En ‘A merced del mar’ la escritora enlaza con maestría y delicadeza la historia de cómo vivió su maternidad con el luto de un pintor analfabeto del siglo XV Leer
En ‘A merced del mar’ la escritora enlaza con maestría y delicadeza la historia de cómo vivió su maternidad con el luto de un pintor analfabeto del siglo XV Leer
Desde el inicio, sabemos que la narradora, una escritora quebequesa que acaba de ser madre, ha visitado en dos ocasiones el monte Saint-Michel, ese «inmenso palimpsesto de piedra»: la primera, a los trece años; la segunda, un cuarto de siglo después. Regresar a los paisajes de la infancia conlleva el desafío de confrontar realidad y recuerdo. Sin embargo, en este caso, ninguno de los dos parece haber cambiado.. Traducción de Iballa López Hernández. Minúscula. 176 páginas. 19,50 €. Puedes comprarlo aquí.. En notas preparatorias para una novela, la narradora reconstruye los orígenes de la abadía, asentada en esta pequeña isla rocosa «a merced del mar». Relata la historia de la pareja de eremitas que, en el siglo VI, erigió allí dos capillas, germen de una construcción que, ampliación tras ampliación, acabaría convirtiéndose en la «Ciudad de los libros».. La abadía albergó una célebre biblioteca y un scriptorium «al que antaño se acudía a traducir del griego y del árabe». En el siglo XV, el monte Saint-Michel recibe a Éloi Leroux, un pintor analfabeto que, tras la muerte repentina de una joven modelo casada, Anna, de la que le encargaron un retrato y, durante el proceso, cayó enamorado, se sumerge en un duelo paralizante. Invitado por su primo monje, llega a la abadía y descubre un mundo donde el arte se subordina al anonimato y la humildad: los copistas no deben comprender el significado de los textos, solo garantizar su transmisión. «Los libros solo existen cuando se leen y se transcriben para que continúen su vida en otra parte», comenta el experto jardinero de Saint-Michel.. Todo esto se entrelaza en la novela de Dominique Fortier (Quebec, 1972), construida a partir de los fragmentos que rescata de su accidentado Moleskine, «mitad novela y mitad cuaderno de notas, memorando». En ella, la maternidad es una revolución copernicana que desplaza a la autora «del centro del universo a la periferia». Su escritura al vuelo es tiempo robado a los cuidados: «va unida a la prisa y al sentimiento de culpa».. En los pasajes supervivientes, Fortier persigue la historia de Éloi y encuentra en ella un refugio, su propia «habitación propia». Trabajar en la novela le permite reencontrarse con «esa mujer que sabe escribir y que hay detrás de esa otra capaz de acunar, amamantar, cantar, tranquilizar y cuidar». Dos personajes, Fortier y Éloi, separados por siglos, unidos en sus búsquedas rodeados de libros: la primera después de un nacimiento, el otro tras una muerte.
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