Para Ryushun Kusanagi, el budismo es más que una religión, pues puede servirnos como filosofía de vida para sobrellevar el día a día moderno. Leer
Para Ryushun Kusanagi, el budismo es más que una religión, pues puede servirnos como filosofía de vida para sobrellevar el día a día moderno. Leer
Al otro lado de la pantalla asoma un monje budista. Aparece ante un fondo de jardín japonés, ataviado con la tradicional túnica y saludando sonriente en español. «¡Hola! ¡Encantado!». Ryushun Kusanagi (Nara, Japón, 1969) se presenta con la promesa de desvelarnos las claves de la felicidad que dice haber encontrado gracias a la sabiduría de Buda. Pero no sin antes aclarar que, a pesar de levantarse cada día a las cuatro de la mañana para escribir o dar clases de budismo, no hace «las típicas cosas de monje». «Ya sabes, lo de ir a rezar…».. Primero, porque Kusanagi es el autor del bestseller japonés con más de 350.000 ejemplares vendidos: El arte de no reaccionar (publicado en España por Neko Books y la excusa para que haya aceptado esta entrevista). El libro basa su éxito en desentrañar la fórmula del budismo, que se nos promete válida para el día a día moderno pese a hundir sus raíces en la tradición milenaria.. Segundo, porque Kusanagi no viene a darnos una clase de religión, sino a defender justamente que el budismo es bastante más que eso. ¿Por qué no una filosofía de vida? De hecho, la tesis del monje es esta: aprende a pensar como Buda (no a creer en un Dios todopoderoso) y serás más feliz. O, lo que es lo mismo, podrás tomarte las cosas con más calma.. Y tercero, porque este monje huye de eufemismos. «Buda ya sabía hace 2.500 años que el ser humano estaba loco», suelta. Aun así, parece que no todo está perdido.. Pero empecemos por el principio. El origen de esta historia es la de un adolescente que un día, frustrado, decide poner rumbo a Tokio. Con 16 años, el joven Kusanagi acababa de abandonar la escuela secundaria. «Tuve que mentir sobre mi edad para poder trabajar y me sentía muy solo. Lo pasé bastante mal», rememora cuando se le pregunta por el peor momento de su vida, aquel que le hizo sufrir como a cualquier ser humano.. No fue el único. Kusanagi lograría años después graduarse en la Facultad de Derecho de la Universidad de Tokio. Sin embargo, su paso por el campus tampoco fue fácil. «Igual podía haber buscado otra carrera, pero lo cierto es que entré en la universidad y enseguida me di cuenta de que el único objetivo que se perseguía era satisfacer el orgullo propio, pensar sólo en tu beneficio. Fue una gran frustración».. Sin rumbo en la vida, hay quien se da a las drogas o el alcohol. Kusanagi prefirió volver a hacer las maletas. La decepción universitaria fue lo que le convenció para hacerse monje budista tras un viaje revelador a la India: «No encontraba una profesión que encajase conmigo y creí que la respuesta correcta para afrontar la vida sería convertirme en monje».. Por aquel entonces, Kusanagi tampoco había logrado afianzar el vínculo especial que ansiaba con su padre: «Mi padre era un hombre que no sabía quererse y que no tenía confianza en sí mismo. Yo buscaba tener una buena relación padre-hijo pero no lo conseguía. Y darme cuenta de que nunca iba a ser posible fue muy duro para mí».. Y ahora sí, primera enseñanza del budismo: vivir es sufrir. Tanto que el primer sermón de Buda ya aborda lo que se conoce como «los ocho tipos de sufrimiento»: el nacimiento, la vejez, la enfermedad, la muerte, encontrar lo que no queremos, separarnos de quien amamos, no lograr lo que deseamos y el sufrimiento humano sin remedio. Todo lo que nos hace daño cabe en una lista de ocho cosas.. Según Kusanagi, «el sufrimiento del que habla Buda se denomina en sánscrito dukkha», un término que proviene