hablar o qué podías ver. Y no solo la censura al pueblo, también a los creadores, que no tenían unas reglas claras, además, y se las tenían que ver con censores que eran un poco arbitrarios”.. La censura en España se había intensificado desde la llegada de Gabriel Arias-Salgado al Ministerio de Información y Turismo en 1951. Los censores —como el muerto del inicio— cercenaban las películas sin tapujos y las clasificaban según la peligrosidad moral, social o política de la proyección. La clasificación 3R, “mayores con reparo”, que da título al cómic, era la segunda más grave. “Colgaban las clasificaciones en las puertas de las parroquias y te aconsejaban lo que podías ver o no. Si veías una película 4 o 3R, podías estar cometiendo un pecado mortal”, explica Valero. Son famosas unas declaraciones de Arias-Salgado que la autora recoge en su historia. “Diga usted lo que quiera”, afirmó a un periódico italiano, “pero le voy a hacer una revelación: antes de que implantásemos estas nuevas normas de orientación, el 90% de los españoles iba al infierno. Ahora, gracias a nosotros, solo se condena el 25%”.. En lo absurdo de esa y muchas otras situaciones que transcurren en el libro, Valero encuentra un homenaje al esperpento de Valle-Inclán y el berlanguianismo: “Muchos años antes, ellos retrataron muy bien un lado de la vida española, que además yo creo que contribuye a una crítica constructiva y a tratar de sacar algo bueno”.. Contrapaso es una obra de ficción, pero lo que se cuenta está basado en hechos reales. Para no resultar frívolo o indiferente al dolor de la guerra y los años posteriores, el universo de Valero tiene sus cimientos en un “riguroso” proceso de investigación —que desgrana en las páginas finales del libro— que también llega a su vivo y colorido trazo. La ciudad que recrea fluye todavía en los recuerdos de los mayores y por eso no puede haber trampa. Valero charló con académicos de cine, médicos forenses, documentalistas, y recuperó todas esas películas que había visto antes. “El cine tuvo un papel importantísimo en el proceso. Sobre todo para mostrarme cómo eran las calles, los vehículos, cómo vestía la gente, incluso cómo hablaban. He visto todas las películas, desde las más encumbradas hasta el cine un poquito más costumbrista o más de fórmula, pero sobre todo, el cine del que hablaba de la gente de a pie, la de los barrios y trabajadora”, cuenta la autora. También visitó lugares como el teatro convertido en cine por Franco en el Palacio del Pardo, donde el dictador vio películas dos veces por semana durante 40 años. “Muchas veces con las fotos no es fácil hacerse a la idea de los espacios”, justifica.. Pero esa investigación no mermó el proceso creativo de Valero, y la ficción transcurre por las vías de un noir lleno de enigmas. “Normalmente intento también que la ficción tenga un peso grande. Es la manera de articular un poco toda la emoción, la vida de los personajes, lo que estás contando. Si en realidad estuviera todo el tiempo hablando nada más de lo que realmente existe, sería muy difícil crear una trama de género negro, que también es lo que me interesa porque es lo que te ayuda a hacer la metáfora que vas a contar. La ficción es capaz de hacer muchas veces lo que no hace la realidad”.. ¿Cuáles son esas metáforas que Valero quería contar? Hay dos que se respiran intensamente en las páginas de Contrapaso. La crisis de la vivienda y la España dividida que, según explica, “se parece cada vez más a la de los años veinte y treinta del siglo pasado”. “Vamos un poco a peor. Es verdad que se dice que la historia no se repite, pero rima. El ambiente de ahora rima bastante con lo que había en cuestión de polarización y de gente desarrollando un odio tremendo por quien piensa diferente. Eso nos suena ya conocido y suele llevar a sitios un poco de pesadilla. Además, estamos en momento de desmantelamiento de derechos sociales que durante los años sesenta y setenta se pensaban ya eternos. No sé exactamente por qué estamos tan enfadados y cuándo nos enfadamos. En medio de esa polarización, la ficción ayuda a mantener el pensamiento crítico más alerta que nunca”, asegura.. A la saga de Contrapaso le queda, por lo menos, un capítulo más por contar. Y Valero tiene claro lo que busca: “Querría hablar sobre todo de cómo fue la posguerra en la España rural. En las ciudades se vivía de