Hollywood se miró en el espejo desde muy temprano. Ya en los años veinte y treinta del siglo pasado, antes de la censura del Código Hays, se hicieron películas sobre los entresijos de un pantano con tierras movedizas hechas de fantasía, ambición y dinero. Show People (1928), de King Vidor, o What Price Hollywood (1932), de George Cukor, son pioneras de un subgénero, el de Hollywood sobre Hollywood, al que ahora se suma una serie, The Studio, comedia de Seth Rogen, ambientada en el actual ecosistema de una industria que ha quedado para la parodia.. En Los Angeles Plays Itself (2003), documental indispensable para entender cómo Hollywood ha configurado —y devorado— el patrimonio urbano de la ciudad en la que se asienta, su director, Thom Andersen, busca las claves ocultas de un territorio escurridizo en el que se confunden las fronteras entre ficción y realidad. The Studio hace un guiño a esa esquizofrenia de la que habla Andersen a través de la emblemática casa Ennis de Frank Lloyd Wright, edificio de inspiración azteca situado en el vecindario de Los Feliz, que ha servido de decorado en muchas películas (Blade Runner, Black Rain…). En la serie de Rogen es la sede de los rutilantes estudios en los que su personaje se abre paso en una industria que aparcó hace tiempo los viejos sueños para quedar en manos del marketing y de unos ejecutivos cada vez más vulgares. “Cada mañana paso por la puerta de nuestra oficina y una guía dice que se trata de un templo del cine, aunque yo lo siento como su tumba”, dice el desencantado productor, Matt Remick, que interpreta Rogen.. En el arranque de El juego de Hollywood (Robert Altman, 1992) también aparece una guía paseando a unos turistas por los estudios en una crítica al ya entonces fúnebre negocio de la nostalgia. La ácida película de Altman es el mejor retrovisor para comprender las puñaladas traperas que, entre chistes y cameos, encierra The Studio. La fatalidad de Hollywood, esa que tan bien plasmó David Lynch en Mulholland Drive (2001), es recurrente en la visión de Hollywood de sí mismo.. A Billy Wilder le debemos El crepúsculo de los dioses y Fedora, dos películas separadas por casi treinta años: la primera es de 1950 y la segunda, la última que rodó el cineasta vienés, de 1978. En ellas, Wilder retrató como pocos el cruel destino del Olimpo de la pantalla. Una relación —la de las estrellas con el sistema que las creó— que explica por qué desde muy pronto Hollywood contribuyó a forjar su propio mito a través de sus elegidos y cómo garantiza su supervivencia sacrificándolos. En su célebre ensayo Stars, el crítico Richard Dyer analizaba los problemas que se esconden bajo la belleza y el fulgor de los astros, de Marilyn Monroe a Marlene Dietrich, dos casos en los que siempre se ha privilegiado la creación del director —en estos casos, Wilder y Josef von Sternberg— frente a la de las dos actrices.. Con tan apasionante y cercano material, las películas de Hollywood sobre Hollywood han dado pie a un buen número de clásicos. Dos de los ejemplos más inolvidables se estrenaron en 1952: Cautivos del mal, el drama de Vincente Minnelli, y Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen y Gene Kelly, considerado el mejor musical de la historia. Salvando las distancias, es curioso que algunas de las series más interesantes de los últimos tiempos, desde Modera tu entusiasmo a Better Things o The Comeback —incluso Feud: Bette and Joan—, giren alrededor de la supervivencia en la trituradora de Hollywood. Como en la inacabada Al otro lado del viento, testamento de Orson Welles sobre su propio mito en el contexto del Nuevo Hollywood, en todas ellas se habla de algo común: “Películas y amistad. Esos grandes misterios”, dice John Huston, alter ego de Welles en una película clave para entender a un genio errante cuya sombra también aparece en Mank (2020), filme de David Fincher sobre la creación de Ciudadano Kane, y en una gran secuencia de Ed Wood, el homenaje de Tim Burton al Hollywood de los márgenes y al “peor director de todo los tiempos”.. La