Cuando en 1986 Coors eligió a Elvira como imagen de la marca, encumbrándola como una de las primeras mujeres en patrocinar una cerveza, The Wall Street Journal sentenció: “Halloween, que en otro tiempo fue una fiesta para niños vestidos de piratas y princesas, ahora rivaliza con el Día de San Patricio y con Nochevieja como evento festivo para los adultos. Échenle la culpa a Elvira”. No se equivocaban. Lo que nadie imaginó entonces, ni siquiera Cassandra Peterson, la actriz detrás del personaje, fue que aquella vampiresa que dinamitó el mito de la femme fatale con chistes malos y una imagen tan hipersexualizada como autoparódica, acabaría convirtiéndose en una figura tan querida como Santa Claus. Cuatro décadas después de enfundarse un vestido de escote imposible y una peluca negra con un crepado inspirado en Ronnie Spector, sigue reinando, imperturbable, en el imaginario popular.. Elvira’s Movie Macabre, el espacio en el que presentaba películas de terror en la cadena KHJ-TV, la catapultó a la fama. Debutó en septiembre de 1981 con La tumba del vampiro, de John Hayes. El presupuesto, como el de la mayoría de cintas de serie B que emitía, era irrisorio, pero en pocos meses el programa se convirtió en un fenómeno de culto, y los principales talk shows del país se disputaban su presencia.. A pesar de que Elvira era una generosa fuente de ingresos para KHJ-TV, Peterson apenas vio aumentar su sueldo de 350 a 500 dólares semanales. Sin embargo, con la ayuda de su mánager, a la par que esposo, y del abogado Vance Van Petten, logró algo que sellaría su estabilidad económica para siempre: antes de que la emisora cancelara Elvira’s Movie Macabre en 1986, se hizo con los derechos del personaje. Aquello, unido a que ese mismo año el programa fue sindicado —y los viejos episodios grabados en Los Ángeles comenzaron a emitirse por todo Estados Unidos—, la consolidó como la primera presentadora de películas de terror televisadas a escala nacional. Desde ese momento, tuvo plena autonomía para capitalizar su alter ego mediante una inagotable línea de productos, licencias y, entre otras, dos películas —Elvira, reina de las tinieblas (1988), producida por la NBC y que le valió un Razzie a la Peor Actriz, y su secuela Elvira’s Haunted Hills (2001)— que mantuvieron viva su leyenda. Y, sobre todo, pudo disfrutar de una vida tranquila y cumplir su sueño de ser madre en 1994, con 43 años, lejos ya del escrutinio mediático.. Hoy en día, a sus 74 años, en un Hollywood misógino que rara vez honra la veteranía, el mérito resulta todavía mayor. Emulando los pasos de Martha Stewart, acaba de publicar el recetario Elvira’s Cookbook from Hell (El libro de cocina infernal de Elvira), mantiene el contacto con sus fieles en convenciones y, al conservar sus derechos de imagen, ha forjado un lucrativo emporio de merchandising. “Nunca me he acercado siquiera a ser lo que llamaríamos una celebridad de primera fila. He sido más de segunda o tercera categoría; no tanto una actriz como un producto de la cultura underground popular”, escribe en su autobiografía, editada en 2022 en español por Neo Person bajo el título Cruelmente tuya, Elvira. Memorias de la Reina de las Tinieblas.. La senda hacia el éxito, de todos modos, comenzó marcada por el dolor. Nacida en Manhattan, una pequeña ciudad de Kansas con poco más de 50.000 habitantes, Peterson tenía apenas 18 meses cuando un cazo de agua hirviendo le cayó encima. Las quemaduras de tercer grado que cubrieron un tercio de su cuerpo la obligaron a someterse a múltiples injertos de piel. Las cicatrices que le quedaron minaron su autoestima en la escuela, aunque también sembraron en ella una fascinación precoz por el cine de terror. A los ocho años vio La mansión de los horrores, de William Castle, y halló en Vincent Price a su “antihéroe favorito”. “Mientras mis hermanas jugaban con Barbie, yo pasaba las horas montando y pintando mis monstruitos de la Universal”, recuerda en sus memorias.. La adolescencia trajo consigo su particular despertar: el cuerpo que había aprendido a ocultar se rebeló contra la timidez. “Pasé de paria a princesa en el instituto”, bromea acerca de cómo “una noche me fui a dormir plana como una plancha y al día siguiente me desperté con unas enormes tetas”. Conforme las cicatrices de su cuello iban atenuándose, se las ingenió para cubrirlas con su melena pelirroja y a usar medias y mallas, como si fueran una armadura, para disimular las huellas aún visibles de los injertos. Aquella mezcla de vulnerabilidad y desparpajo le dio el ímpetu para iniciar una carrera.. Tras participar en un concurso de gogós en una discoteca para menores de veintiuno que frecuentaba, empezó a trabajar por las noches como bailarina en un local de Colorado Springs. “¿Cómo es que mis padres me permitían hacer esto con solo catorce años? Yo andaba descontrolada, no escuchaba nada de lo que decían”, relata. Lejos de moderarse, dobló la