una manera muy diferente, pero la herida en los pueblos fue tremenda. Y luego querría hablar también de la sección femenina y de las mujeres en el medio rural, contrastadas con las mujeres de ciudad. El peso que llevaban, el peso moral, de cómo debían comportarse. Cómo vivieron esas mujeres que tenían muy poco escape. Tengo muchas ganas de hablarlo porque además en 1958 cambió la ley de separación y las mujeres, en lugar de irse sin nada después de separarse, empezaron a tener una mínima cobertura”.. Recurrirá de nuevo a la ficción, que “tiene un poder de emulación y despierta la empatía de la gente”, para rescatar esas historias. Como hizo en este libro con la de su suegro, aquel joven de 16 años habitante de una cueva, encarnado en el tebeo por una niña juguetona, pícara y con alma de artista que, en algún momento de la narración, presume orgullosa de su casa-cueva: “Mira, la mía tiene puerta… ¡y de categoría!”. Es la puerta de la vivienda real de Manuel Díaz Corvera. Su padre la había conseguido en el almacén donde trabajaba. “La habían medido mal y la iban a tirar”, explica Valero. Estaba hecha para Valdefuentes, la finca de caza de Franco. Concretamente, para su perrera.. Seguir leyendo
El suegro de Teresa Valero, Manuel Díaz Corvera, llegó a Madrid en 1956 a vivir en una cueva. Una de esas que proliferaban a las afueras de la ciudad y donde se refugiaban familias muy pobres, principalmente emigrantes del campo. Era una España dividida, gris, resignada y que apenas empezaba a recuperarse de la crueldad de la guerra. La misma que comenzaba a abrirse de nuevo al mundo —el país ingresó en la ONU en diciembre de 1955— después de los desastrosos resultados económicos de una política autárquica, pero mantenía la represión y la censura asfixiante de la dictadura. Valero retrató aquel país en Contrapaso. Los hijos de los otros (Norma Editorial), su primer cómic. Una novela negra protagonizada por Emilio Sanz y León Lenoir, dos periodistas de sucesos —con alma más bien de investigadores— comprometidos con la verdad y la necesidad de informar de unos hechos que, según el régimen, “en España no pasaban”.Cuatro años después de aquel tebeo que se convirtió en un fenómeno editorial y con el que ganó el premio de las librerías Zona Cómic a mejor cómic del año, Valero regresa con la segunda parte de la saga. En Contrapaso. Mayores, con reparos, el dúo de periodistas se sumerge en una ciudad en la que desembarca la industria de Hollywood, atraída por los bajos costes, y que encuentra entre el lujo de las celebridades un mundillo de especulación inmobiliaria, corrupción y miseria. Es el escenario de una novela negra que empieza con el asesinato de un censor eclesiástico que encuentran muerto en la butaca de un cine con un rollo de celuloide en la boca.“El cine me gusta muchísimo”, cuenta la autora, “y ha sido la base en mi formación como persona y artista. Mucho antes que los tebeos, mucho antes que cualquier otra cosa, estaba el cine. El de animación [Valero empezó su carrera como animadora] y el clásico”. En las páginas del tebeo, la autora recrea la escena española cinematográfica de entonces, desde el glamur de las estrellas estadounidenses, pasando por las salas como refugio para los encuentros homosexuales, hasta los famosos No-Do —aquellos noticiarios para publicitar al régimen que se proyectaban antes de cada sesión de cine— o la lucha siempre perdida de los creadores nacionales contra la mordaza de la dictadura. “Era una época en la que la censura lo abarcaba todo: cómo podías hablar o qué podías ver. Y no solo la censura al pueblo, también a los creadores, que no tenían unas reglas claras, además, y se las tenían que ver con censores que eran un poco arbitrarios”.La censura en España se había intensificado desde la llegada de Gabriel Arias-Salgado al Ministerio de Información y Turismo en 1951. Los censores —como el muerto del inicio— cercenaban las películas sin tapujos y las clasificaban según la peligrosidad moral, social o política de la proyección. La clasificación 3R, “mayores con reparo”, que da título al cómic, era la segunda más grave. “Colgaban las clasificaciones en las puertas de las parroquias y te aconsejaban lo que podías ver o no. Si veías una película 4 o 3R, podías estar cometiendo un pecado mortal”, explica Valero. Son famosas unas declaraciones de Arias-Salgado que