vida de los maltratados por Hollywood, en muchos casos escritores, ha sido objeto de ficciones como En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1959), Barton Fink (los hermanos Coen, 1991), Tal como éramos (Sydney Pollack, 1973) o Julia (Fred Zinnemann, 1977). Si la vida de Ray es el amargo ejemplo de una industria demoledora con las aspiraciones artísticas de sus mejores autores, la película de los Coen recoge el paso por los estudios de un autodestructivo premio Nobel, el sureño William Faulkner. Por su parte, Pollack y Zinnemann se detienen en el trauma colectivo que supuso la caza de brujas del senador McCarthy y sus irreparables purgas ideológicas, un pozo en el que brilló la historia de amor entre Dashiell Hammett y Lillian Hellman, retratada por la escritora en el conmovedor libro que inspiró la película Julia: Pentimento.. En todas ellas, el lado oscuro siempre acaba asomando. Una de las intérpretes de El valle de las muñecas (1967), una especie de precuela camp de Mulholland Drive, fue Sharon Tate. Su atroz asesinato, junto con un grupo de amigos —y el del matrimonio LaBianca— a manos de la familia Manson cambió para siempre la vida de Los Ángeles y marcó el final de una era que Quentin Tarantino quiso reescribir en la maravillosa Érase una vez… en Hollywood (2019). Dos de sus actores principales, Brad Pitt y Margot Robbie coincidieron tres años después en Babylon, vacuo viaje de Damien Chazelle a los años pre-Código Hays y a sus leyendas de excesos.. Existe un nexo entre Sharon Tate y aquellos viejos tiempos de Sodoma y Gomorra: Bobby Beausoleil, miembro de la familia Manson condenado a cadena perpetúa y muso antes de los asesinatos Tate-LaBianca de Kenneth Anger, el actor infantil y cineasta queer underground —autor de la fundamental Scorpio Rising (1963)—, que imprimió durante sus años en París algunas de las mejores páginas que existen sobre el Hollywood más confidencial, reunidas después en su popular libro Hollywood, Babilonia. De la mano del legado de magia y ocultismo de Aleister Crowley, Anger buceó en las derivas satánicas de Hollywood (algo que a su manera recoge la reciente película de terror MaXXXine, 2024) y Beausoleil fue uno de los rostros de su mediometraje Lucifer Rising (1972). También del documental Mondo Hollywood, un fascinante fresco rodado entre 1962 y 1965 por Robert Carl Cohen sobre cómo la revolución hippy se extendió por la industria del cine. Una corriente contracultural optimista y lisérgica cuya energía supo reflejar (y rentabilizar) el llamado Nuevo Hollywood.. Da igual la época, la vida de las colinas de Los Ángeles siempre parece atrapada en su espejo, perdida entre la realidad y la ficción. El fenómeno de body horror La sustancia (Coralie Fargeat, 2024) habla del cruel destino de sus más bellas criaturas, atrapadas hasta la destrucción en su reflejo; algo que también se enuncia en las cuatro versiones que existen de Ha nacido una estrella: la de 1937, con Janet Gaynor y Fredric March, la de Judy Garland y James Mason (1954), la de 1976 con Barbra Streisand y Kris Kristofferson y, la última, de 2018, con Lady Gaga y Bradley Cooper.. Hollywood es, tomándole el título a la película de 1998 de Bill Condon que recrea los últimos días de James Whale, el director de Frankenstein, un lugar de “Dioses y monstruos”. Nadie lo expresó mejor que Bette Davis en el drama de Robert Aldrich ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), en la que Davis interpreta a una estrella infantil olvidada que odia a su hermana, una antigua estrella en silla de ruedas interpretada por Joan Crawford. Ambas eran despojos de un sistema cuya gran contradicción resumió Davis así: “En este negocio, hasta que no te ven como a un monstruo, no puedes ser una estrella”.. Seguir leyendo
La serie ‘The Studio’ revive desde la parodia uno de los subgéneros más interesantes y antiguos del cine: el de la industria que se examina a sí misma
