El exbailarín y coreógrafo francés Hervé Koubi (que nació en Cannes en el seno de una familia de orígenes argelinos, estudió y se doctoró en Farmacia y se formó como bailarín en el Centro de Rosella Hightower) ha vuelto a los Teatros del Canal de Madrid con su nueva obra, Sol Invictus, un tema arcaizante o clásico, si se quiere, y que por sí mismo tiene un largo pedigrí, de los más prolíficos en la danza de carácter ancestral y que la antropología cultural ha estudiado a fondo. Su segunda obra, Las noches bárbaras, que ha dado la vuelta al mundo y tiene más de 650 funciones a sus espaldas, lo consagró ante la crítica y el público y se vio, con triunfo, en 2018 en los Teatros del Canal y otras ciudades españolas.. Después del éxito de sus primeros trabajos creados exclusivamente para plantilla masculina, Koubi (cuya primera formación fue el ballet académico y luego derivó a trabajar con varios notorios coreógrafos de la “nouvelle danse française”, como Karine Saporta) recibió críticas bastante severas por la exclusión de mujeres en sus creaciones, y algunos de estos reproches, infundados en su iracundia, estaban teñidos de ese cierto fanatismo imperante con este delicado tema de la exclusión, la inclusión, la paridad y las discriminaciones que sean, ya sea por sexo u orientación. Un ejemplo palmario y actual es que empezamos a leer ya que el primer acto de El lago de los cisnes redactado por Rudolf Nuréyev es machista, todo porque, en un par de bailes de conjunto, el ruso acudió al ensemble masculino en referencia a bailes cortesanos de los siglos XVI y XVII. El teñido ideológico se lleva mal con la equidad ética de la recensión, ya eso más o menos nos lo enseñó Ruskin mirando un cuadro. Koubi incluye a unas muy dinámicas mujeres en Sol Invictus, ellas a veces son el centro de la acción, otras se suman a los retos de la fuerte calistenia deportiva de los b-boys, o como se llama a estos bailarines de danzas urbanas reconvertidos en casi brutales centauros; sería pueril llamarlas a ellas amazonas.. Son espectaculares en sus acrobacias, pero poco elásticos y maleables a efectos dancísticos. La estética bascula entre la contracultura y el gusto indie.. Hay abundante literatura sobre todo lo que se movió en torno al concepto Sol Invictus, en respuesta espejo al más antiguo Sol Indiges. Halsbergue describe con detalle casi hiperrealista los rituales y la presencia de la danza ya en época imperial romana, y eso se mezcla y traslada a todo el continente europeo sin fechas precisas, pero enlazando a lo primitivo prehistórico (miremos a Stonehenge, esa escenografía pétrea solar). La cosa, en la línea que nos ocupa, viene de atrás y atravesando el mar Adriático, de Magna Grecia y del culto a la prismática concepción griega de Helio, y para eso es mejor y objetivo usar la definición, tan clásica como precisa, de Nicholas Yalouris. Sol abarcador, dominador de las esferas, guía y germen de la vida. La utilidad simbólica y su proyección plástica están claras: toda iconografía, en cuanto puede, mete a su dios mayor en el sol, lo mezcla o lo adorna con sus rayos que pueden ser, a la vez, dadores seminales o hebras de castigo.. Herve Koubi traslada su ritual, porque eso es lo que es su creación, un rito urbano movido a veces a una duna o una dura explanada, lo que convenga, a un encadenado de bailes que lamentablemente se vuelve repetitivo y pierde fuelle. Los primeros 40 minutos son de verdad hipnóticos, y eso dura hasta la música de Steve Reich; después, entramos en una búsqueda de extender el producto que es fallida. Es como si la obra se acabara tres veces. No es necesario reiterar, la pupila del espectador retiene lo que tiene que retener a la primera: esa es una de las causales de la danza en sí misma, de su tracto efímero.. Hay en Sol Invictus un claro interés por demostrar fuerza, pujanza física y respiratoria, pero ya el ballet nos enseña que es muy importante tener un vocabulario amplio para dar variedad y matices al discurso coréutico, y eso aquí falla por una razón: el abecedario o punto de partida de este tipo de danza urbana, le pongas el nombre que le pongas, es limitadísimo, repetitivo y poco flexible a la hora de diversificar y estructurar el todo coreográfico. Son cuatro, seis breves secuencias (frases podíamos