Bitácora de lectura y celebración del clásico de nuestras letras, en ‘El verano de Cervantes’ el escritor jienense despliega su fecunda y larga relación con el ‘Quijote’ y la huella que ese libro revolucionario ha dejado en su obra literaria Leer
Bitácora de lectura y celebración del clásico de nuestras letras, en ‘El verano de Cervantes’ el escritor jienense despliega su fecunda y larga relación con el ‘Quijote’ y la huella que ese libro revolucionario ha dejado en su obra literaria Leer
Incluso la persona más ocupada o más atropellada del mundo podría, con mucho más gusto que esfuerzo, leer todos los días un capítulo de El Quijote: es algo que, leyendo sin prisa y con atención, no supone más de quince o veinte minutos. Dado que la primera parte de la novela consta de cincuenta y dos capítulos, y la de 1615 de setenta y cuatro, lo que esencialmente quiero decir con este cálculo es que cualquier persona normal puede leer esa novela prodigiosa tres veces al año.. Y lo digo para burlarme un poco de todos esos que, con sorprendente frecuencia, se prometen que algún día lo leerán y nos aseguran que se mueren de ganas de ello, que les mortifica no haberlo hecho y que se disponen a cumplir con su deseo cuando puedan, o cuando se jubilen, o en vacaciones, o cuando terminen no sé qué… Pero lo cierto es que todo el mundo tiene tiempo para leer, como siempre encontramos tiempo para lo que más nos gusta. Otra cosa es que haya una verdadera voluntad.. Seix Barral. 448 páginas. 22,90 € Ebook: 11,99 €. Puedes comprarlo aquí.. Cuando de vez en cuando me asalta cierta misantropía, y no faltarían últimamente motivos para ello, basta con recordar el prestigio que tiene la novela de Cervantes para recobrar mi fe en el mundo y en la gente. Porque estamos tan acostumbrados a esa novela y a su celebración universal que no caemos en la cuenta de que en absoluto era algo que pudiera darse por supuesto. Don Quijote podría haber sido una especie de secreto, como los son tantas otras obras maestras, la manía de unos pocos miles de aficionados.. Así que la fama espectacular de esa novela (y la casi unanimidad en el juicio de quienes hemos pasado por ella) habla bien de la humanidad, que de forma reconfortante ha sabido ver en esas páginas lo que son: probablemente el mayor homenaje a la libertad que se ha culminado entre nosotros y el mejor reflejo de la vida, el retrato más sublime de lo que, con toda su complejidad y sus ambigüedades, supone haber estado vivo.. El librazo que acaba de publicar Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) es, básicamente, el resultado de una relectura, pero también es algo así como la memoria de todas las lecturas cervantinas de su vida, acometidas siempre en verano, lo cual, como él sabe explicar bien desde el principio, no deja de ser significativo.. Siguiendo más o menos el orden del texto cervantino, pero con todos los saltos necesarios y todas las digresiones pertinentes, Muñoz Molina va dejando sobre su libro todas las consideraciones que le despierta su última revisión del clásico, gozosamente realizada en el verano del año pasado, y lo hace, inevitablemente, con mirada de escritor de ficciones («mis facultades de novelista las estoy volcando en leer Don Quijote»), pero también se mete en tareas de historiador (pues va repasando las opiniones de muchos ilustres lectores de la novela, desde la grandeza discreta de Herman Melville hasta la mediocridad ruidosa de Vladimir Nabokov, pasando por Stendhal, Sigmund Freud o Unamuno, quien en el último verso de un soneto hablo de «el Evangelio del Quijote») y, más previsiblemente, de memorialista, pues, como ha hecho tantas veces a lo largo de sus libros, echa la vista atrás para recordarse de niño en Úbeda, o de estudiante en Madrid, o de funcionario en Granada…, siempre con un ejemplar a mano.. Eso sí: en este caso la evocación del pasado no viene envuelta en esa bruma literaria que encontrábamos, por ejemplo, en El viento de la Luna, sino que el grado de ficción o de recreación se ha reducido deliberadamente para contar sus descubrimientos sucesivo de forma muy real: en este caso la ficción y la invención y la imaginación y la magia están en ese libro revolucionario y asombroso que él andaba leyendo, no en el que, también agradecidos y a buen ritmo, leemos nosotros.. Hay, por descontado, detalles y opiniones parciales ante las que se podría echar el rato discutiendo: La Galatea no es de ninguna manera «una antigualla indigerible», y tampoco creo que sea exacto referirse a don Quijote como «hombre egocéntrico» o, poco después, como «ególatra». Es verdad que le gustaba ser atendido, y ser tomado en serio, e imponer su voluntad, pero a quienes queremos tanto al personaje no nos gusta verlo reducido nada menos que a un problemático actor de performances.. Aunque al mismo tiempo identificamos en Muñoz Molina a otro enamorado del texto y de la criatura, y el impulso es más el de intercambiar pareceres que el de polemizar. En el texto cervantino hay decenas de ejemplos emocionantes en el que se demuestra que a Alonso Quijano le importaban los demás, y que sufría o disfrutaba con el destino del prójimo, y que escuchaba arrobado a príncipes o pastoras, implicando su propia aventura, o su propia locura, en las de los otros.. Ya en la obra de Muñoz Molina se podía rastrear con cierta frecuencia la sombra de don Quijote (una sombra que el autor llega a ver proyectada al final de El verano de Cervantes sobre otras lecturas suyas que llegaron poco después, prolongada en el capitán Ahab, en Tom Sawyer, en Miguel Strogoff o en Leopold Bloom…), pero nunca como aquí le había dedicado un libro completo. Al fin y al cabo es natural que todo lector, todo escritor, tenga «su» Cervantes, «su» Quijote, su testimonio particular al respecto, parecido al de todos en lo esencial pero siempre con alguna peculiaridad sabrosa. Y de hecho sería casi exigible que todos lo publicasen, porque pocas pruebas de fuego más útiles o expresivas para saber quién es quién que saber cuándo y dónde y sobre todo cómo leyeron las aventuras del ingenioso hidalgo.
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