Hollywood se miró en el espejo desde muy temprano. Ya en los años veinte y treinta del siglo pasado, antes de la censura del Código Hays, se hicieron películas sobre los entresijos de un pantano con tierras movedizas hechas de fantasía, ambición y dinero. Show People (1928), de King Vidor, o What Price Hollywood (1932), de George Cukor, son pioneras de un subgénero, el de Hollywood sobre Hollywood, al que ahora se suma una serie, The Studio, comedia de Seth Rogen, ambientada en el actual ecosistema de una industria que ha quedado para la parodia.. Más información. Violencia explícita, sexo sugerido: cómo Hollywood disfrazó la homosexualidad en el cine de gánsteres. En Los Angeles Plays Itself (2003), documental indispensable para entender cómo Hollywood ha configurado —y devorado— el patrimonio urbano de la ciudad en la que se asienta, su director, Thom Andersen, busca las claves ocultas de un territorio escurridizo en el que se confunden las fronteras entre ficción y realidad. The Studio hace un guiño a esa esquizofrenia de la que habla Andersen a través de la emblemática casa Ennis de Frank Lloyd Wright, edificio de inspiración azteca situado en el vecindario de Los Feliz, que ha servido de decorado en muchas películas (Blade Runner, Black Rain…). En la serie de Rogen es la sede de los rutilantes estudios en los que su personaje se abre paso en una industria que aparcó hace tiempo los viejos sueños para quedar en manos del marketing y de unos ejecutivos cada vez más vulgares. “Cada mañana paso por la puerta de nuestra oficina y una guía dice que se trata de un templo del cine, aunque yo lo siento como su tumba”, dice el desencantado productor, Matt Remick, que interpreta Rogen.. En el arranque de El juego de Hollywood (Robert Altman, 1992) también aparece una guía paseando a unos turistas por los estudios en una crítica al ya entonces fúnebre negocio de la nostalgia. La ácida película de Altman es el mejor retrovisor para comprender las puñaladas traperas que, entre chistes y cameos, encierra The Studio. La fatalidad de Hollywood, esa que tan bien plasmó David Lynch en Mulholland Drive (2001), es recurrente en la visión de Hollywood de sí mismo.. Gloria Swanson, en ‘El crepúsculo de los dioses’.. A Billy Wilder le debemos El crepúsculo de los dioses y Fedora, dos películas separadas por casi treinta años: la primera es de 1950 y la segunda, la última que rodó el cineasta vienés, de 1978. En ellas, Wilder retrató como pocos el cruel destino del Olimpo de la pantalla. Una relación —la de las estrellas con el sistema que las creó— que explica por qué desde muy pronto Hollywood contribuyó a forjar su propio mito a través de sus elegidos y cómo garantiza su supervivencia sacrificándolos. En su célebre ensayo Stars, el crítico Richard Dyer analizaba los problemas que se esconden bajo la belleza y el fulgor de los astros, de Marilyn Monroe a Marlene Dietrich, dos casos en los que siempre se ha privilegiado la creación del director —en estos casos, Wilder y Josef von Sternberg— frente a la de las dos actrices.. Con tan apasionante y cercano material, las películas de Hollywood sobre Hollywood han dado pie a un buen número de clásicos. Dos de los ejemplos más inolvidables se estrenaron en 1952:Cautivos del mal, el drama de Vincente Minnelli, y Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen y Gene Kelly, considerado el mejor musical de la historia. Salvando las distancias, es curioso que algunas de las series más interesantes de los últimos tiempos, desde Modera tu entusiasmo a Better Things o The Comeback —incluso Feud: Bette and Joan—, giren alrededor de la supervivencia en la trituradora de Hollywood. Como en la inacabada Al otro lado del viento, testamento de Orson Welles sobre su propio mito en el contexto del Nuevo Hollywood, en todas ellas se habla de algo común: “Películas y amistad. Esos grandes misterios”, dice John Huston, alter ego de Welles en una película clave para entender a un genio errante cuya sombra también aparece en Mank (2020), filme de David Fincher sobre la creación de Ciudadano Kane, y en una gran secuencia de Ed Wood, el homenaje de Tim Burton al Hollywood