El historiador Eric Storm rastrea en un iluminador ensayo el concepto de nación que, desde la modernidad, se ha convertido en nuestro credo moral, es decir, en cultura y sentimiento, en política e identidad Leer
El historiador Eric Storm rastrea en un iluminador ensayo el concepto de nación que, desde la modernidad, se ha convertido en nuestro credo moral, es decir, en cultura y sentimiento, en política e identidad Leer
Tras la caída del Imperio Austrohúngaro, el escritor Joseph Roth echaba de menos la figura de un emperador. Había perdido una patria sin ganar a cambio una nación. No deja de ser curioso que, en el Antiguo Testamento, a cada nación se le asigne un ángel, pero que sólo al pueblo de Dios le corresponda una patria, o sea, convertirse en el hogar del Padre. La nación nacionalista es un concepto relativamente moderno, de raíz gnóstica y muy a menudo empobrecedor. Y, sin embargo, junto con el capitalismo y la ideología marxista, ha moldeado el mundo contemporáneo.. Eric Storm abre su último libro, Nacionalismo: una historia mundial, con una constatación quizás incómoda: «El nacionalismo está claramente en una tendencia ascendente». No debería sorprendernos. Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Leiden, Storm rastrea el concepto de nación que, desde la modernidad, se ha convertido en nuestro credo moral, es decir, en cultura y sentimiento, en política e identidad. Parte de la ambición intelectual del libro procede de un enfoque global que se aparta de la miopía del eurocentrismo. De su lectura, compleja y rigurosa, el lector saldrá sin duda enriquecido.. Traducción de Iván Barbeitos. Crítica. 688 páginas. 24,90 € Ebook: 12,99 €. Puedes comprarlo aquí.. Por supuesto, no nos situamos ante un concepto olvidado. El marco conceptual en que se mueve Storm reformula a los teóricos de referencia del nacionalismo: Benedict Anderson, Ernest Gellner y Eric Hobsbawm, sin olvidar la perspectiva reciente de las escuelas globalistas (autores como Wimmer o Lieberman) que ponen el énfasis en la circulación transnacional de ideas, símbolos e instituciones. En el debate entre demos y ethnos, combina la historia de la estatalización con la de las identidades culturales, cuya relación causal -advierte- es más débil de lo que se cree. Cuatro son los grandes ejes que articulan sus capítulos: la formación de los estados, la ciudadanía, la nacionalización de la cultura y del entorno físico.. Especialmente iluminador resulta su análisis de la vida cotidiana: por ejemplo, la politización del paisaje a través de las guías turísticas (aunque aquí no alcance la hondura literaria y ensayística de una Rebecca Solnit), la conversión de trajes y danzas folclóricos en patrimonio cultural y la inclusión de la gastronomía en el imaginario colectivo. Podemos asegurar, pues, que vivimos y respiramos en la nación, que nos sostenemos en ella, que somos ella. De hecho, nadie escapa a su época.. Nacionalismo: una historia mundial se beneficia de adoptar un enfoque descriptivo. Se muestra atento a la tensión entre ciudadanía y etnicidad, critica las inercias disciplinares y visibiliza los procesos de nacionalización de la vida común. La precisión con que distingue la pertenencia cívica y la homogeneidad cultural ilumina muchos de los debates actuales. Cuando afirma que el Estado nación representa un caso de éxito extraordinario en la historia, constata una hegemonía institucional que ha convertido un modelo histórico en el orden natural de la política y cuya plasticidad explica tanto las emancipaciones como las exclusiones.. Esta ambivalencia recorre tanto las páginas postcoloniales como las contemporáneas: el mismo repertorio que suscita el entusiasmo en un estadio o en una manifestación puede levantar fronteras en la calle. No es ajena a la experiencia española la pregunta por la exclusión, incluso en contextos democráticos.. En última instancia, este exhaustivo estudio nos recuerda que el nacionalismo es inseparable de la modernidad, sin obviar algunas de sus patologías -que no son menores-. Entre el cosmopolitismo abstracto y las identidades monocromas hay un espacio para las comunidades abiertas, conscientes de que su valía no depende del rechazo de lo diverso. Y esto me lleva de nuevo al lamento de Roth por la pérdida de la patria plural que fue el Imperio Austrohúngaro y que se vería reemplazada por la atomización nacional. La tragedia, aún perceptible en aquella geografía cultural, es una advertencia sobre la amenaza latente en cualquier nacionalismo.
Literatura // elmundo