la autora recoge en su historia. “Diga usted lo que quiera”, afirmó a un periódico italiano, “pero le voy a hacer una revelación: antes de que implantásemos estas nuevas normas de orientación, el 90% de los españoles iba al infierno. Ahora, gracias a nosotros, solo se condena el 25%”.En lo absurdo de esa y muchas otras situaciones que transcurren en el libro, Valero encuentra un homenaje al esperpento de Valle-Inclán y el berlanguianismo: “Muchos años antes, ellos retrataron muy bien un lado de la vida española, que además yo creo que contribuye a una crítica constructiva y a tratar de sacar algo bueno”.Contrapaso es una obra de ficción, pero lo que se cuenta está basado en hechos reales. Para no resultar frívolo o indiferente al dolor de la guerra y los años posteriores, el universo de Valero tiene sus cimientos en un “riguroso” proceso de investigación —que desgrana en las páginas finales del libro— que también llega a su vivo y colorido trazo. La ciudad que recrea fluye todavía en los recuerdos de los mayores y por eso no puede haber trampa. Valero charló con académicos de cine, médicos forenses, documentalistas, y recuperó todas esas películas que había visto antes. “El cine tuvo un papel importantísimo en el proceso. Sobre todo para mostrarme cómo eran las calles, los vehículos, cómo vestía la gente, incluso cómo hablaban. He visto todas las películas, desde las más encumbradas hasta el cine un poquito más costumbrista o más de fórmula, pero sobre todo, el cine del que hablaba de la gente de a pie, la de los barrios y trabajadora”, cuenta la autora. También visitó lugares como el teatro convertido en cine por Franco en el Palacio del Pardo, donde el dictador vio películas dos veces por semana durante 40 años. “Muchas veces con las fotos no es fácil hacerse a la idea de los espacios”, justifica.Pero esa investigación no mermó el proceso creativo de Valero, y la ficción transcurre por las vías de un noir lleno de enigmas. “Normalmente intento también que la ficción tenga un peso grande. Es la manera de articular un poco toda la emoción, la vida de los personajes, lo que estás contando. Si en realidad estuviera todo el tiempo hablando nada más de lo que realmente existe, sería muy difícil crear una trama de género negro, que también es lo que me interesa porque es lo que te ayuda a hacer la metáfora que vas a contar. La ficción es capaz de hacer muchas veces lo que no hace la realidad”.¿Cuáles son esas metáforas que Valero quería contar? Hay dos que se respiran intensamente en las páginas de Contrapaso. La crisis de la vivienda y la España dividida que, según explica, “se parece cada vez más a la de los años veinte y treinta del siglo pasado”. “Vamos un poco a peor. Es verdad que se dice que la historia no se repite, pero rima. El ambiente de ahora rima bastante con lo que había en cuestión de polarización y de gente desarrollando un odio tremendo por quien piensa diferente. Eso nos suena ya conocido y suele llevar a sitios un poco de pesadilla. Además, estamos en momento de desmantelamiento de derechos sociales que durante los años sesenta y setenta se pensaban ya eternos. No sé exactamente por qué estamos tan enfadados y cuándo nos enfadamos. En medio de esa polarización, la ficción ayuda a mantener el pensamiento crítico más alerta que nunca”, asegura.A la saga de Contrapaso le queda, por lo menos, un capítulo más por contar. Y Valero tiene claro lo que busca: “Querría hablar sobre todo de cómo fue la posguerra en la España rural. En las ciudades se vivía de una manera muy diferente, pero la herida en los pueblos fue tremenda. Y luego querría hablar también de la sección femenina y de las mujeres en el medio rural, contrastadas con las mujeres de ciudad. El peso que llevaban, el peso moral, de cómo debían comportarse. Cómo vivieron esas mujeres que tenían muy poco escape. Tengo muchas ganas de hablarlo porque además en 1958 cambió la ley de separación y las mujeres, en lugar de irse sin nada después de separarse, empezaron a tener una mínima cobertura”.Recurrirá de nuevo a la ficción, que “tiene un poder de emulación y despierta la empatía de la gente”, para rescatar esas historias. Como hizo en este libro con la de su suegro, aquel joven de 16 años habitante de una cueva, encarnado en el tebeo por una niña juguetona, pícara y con alma de artista que, en algún momento de la narración, presume orgullosa de su casa-cueva: “Mira, la mía tiene puerta… ¡y de categoría!”. Es la puerta de la vivienda real de Manuel Díaz Corvera. Su padre la había conseguido en el almacén donde trabajaba. “La habían medido mal y la iban a tirar”, explica Valero. Estaba hecha para Valdefuentes, la finca de caza de Franco. Concretamente, para su perrera. Seguir leyendo