decir) que por fuerza se repiten hasta la saciedad, aunque Koubi, con su sensibilidad, hace del grupo una forma orgánica que usa todo el escenario, se despliega y eso lo hace más soportable. Las figuras grupales recurren a convenciones conocidas: el corro, la torre, la escala, el canon que se fragmenta, los dúos ocasionales, ciertos momentos de tensión bélica. No es original en lo absoluto lo del kilt para los chicos o la gran tela dorada (sugiere la arena del desierto, o el segador reflejo solar), pero están utilizados con eficiencia.. Hervé Koubi tiene un discurso donde brotan su humanística y su compromiso social siempre presente, así como sus preocupaciones, que van desde esa manera de insertar un hombre que lucha en un grupo que lo cuestiona. La destreza, preparación y arrojo de la veintena de artistas es admirable, y nos permite analizar cuánto y tanto ha cambiado el mundo y la escena del baile contemporáneo, desde aquellos días cuando íbamos a Suresnes en busca de las ocurrencias de un alcalde progresista y un delegado de cultura sapiente empeñados en que los coreógrafos de vanguardia de entonces se interesaran por los chicos emergentes de las banlieues, en toda Francia, extrapolables a toda trama urbana y no solo la parisiense.. Volviendo a las danzas del sol y a tono con estos días de retrogradación y posverdad, Pierette Désy nos relata cómo en 1904 el Gobierno federal estadounidense prohibió las danzas proto-americanas del sol al considerarlas salvajes, inmorales y bárbaras, un veto que se reprimió con dureza entre las poblaciones indígenas que insistían en bailar al sol y que duró hasta fines de los años treinta. Tomemos nota. Poco hemos avanzado. Koubi a través de sus citas flamígeras nos lo quiere advertir.. 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El coreógrafo frances presenta ‘Sol Invictus’, cuyos primeros 40 minutos son hipnóticos pero después entra en una reiteración fallida
El exbailarín y coreógrafo francés Hervé Koubi (que nació en Cannes en el seno de una familia de orígenes argelinos, estudió y se doctoró en Farmacia y se formó como bailarín en el Centro de Rosella Hightower) ha vuelto a los Teatros del Canal de Madrid con su nueva obra, Sol Invictus, un tema arcaizante o clásico, si se quiere, y que por sí mismo tiene un largo pedigrí, de los más prolíficos en la danza de carácter ancestral y que la antropología cultural ha estudiado a fondo. Su segunda obra, Las noches bárbaras, que ha dado la vuelta al mundo y tiene más de 650 funciones a sus espaldas, lo consagró ante la crítica y el público y se vio, con triunfo, en 2018 en los Teatros del Canal y otras ciudades españolas.. Después del éxito de sus primeros trabajos creados exclusivamente para plantilla masculina, Koubi (cuya primera formación fue el ballet académico y luego derivó a trabajar con varios notorios coreógrafos de la “nouvelle danse française”, como Karine Saporta) recibió críticas bastante severas por la exclusión de mujeres en sus creaciones, y algunos de estos reproches, infundados en su iracundia, estaban teñidos de ese cierto fanatismo imperante con este delicado tema de la exclusión, la inclusión, la paridad y las discriminaciones que sean, ya sea por sexo u orientación. Un ejemplo palmario y actual es que empezamos a leer ya que el primer acto de El lago de los cisnes redactado por Rudolf Nuréyev es machista, todo porque, en un par de bailes de conjunto, el ruso acudió al ensemble masculino en referencia a bailes cortesanos de los siglos XVI y XVII. El teñido ideológico se lleva mal con la equidad ética de la recensión, ya eso más o menos nos lo enseñó Ruskin mirando un cuadro. Koubi incluye a unas muy dinámicas mujeres en Sol Invictus, ellas a veces son el centro de la acción, otras se suman a los retos de la fuerte calistenia deportiva de los b-boys, o como se llama a estos bailarines de danzas urbanas reconvertidos en casi brutales centauros; sería pueril llamarlas a ellas amazonas.. Son espectaculares en sus acrobacias, pero poco elásticos y maleables a efectos dancísticos. La estética bascula entre la contracultura y el gusto indie.. Hay abundante literatura sobre todo lo que se movió en torno al concepto Sol Invictus, en respuesta espejo al más antiguo Sol Indiges. Halsbergue describe con detalle