Hace tiempo que las mujeres mandan en el negocio de los libros: son las editoras, las agentes, las libreras y, sobre todo, las autoras. Pero, entonces, ¿por qué se sigue hablando de machismo en el gremio? Sergi Puertas hizo una prueba para descubrirlo Leer
Hace tiempo que las mujeres mandan en el negocio de los libros: son las editoras, las agentes, las libreras y, sobre todo, las autoras. Pero, entonces, ¿por qué se sigue hablando de machismo en el gremio? Sergi Puertas hizo una prueba para descubrirlo Leer
Años de rechazo llevan a un hombre a preguntarse qué está haciendo mal. Para Sergi Puertas (Barcelona, 1971), un escritor que superaba los 45 años y llevaba casi dos en el paro después de una sólida trayectoria como novelista, poeta y periodista (fue redactor jefe de El Víbora), la pregunta se había vuelto una obsesión. Sus libros, enviados uno tras otro a los sellos españoles, chocaban con un impenetrable muro de silencio. Cansado de no recibir respuesta, comenzó a desarrollar «hipótesis muy locas». Quizás el problema no era su escritura, sino él mismo. Quizás los editores, al ver el nombre de un «fracasado de la vieja guardia», arrojaban sus manuscritos a la papelera sin leerlos. Sólo había una forma de averiguarlo.. Así, el 11 de abril de 2016, Puertas decidió perpetrar una impostura literaria. Se sumergió en la «mente colmena» de internet y, tras explorar un catálogo interminable de rostros, eligió su máscara: la foto de una joven de 25o años con «expresión modosita» y «media melena». Creó una cuenta de Gmail a nombre de Silvia Marinosa y construyó una biografía a medida: una chica de extrarradio, lectora de ciencia ficción y filosofía, con una debilidad por «lo torcido, lo cotidiano, lo doloroso». Era un fantasma digital diseñado para seducir al sistema que a él lo ignoraba. El cebo era su última colección de relatos, titulada Estabulario.. La respuesta fue tan inmediata como reveladora. El silencio que había atormentado a Sergi mutó en un torrente de atención para Silvia. A los pocos minutos de lanzar sus correos, las respuestas comenzaron a apilarse. «Hola, Silvia. Qué tal, Silvia. Qué bien lo has contado, Silvia». Los hoscos editores del día anterior se tornaban ahora interlocutores amables y entusiastas. Uno de ellos, al que Puertas rebautizaría como Ricardo (el boss de Impedimenta, Enrique Redel), quedó prendado del estilo «vivo», «descarado» y «atractivo» de la joven autora. «El silencio había terminado, y con él el rechazo. Mis hipótesis se veían corroboradas. No estaba sola, no estaba loca. Tuve ganas de bailar».. La impostura de Puertas no se limitó al email. Creó un perfil de Facebook para Silvia Marinosa, clonando su propio ADN cultural: cómics oscuros, electrónica industrial alemana y chistes sobre el suicidio. En cuestión de semanas, el perfil de Silvia aventajaba en amigos y seguidores al suyo propio; poco después, lo había triplicado. Su creación viralizaba mientras él permanecía invisible. La farsa funcionaba tan bien que desembocó en el escenario soñado y a la vez temido: Ricardo le ofreció a Silvia un contrato de edición para Estabulario, con adelanto incluido. La broma se había convertido en una realidad contractual que exigía un rostro, una firma, una identidad.. Todo este experimento literario se desarrolló mientras Puertas vivía una pesadilla paralela. Forzado por el paro, aceptó un trabajo como formador en un centro de cursos para desempleados, un «estabulario» que le exigía 11 horas diarias de trabajo en condiciones de explotación y caos administrativo. Esta dualidad del escritor aclamado en su disfraz femenino y el trabajador anónimo atrapado en la precariedad se convertiría en la espina dorsal de su siguiente obra, La experiencia (2022).. La experiencia es un magnífico ejercicio metaliterario. Por un lado, retrata la precariedad y corrupción de las escuelas de formación ocupacional donde trabajaba Puertas; por otro, se sirve del correo electrónico, audios y correspondencia con editoriales para construir una farsa narrativa que revela mecanismos de género, edad y mercantilización en el mundo del libro. Ni ficción ni periodismo al uso, es una mezcla fascinante: una reivindicación a costa de una usurpación silenciosa.. El ritmo del texto es cinematográfico, sarcástico y despiadado. Puertas retrata la escena con crudeza irónica: su alter ego Silvia recibe un trato mucho más amable que él mismo, simplemente por ser joven y femenina. Lo literario cede ante lo performativo, lo simbólico. La industria editorial, según comenta, no teme publicar talento, teme publicar hombres mayores que no casan con su marketing estricto.. El clímax de la impostura llegó con la necesidad de la revelación. ¿Cómo confesar el engaño sin que el castillo de naipes se derrumbara? Tras fantasear con un encuentro cara a cara, Puertas optó por un correo electrónico demoledor dirigido a Ricardo: «Como habrás adivinado, ese tío soy yo». La reacción inicial del editor fue de absoluta decepción. Se sintió engañado y rompió el acuerdo. Parecía el fin del experimento y la confirmación de que la mentira había destruido la oportunidad.. Sin embargo, en un giro que añade complejidad al relato, Ricardo, tras unos meses de silencio, volvió a escribirle. Confesó que, a pesar del «mal sabor de boca», no podía olvidar la calidad del manuscrito. «El libro es lo importante, y es un libro muy bueno». Finalmente, decidió publicarlo bajo el nombre real de su autor. Estabulario salió a la venta en febrero de 2017.. Conviene preguntarse: ¿hasta qué punto el éxito de Silvia Marinosa revelaba machismo o más bien oportunismo comercial? La industria editorial ha sido, tradicionalmente, dominada por mujeres, por editoras, agentes, libreras y autoras, y, sin embargo, sigue hablando de machismo en su seno. Puertas propone una hipótesis perturbadora: lo que denominamos preferencia femenina editorial puede ser también un fetichismo de lo joven y femenino, como puro marketing literario.. La experiencia de Puertas recuerda a otras operaciones mediáticas como el uso de IA para generar literatura viral de la que nos ocuparemos en la última entrega de la serie. En todos ellos hay un cruce entre género, visibilidad y poder económico. No basta con publicar, hay que existir visualmente de forma seductora ante la maquinaria editorial.
Literatura // elmundo