Viñetas de ‘Contrapaso. Mayores, con reparos’, de Teresa Valero.Norma Editorial. El suegro de Teresa Valero, Manuel Díaz Corvera, llegó a Madrid en 1956 a vivir en una cueva. Una de esas que proliferaban a las afueras de la ciudad y donde se refugiaban familias muy pobres, principalmente emigrantes del campo. Era una España dividida, gris, resignada y que apenas empezaba a recuperarse de la crueldad de la guerra. La misma que comenzaba a abrirse de nuevo al mundo —el país ingresó en la ONU en diciembre de 1955— después de los desastrosos resultados económicos de una política autárquica, pero mantenía la represión y la censura asfixiante de la dictadura. Valero retrató aquel país en Contrapaso. Los hijos de los otros (Norma Editorial), su primer cómic. Una novela negra protagonizada por Emilio Sanz y León Lenoir, dos periodistas de sucesos —con alma más bien de investigadores— comprometidos con la verdad y la necesidad de informar de unos hechos que, según el régimen, “en España no pasaban”.. Cuatro años después de aquel tebeo que se convirtió en un fenómeno editorial y con el que ganó el premio de las librerías Zona Cómic a mejor cómic del año, Valero regresa con la segunda parte de la saga. En Contrapaso. Mayores, con reparos, el dúo de periodistas se sumerge en una ciudad en la que desembarca la industria de Hollywood, atraída por los bajos costes, y que encuentra entre el lujo de las celebridades un mundillo de especulación inmobiliaria, corrupción y miseria. Es el escenario de una novela negra que empieza con el asesinato de un censor eclesiástico que encuentran muerto en la butaca de un cine con un rollo de celuloide en la boca.. Más información. El cómic español enseña al mundo sus maravillas (y sus miserias). “El cine me gusta muchísimo”, cuenta la autora, “y ha sido la base en mi formación como persona y artista. Mucho antes que los tebeos, mucho antes que cualquier otra cosa, estaba el cine. El de animación [Valero empezó su carrera como animadora] y el clásico”. En las páginas del tebeo, la autora recrea la escena española cinematográfica de entonces, desde el glamur de las estrellas estadounidenses, pasando por las salas como refugio para los encuentros homosexuales, hasta los famosos No-Do —aquellos noticiarios para publicitar al régimen que se proyectaban antes de cada sesión de cine— o la lucha siempre perdida de los creadores nacionales contra la mordaza de la dictadura. “Era una época en la que la censura lo abarcaba todo: cómo podías hablar o qué podías ver. Y no solo la censura al pueblo, también a los creadores, que no tenían unas reglas claras, además, y se las tenían que ver con censores que eran un poco arbitrarios”.. Portada de ‘Contrapaso. Mayores, con reparos’, de Teresa Valero.Norma Editorial. La censura en España se había intensificado desde la llegada de Gabriel Arias-Salgado al Ministerio de Información y Turismo en 1951. Los censores —como el muerto del inicio— cercenaban las películas sin tapujos y las clasificaban según la peligrosidad moral, social o política de la proyección. La clasificación 3R, “mayores con reparo”, que da título al cómic, era la segunda más grave. “Colgaban las clasificaciones en las puertas de las parroquias y te aconsejaban lo que podías ver o no. Si veías una película 4 o 3R, podías estar cometiendo un pecado mortal”, explica Valero. Son famosas unas declaraciones de Arias-Salgado que la autora recoge en su historia. “Diga usted lo que quiera”, afirmó a un periódico italiano, “pero le voy a hacer una revelación: antes de que implantásemos estas nuevas normas de orientación, el 90% de los españoles iba al infierno. Ahora, gracias a nosotros, solo se condena el 25%”.. En lo absurdo de esa y muchas otras situaciones que transcurren en el libro, Valero encuentra un homenaje al esperpento de Valle-Inclány el berlanguianismo: “Muchos años antes, ellos retrataron muy bien un lado de la vida española, que además yo creo que contribuye a una crítica constructiva y a