casi hiperrealista los rituales y la presencia de la danza ya en época imperial romana, y eso se mezcla y traslada a todo el continente europeo sin fechas precisas, pero enlazando a lo primitivo prehistórico (miremos a Stonehenge, esa escenografía pétrea solar). La cosa, en la línea que nos ocupa, viene de atrás y atravesando el mar Adriático, de Magna Grecia y del culto a la prismática concepción griega de Helio, y para eso es mejor y objetivo usar la definición, tan clásica como precisa, de Nicholas Yalouris. Sol abarcador, dominador de las esferas, guía y germen de la vida. La utilidad simbólica y su proyección plástica están claras: toda iconografía, en cuanto puede, mete a su dios mayor en el sol, lo mezcla o lo adorna con sus rayos que pueden ser, a la vez, dadores seminales o hebras de castigo.. Herve Koubi traslada su ritual, porque eso es lo que es su creación, un rito urbano movido a veces a una duna o una dura explanada, lo que convenga, a un encadenado de bailes que lamentablemente se vuelve repetitivo y pierde fuelle. Los primeros 40 minutos son de verdad hipnóticos, y eso dura hasta la música de Steve Reich; después, entramos en una búsqueda de extender el producto que es fallida. Es como si la obra se acabara tres veces. No es necesario reiterar, la pupila del espectador retiene lo que tiene que retener a la primera: esa es una de las causales de la danza en sí misma, de su tracto efímero.. Hay en Sol Invictus un claro interés por demostrar fuerza, pujanza física y respiratoria, pero ya el ballet nos enseña que es muy importante tener un vocabulario amplio para dar variedad y matices al discurso coréutico, y eso aquí falla por una razón: el abecedario o punto de partida de este tipo de danza urbana, le pongas el nombre que le pongas, es limitadísimo, repetitivo y poco flexible a la hora de diversificar y estructurar el todo coreográfico. Son cuatro, seis breves secuencias (frases podíamos decir) que por fuerza se repiten hasta la saciedad, aunque Koubi, con su sensibilidad, hace del grupo una forma orgánica que usa todo el escenario, se despliega y eso lo hace más soportable. Las figuras grupales recurren a convenciones conocidas: el corro, la torre, la escala, el canon que se fragmenta, los dúos ocasionales, ciertos momentos de tensión bélica. No es original en lo absoluto lo del kilt para los chicos o la gran tela dorada (sugiere la arena del desierto, o el segador reflejo solar), pero están utilizados con eficiencia.. Más información. Todas las críticas de Babelia. Hervé Koubi tiene un discurso donde brotan su humanística y su compromiso social siempre presente, así como sus preocupaciones, que van desde esa manera de insertar un hombre que lucha en un grupo que lo cuestiona. La destreza, preparación y arrojo de la veintena de artistas es admirable, y nos permite analizar cuánto y tanto ha cambiado el mundo y la escena del baile contemporáneo, desde aquellos días cuando íbamos a Suresnes en busca de las ocurrencias de un alcalde progresista y un delegado de cultura sapiente empeñados en que los coreógrafos de vanguardia de entonces se interesaran por los chicos emergentes de las banlieues, en toda Francia, extrapolables a toda trama urbana y no solo la parisiense.. Volviendo a las danzas del sol y a tono con estos días de retrogradación y posverdad, Pierette Désy nos relata cómo en 1904 el Gobierno federal estadounidense prohibió las danzas proto-americanas del sol al considerarlas salvajes, inmorales y bárbaras, un veto que se reprimió con dureza entre las poblaciones indígenas que insistían en bailar al sol y que duró hasta fines de los años treinta. Tomemos nota. Poco hemos avanzado. Koubi a través de sus citas flamígeras nos lo quiere advertir.. Sol Invictus. Coreografía: Hervé Koubi. Asistente: Fayçal Hamlat. Bailarines: Francesca Bazzucchi, Badr Benr Guibi, Joy Isabella Brown, Denis Chernykh, Samuel Da Silveira Lima, Youssef El Kanfoudi, Oualid Guennoun, Abdelghani Ferradji, Elder Matheus Freitas Fernandes Oliveira, Hsuan-Hung Hsu, Pavel Krupa, Nadjib Meherhera, Ismail Oubbajaddi, Ediomar Pinheiro De Queiroz, Matteo Ruiz, Allan Sobral Dos Santos y Karn Steiner. Sala Roja Concha Velasco. Teatros del Canal. Madrid. Hasta el 16 de marzo
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