El gran cronista literario de Nueva York regresa con Brooklyn, una novela criminal, una disección de la evolución del barrio amenazado por la gentrificación. «Quería dejar que la calle hablara», asegura a su paso por España Leer
El gran cronista literario de Nueva York regresa con Brooklyn, una novela criminal, una disección de la evolución del barrio amenazado por la gentrificación. «Quería dejar que la calle hablara», asegura a su paso por España Leer
Hay obras que trascienden su género, y Brooklyn, una novela criminal (Random House) es una de ellas. Aunque su título nos invite a pensar en una clásica historia de misterio, el libro de Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) es, en realidad, un organismo vivo que respira a través del asfalto y los ladrillos de un barrio en plena transformación.. El verdadero crimen que se narra en sus páginas no es un asesinato, sino la crónica de un cambio implacable: la gentrificación y la amnesia colectiva que desdibuja los rostros y las historias de una comunidad. La calle misma, con sus voces, sus secretos y sus cicatrices, se convierte en la protagonista indiscutible de este relato polifónico.. Conversamos con Lethem aprovechando su visita al Ja! Festival de Bilbao.. Cuando un escritor como usted viaja, ¿lo hace como turista o el radar del novelista está siempre encendido?. Me siento muy implicado con la idea de las ciudades y trato de entenderlas. Soy un novelista, pero también un flâneur, un paseante atento a la posibilidad de poder rascar al menos un poco la superficie de los secretos de las ciudades que visito.. Regresa al territorio emocional y geográfico de su aclamada La fortaleza de la soledad, pero esta vez lo hace creando un alter ego que narra desde una memoria selectiva. ¿Es una forma de ajustar cuentas con su propia historia?. Cuando escribí La fortaleza de la soledad, hace más de 20 años, pensé que ya había sido suficientemente exhaustivo, que yo había concluido, que ya era el trabajo de otra persona. Muy lentamente, me di cuenta a regañadientes de que Brooklyn había seguido transformándose. Ahora tenía a mi disposición, si me mostraba humilde, un marco completamente nuevo para mirar aquella materia prima. Entonces me apoyé mucho en el género clásico de la historia de madurez o Bildungsroman, con referencias a Charles Dickens, a Henry Roth, a Thomas Mann, como forma de lidiar con un material abrumadoramente personal, político y sociológico. Pero desde la distancia, también veo que es una gran limitación. Ahora necesitaba hacer estallar mi método por completo, volarlo por los aires y, en cierto modo, fingir que yo era alguien que encontraba La fortaleza de la soledad, de la que estoy muy orgulloso, completamente insatisfactoria. No como escritor, sino como lector. Quería dejar que la calle hablara. Nunca he disfrutado más escribiendo.. ¿Cómo fue el proceso de dar voz a un lugar, de convertirlo en un organismo vivo?. Lo más sencillo que puedo responder es que nunca podría haberlo hecho solo. Formalmente, tuve que estar constantemente dando la vuelta a mi propia metodología, rompiéndola, examinándola desde abajo, diciendo: «Vale, quiero decir esto, pero, ¿por qué quiero decirlo?». Así que se convirtió en un libro sobre el problema de la narración. Comienza afirmando no tener narrador y luego, a mitad de camino, admite: «Vale, hay alguien manejando este autobús». En el corazón de estas páginas hay una crisis de la narración.. Su prosa tiene un ritmo muy particular que recuerda a una improvisación de jazz. ¿Concibe la escritura como una especie de sesión de DJ donde mezclas pistas de memoria, fragmentos de historia y samples de la cultura popular?. Si buscamos una analogía musical, una verdad sobre la música en Brooklyn cuando yo era niño es que nunca era una sola. Podías estar caminando por la calle y por una ventana salía salsa y por otra, funk. Los niños jugaban siempre a algo que implicaba un cántico, una letanía. Así que la multiplicidad era orgánica y di por sentado que al escribir iba a escuchar más de una voz en mi cabeza al mismo tiempo, y más de una música. Nueva York también comenzó a inventar una especie de música dialéctica cuando el sampleo, el rap, el funk y el punk colisionaron a finales de los 70 y principios de los 80. Hablamos de gente tan aparentemente diferente como Afrika Bambaataa y David Byrne.. La novela retrata las microcomunidades del barrio como tribus con sus propias lealtades y recelos. ¿Ve en esos conflictos una prefiguración de la polarización y el tribalismo que vive hoy EEUU?. EEUU acarrea este mito de ser una sociedad compuesta. Tenemos esa fantasía: un mosaico igualitario de inmigrantes. Es como una novela de ciencia ficción. Comienza con una idea: «Venid todos aquí y construiremos un mundo juntos». Pero se ha revelado una falsedad tan dolorosa, una mentira tan terrible, un desastre tal que la disonancia cognitiva de ver cómo se desmorona esta fantasía y el dolor de ver a la gente aferrarse a partes de ella, pensando «somos mejores que esto» te vuelve loco.. En Huérfanos de Brooklyn, Lionel Essrog utiliza las conexiones inesperadas de su mente alterada por el síndrome de Tourette como una herramienta creativa y detectivesca. Hoy, la inteligencia artificial promete crear arte a través de conexiones algorítmicas igualmente extrañas. ¿Lo ve como una amenaza para la originalidad?. Siempre he sido un enemigo de la postura de la originalidad total, la del artista es una especie de Prometeo independiente que baja de la montaña con algo único. El estado fundamental de la literatura es en realidad colaborativo y la individualidad de un solo artista, una fantasía romántica. Realmente, para el creador individual de literatura no siento que sea amenazante. Exageramos. He jugado un poco con ella y a veces produce resultados aburridos, a veces, divertidos, pero, como cualquier herramienta, será gratificante en la medida en que hagas cosas interesantes con ella. Todavía depende de tu creatividad. Eso sí, en el espacio social creo que esta cosa es una catástrofe.
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