de la palabra du, que significa dificultad u obstáculo, y de kha, que puede entenderse como vacío eterno. «Transmite la idea de que vivir no es en absoluto fácil», resume el monje en su libro, para abordar a continuación «las cuatro nobles verdades». Es decir, los cuatro pasos en el camino a la felicidad:. Reconocer que la vida implica sufrir.. Entender que el sufrimiento tiene una causa.. Comprender que es posible superar el sufrimiento.. Conocer el método para eliminar el sufrimiento.. ¿Descorazonador? En realidad, todo es más sencillo si se resume como… el arte de no reaccionar.. Hay una idea que repite con insistencia este monje japonés: «La reacción emocional es el origen del sufrimiento». Esto significa que nuestra mente reacciona continuamente a todo tipo de estímulos, lo que a su vez provoca en nosotros sentimientos de rabia, tristeza, angustia… De ahí que Kusanagi defienda que la solución al padecimiento está en nuestra mente, es decir, en cómo nos enfrentamos a la desdicha.. «No importan los problemas o sufrimientos a los que debamos enfrentarnos, todos tienen solución». Según el monje, «tan solo necesitamos un método», que no es otra cosa que «la forma de usar nuestra mente». Si conseguimos no dejarnos llevar por las pasiones, sufriremos menos. No reaccionar para calmar la mente. Algo así como poner cara de póker… pero sintiéndolo de verdad.. Ahora que la obsesión de los gurús de Silicon Valley con el estoicismo ha devuelto en Occidente el interés por los filósofos de la Antigua Grecia, no está de más preguntarse si en el fondo hablamos todos de lo mismo. Si el estoicismo viene a ser el dominio de las propias pasiones y el budismo, el control de las reacciones emocionales, ¿nos venden el mismo billete para el viaje a la virtud?. No exactamente. Para Kusanagi, «el estoicismo tira más hacia el dolor», en la medida en que se concibe como una oportunidad para crecer como persona. Es decir, según la filosofía del estoicismo, el dolor no se rehúye, sino que se encara y se soporta con valentía y coraje. El budismo, por el contrario, se sitúa entre el hedonismo -la búsqueda del placer como fin último- y el estoicismo. «Justo en medio, en la posición neutra», concreta el monje. Porque, al fin y al cabo, el budismo no esquiva el placer.. ¿Por qué parece entonces que nos hemos vuelto todos (o eso decimos) un poco estoicos? «Porque no podemos controlar nuestras mentes», responde Kusanagi. «Es como si condujéramos un coche al que no le funcionan los frenos ni el volante, por lo que somos incapaces de controlarlo. Lo que queremos entonces es conseguir la estabilidad, y por eso nos atrae el estoicismo. En cuanto el coche vuelva a funcionar, ya no nos hará falta ir a extremos como el estoicismo».. Conclusión: estamos completamente desequilibrados. El diagnóstico del monje obedece a una razón. No es que estemos más estresados y angustiados que nunca -aunque lo parezca-, sino que «desde el inicio de los tiempos, el ser humano ha sido incapaz de calmar su mente». Eso sí, el monje admite que «es un hecho que el mundo se ha vuelto loco».. – ¿Por qué?. – Los dictadores proliferan en el mundo. No sólo en Estados Unidos, Rusia, Israel… Se supone que los monjes no podemos dar nombres propios, pero bueno. La realidad es que hay muchas personas con un poder excesivo que lo utilizan para hacer daño a la gente.. Según el monje, basta con detenerse a analizar lo que mueve a quienes acaparan el poder. «Si vemos de dónde vienen los dictadores, nos damos cuenta de que todo obedece al deseo de acumular poder. La raíz de toda esta locura está en las ilusiones». Buda ya lo sabía hace 2.500 años, insiste Kusanagi.. El monje no duda cuando se le pregunta por el gran peligro que nos acecha: «El mayor problema de la sociedad