de los márgenes y al “peor director de todo los tiempos”.. Fotograma de la película ‘Cautivos del mal’, de Vincente Minnelli.. La vida de los maltratados por Hollywood, en muchos casos escritores, ha sido objeto de ficciones como En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1959), Barton Fink (los hermanos Coen, 1991), Tal como éramos (Sydney Pollack, 1973) o Julia (Fred Zinnemann, 1977). Si la vida de Ray es el amargo ejemplo de una industria demoledora con las aspiraciones artísticas de sus mejores autores, la película de los Coen recoge el paso por los estudios de un autodestructivo premio Nobel, el sureño William Faulkner. Por su parte, Pollack y Zinnemann se detienen en el trauma colectivo que supuso la caza de brujas del senador McCarthy y sus irreparables purgas ideológicas, un pozo en el que brilló la historia de amor entre Dashiell Hammett y Lillian Hellman, retratada por la escritora en el conmovedor libro que inspiró la película Julia: Pentimento.. En todas ellas, el lado oscuro siempre acaba asomando. Una de las intérpretes de El valle de las muñecas (1967), una especie de precuela camp de Mulholland Drive, fue Sharon Tate. Su atroz asesinato, junto con un grupo de amigos —y el del matrimonio LaBianca— a manos de la familia Manson cambió para siempre la vida de Los Ángeles y marcó el final de una era que Quentin Tarantino quiso reescribir en la maravillosa Érase una vez… en Hollywood(2019). Dos de sus actores principales, Brad Pitt y Margot Robbie coincidieron tres años después en Babylon, vacuo viaje de Damien Chazelle a los años pre-Código Hays y a sus leyendas de excesos.. Brad Pitt y Mike Moh, en ‘Érase una vez en… Hollywood’ (2019), de Quentin Tarantino.Sony Pictures. Existe un nexo entre Sharon Tate y aquellos viejos tiempos de Sodoma y Gomorra: Bobby Beausoleil, miembro de la familia Manson condenado a cadena perpetúa y muso antes de los asesinatos Tate-LaBianca de Kenneth Anger, el actor infantil y cineasta queer underground —autor de la fundamental Scorpio Rising (1963)—, que imprimió durante sus años en París algunas de las mejores páginas que existen sobre el Hollywood más confidencial, reunidas después en su popular libro Hollywood, Babilonia. De la mano del legado de magia y ocultismo de Aleister Crowley, Anger buceó en las derivas satánicas de Hollywood (algo que a su manera recoge la reciente película de terror MaXXXine, 2024) y Beausoleil fue uno de los rostros de su mediometraje Lucifer Rising (1972). También del documental Mondo Hollywood, un fascinante fresco rodado entre 1962 y 1965 por Robert Carl Cohen sobre cómo la revolución hippy se extendió por la industria del cine. Una corriente contracultural optimista y lisérgica cuya energía supo reflejar (y rentabilizar) el llamado Nuevo Hollywood.. Da igual la época, la vida de las colinas de Los Ángeles siempre parece atrapada en su espejo, perdida entre la realidad y la ficción. El fenómeno de body horror La sustancia (Coralie Fargeat, 2024) habla del cruel destino de sus más bellas criaturas, atrapadas hasta la destrucción en su reflejo; algo que también se enuncia en las cuatro versiones que existen de Ha nacido una estrella: la de 1937, con Janet Gaynor y Fredric March, la de Judy Garland y James Mason (1954), la de 1976 con Barbra Streisand y Kris Kristofferson y, la última, de 2018, con Lady Gaga y Bradley Cooper.. Johnny Depp, protagonista de ‘Ed Wood’.Cordon. Hollywood es, tomándole el título a la película de 1998 de Bill Condon que recrea los últimos días de James Whale, el director de Frankenstein, un lugar de “Dioses y monstruos”. Nadie lo expresó mejor que Bette Davis en el drama de Robert Aldrich ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), en la que Davis interpreta a una estrella infantil olvidada que odia a su hermana, una antigua estrella en silla de ruedas interpretada por Joan Crawford. Ambas eran despojos de un sistema cuya gran contradicción resumió Davis así: “En este negocio, hasta que no te ven como a un monstruo, no puedes ser una estrella”.
EL PAÍS