tratar de sacar algo bueno”.. Contrapaso es una obra de ficción, pero lo que se cuenta está basado en hechos reales. Para no resultar frívolo o indiferente al dolor de la guerra y los años posteriores, el universo de Valero tiene sus cimientos en un “riguroso” proceso de investigación —que desgrana en las páginas finales del libro— que también llega a su vivo y colorido trazo. La ciudad que recrea fluye todavía en los recuerdos de los mayores y por eso no puede haber trampa. Valero charló con académicos de cine, médicos forenses, documentalistas, y recuperó todas esas películas que había visto antes. “El cine tuvo un papel importantísimo en el proceso. Sobre todo para mostrarme cómo eran las calles, los vehículos, cómo vestía la gente, incluso cómo hablaban. He visto todas las películas, desde las más encumbradas hasta el cine un poquito más costumbrista o más de fórmula, pero sobre todo, el cine del que hablaba de la gente de a pie, la de los barrios y trabajadora”, cuenta la autora. También visitó lugares como el teatro convertido en cine por Franco en el Palacio del Pardo, donde el dictador vio películas dos veces por semana durante 40 años. “Muchas veces con las fotos no es fácil hacerse a la idea de los espacios”, justifica.. La autora Teresa Valero posa con su libro el pasado 22 de marzo.Javier Picazo (EFE). Pero esa investigación no mermó el proceso creativo de Valero, y la ficción transcurre por las vías de un noir lleno de enigmas. “Normalmente intento también que la ficción tenga un peso grande. Es la manera de articular un poco toda la emoción, la vida de los personajes, lo que estás contando. Si en realidad estuviera todo el tiempo hablando nada más de lo que realmente existe, sería muy difícil crear una trama de género negro, que también es lo que me interesa porque es lo que te ayuda a hacer la metáfora que vas a contar. La ficción es capaz de hacer muchas veces lo que no hace la realidad”.. ¿Cuáles son esas metáforas que Valero quería contar? Hay dos que se respiran intensamente en las páginas de Contrapaso. La crisis de la vivienda y la España dividida que, según explica, “se parece cada vez más a la de los años veinte y treinta del siglo pasado”. “Vamos un poco a peor. Es verdad que se dice que la historia no se repite, pero rima. El ambiente de ahora rima bastante con lo que había en cuestión de polarización y de gente desarrollando un odio tremendo por quien piensa diferente. Eso nos suena ya conocido y suele llevar a sitios un poco de pesadilla. Además, estamos en momento de desmantelamiento de derechos sociales que durante los años sesenta y setenta se pensaban ya eternos. No sé exactamente por qué estamos tan enfadados y cuándo nos enfadamos. En medio de esa polarización, la ficción ayuda a mantener el pensamiento crítico más alerta que nunca”, asegura.. Viñetas de ‘Contrapaso. Mayores, con reparos’, de Teresa Valero.Norma Editorial. A la saga de Contrapaso le queda, por lo menos, un capítulo más por contar. Y Valero tiene claro lo que busca: “Querría hablar sobre todo de cómo fue la posguerra en la España rural. En las ciudades se vivía de una manera muy diferente, pero la herida en los pueblos fue tremenda. Y luego querría hablar también de la sección femenina y de las mujeres en el medio rural, contrastadas con las mujeres de ciudad. El peso que llevaban, el peso moral, de cómo debían comportarse. Cómo vivieron esas mujeres que tenían muy poco escape. Tengo muchas ganas de hablarlo porque además en 1958 cambió la ley de separación y las mujeres, en lugar de irse sin nada después de separarse, empezaron a tener una mínima cobertura”.. Recurrirá de nuevo a la ficción, que “tiene un poder de emulación y despierta la empatía de la gente”, para rescatar esas historias. Como hizo en este libro con la de su suegro, aquel joven de 16 años habitante de una cueva, encarnado en el tebeo por una niña juguetona, pícara y con alma de artista que, en algún momento de la narración, presume orgullosa de su casa-cueva: “Mira, la mía tiene puerta… ¡y de categoría!”. Es la puerta de la vivienda real de Manuel Díaz Corvera. Su padre la había conseguido en el almacén donde trabajaba. “La habían medido mal y la iban a tirar”, explica Valero. Estaba hecha para Valdefuentes, la finca de caza de Franco. Concretamente, para su perrera.
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