actual, y que se ve sobre todo en el caso de los jóvenes, es el deseo de reconocimiento, el deseo de que nos hagan caso».. Buda ya decía que, para empezar, el deseo también conduce al sufrimiento. Si cumplimos un deseo obtendremos placer. Pero, al mismo tiempo, esto significa que si el deseo no se cumple, a cambio sólo tendremos insatisfacción. En su libro, Kusanagi explica que la insatisfacción se debe precisamente a ese deseo de aprobación y de «querer sentirnos validados».. «Es un deseo exclusivo de los humanos y que parece no darse entre animales», subraya. «Los animales también tienen deseos, pero no tienen ilusiones. Los animales simplemente satisfacen sus necesidades, comen, duermen y ya son felices. Lo que nos distingue a los humanos es que tenemos un cerebro capaz de crear ilusiones». Y eso es un problema.. El ejemplo más claro, dice, son las redes sociales. ¿Acaso hay algo capaz de provocarnos mayor deseo aspiracional en la vida? Así es cómo funcionan según el monje: «Entramos en Instagram y enseguida vemos a alguien a quien querríamos parecernos. Queremos ser como esa persona. Y, al tener la ilusión de poder llegar a ser como ella, la codicia aumenta. El peligro es que podemos acabar siendo controlados por las ilusiones».. Otro ejemplo: la ilusión por ser eternamente jóvenes.. – ¿Por qué nos da miedo envejecer?. – Porque justamente estamos controlados por las ilusiones. Porque no nos conformamos con nuestro aspecto actual y queremos ser más guapos. Es una ilusión, y la ilusión es algo que se aprende.. – ¿Ilusionarse es siempre malo?. – No, pero si las ilusiones se vuelven exageradas y no se satisfacen, conllevan sufrimiento. Si ansías una operación estética que no puedes hacerte, si quieres más y más dinero… acabarás pasándolo mal.. El monje advierte incluso de que tener un exceso de confianza en uno mismo es otra trampa. Las personas que parecen seguras de sí mismas, expone, «en realidad están atrapadas en la ilusión de ser increíbles o quieren que los demás las perciban así». Sin embargo, «esa confianza no es más que una ilusión infundada».. No hay que olvidar que la propia Real Academia Española (RAE) define la ilusión como «concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos». Por eso el budismo es claro a la hora de desterrar lo que conocemos como positive thinking o pensamiento positivo, tan de moda en los discursos que se expanden por las redes.. «A menudo nos sugieren el uso de mensajes de optimismo como ‘puedo hacerlo’ o ‘cada día voy mejor’», argumenta Kusanagi. Ahora bien, «si ese mensaje positivo está alejado de la realidad, nuestra mente lo percibirá como falso y dejará de surtir efecto». Lo que el budismo sugiere es «deshacerse de los juicios negativos hacia uno mismo y centrarse únicamente en el momento presente, en qué debemos o podemos hacer».. Dicho de otra forma, las palabras no sirven de nada si no se transforman en hechos. Y si las palabras resultaron ser falsas -porque en el fondo «no puedo hacerlo»-, habremos caído en el engaño de la ilusión. El budismo, según Kusanagi, «no recurre a palabras que no sean compatibles con la realidad o que, en cierto sentido, sean ilusorias».. La enseñanza del monje es la que sigue: «No debemos desanimarnos ni hundirnos, ni reprocharnos o mirar atrás con amargura. No seamos pesimistas. En lugar de eso, centrémonos en el presente, comprendamos correctamente y dediquémonos por completo a pensar lo que podemos hacer a partir de ahora». O, como diría Buda, «deshazte de las manchas del pasado y evita crear nuevas. Quien descubre la sabiduría se libera de las ideas preconcebidas y no se culpa». Porque «quien lo logre ya habrá ganado y no habrá nadie que pueda derrotarlo».
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