apuesta. Aprovechando las vacaciones de primavera, viajó con su familia a Las Vegas para disfrutar de un fastuoso y picante show en el ya extinto Dunes Hotel, donde un productor se acercó a la mesa que ocupaban para proponerle audicionar para un nuevo espectáculo de variedades. Pese a la reticencia inicial de sus padres, se presentó a la prueba. La superó con creces. En el verano de 1969, a las pocas semanas de graduarse, debutó en Vive Les Girls!. Con 17 años era la showgirl más joven de todo el Strip.. Según sus memorias, el año largo que pasó en Las Vegas dio para mucho. Tuvo una cita doble con unos entonces desconocidos Arnold Schwarzenegger y Franco Columbu que arrasaron un bufé libre, rechazó una raya de cocaína que Liza Minnelli le ofreció (“No tenía ni idea de lo que me estaba hablando, pero me pareció muy amable por su parte”, ironiza), y Frank Sinatra, al conocerla, se limitó a espetarle un humillante “bonitas tetas”. También, por motivos muy distintos, vivió dos escenas que nunca olvidaría: la noche en que frenó a Tom Jones, cuando unos inocentes besos dieron paso a algo más íntimo, y el día en que Elvis Presley —su gran ídolo— le dijo que aquel no era lugar para alguien de su edad, y le aconsejó tomar clases de canto. “Elvis tenía razón”, admite. “Había sido la corista más joven de la ciudad y tenía claro que no quería acabar siendo la más vieja.” La hora de dejar Las Vegas había llegado.. En su biografía también hace hincapié en su época en París y en Roma, donde, además de formar parte de una banda de pop con tintes funk y bossa nova llamada I Latins 80, hizo cameos en películas como Roma, de Federico Fellini, y Salomé, de Carmelo Bene. Con el dinero justo para sobrevivir, acabó instalándose en Los Ángeles sin saber muy bien qué rumbo tomar. “¿Quería ser actriz? ¿Cantante? ¿Bailarina? No tenía un punto focal; lo único que sabía era que quería trabajar en el mundo del espectáculo”, confiesa en sus páginas. Las dudas, no obstante, pronto se disiparon. A mediados de los setenta se unió al grupo de improvisación The Groundlings —cantera de futuras estrellas como Laraine Newman, miembro original del elenco de Saturday Night Live, o Paul Reubens, creador del célebre Pee-wee Herman— y descubrió que la comedia, más que una vocación, era su naturaleza.. Durante casi un lustro, Peterson compaginó las funciones en The Groundlings con empleos temporales que apenas le daban para llegar a fin de mes. Rozando la treintena, estuvo tentada de abandonar sus aspiraciones artísticas. Pero el 5 de julio de 1981, veinticuatro horas después de casarse con el músico —y futuro mánager— Mark Pierson, recibió una llamada que cambiaría su destino. Una amiga le contó que KHJ-TV, una emisora local de Los Ángeles con tradición en programar películas de terror en sesiones nocturnas, buscaba presentadora. El formato no era nuevo: en los años cincuenta, Maila Nurmi había interpretado a Vampira, una anfitriona que introducía y despedía cada filme con humor negro y un aire siniestro. La cadena incluso quiso recuperarla, pero pronto desestimó la idea: Nurmi, ya cercana a los sesenta, no encajaba en la imagen más joven que pretendían proyectar. Así fue como Peterson, que sí cumplía todos los requisitos, se quedó con el papel y, junto al diseñador de vestuario Robert Redding, moldeó a Elvira, una versión más moderna y paródica que la de su predecesora.. No cabe duda de que Peterson se muestra sin filtros en Cruelmente tuya, Elvira. Memorias de la Reina de las Tinieblas. Poco dada a hablar de su vida personal, aprovechó el libro para admitir que fue un error haber involucrado a Pierson en sus negocios y que “cuando llegó el bebé, nuestro matrimonio empezó a caer en picado”, lo que puso fin a veinticinco años juntos. En las páginas finales hace, además, una revelación inédita: desde 2002 —un año antes de formalizar su divorcio— comparte su vida con Teresa Wierson, una entrenadora personal a la que conoció en el gimnasio Gold’s Gym de Hollywood, donde acudió para recuperar la forma tras dar a luz. “Como Cassandra, no me habría importado que la gente supiera de nuestra relación, pero sentía la necesidad de proteger a Elvira para mantener mi carrera a flote. Elvira siempre se ha sentido atraída por los hombres, y estos por ella, de modo que me preocupaba que si anunciaba que ya no llevaba una vida hetero, mis fans se sintieran engañados, me tacharan de hipócrita y me abandonaran”, reconoce. Nadie la juzgó. Después de toda una vida rodeada de disfraces, Cassandra Peterson se atrevió a quitarse el suyo. Elvira le dio la fama, pero también algo más valioso: la llave de su propia libertad.. Seguir leyendo
Cassandra Peterson repasa en sus memorias su trayectoria en un Hollywood que no perdona la diferencia y recuerda que Halloween era una cosa de niños hasta que apareció ella
Cuando en 1986 Coors eligió a Elvira como imagen de la marca, encumbrándola como una de las primeras mujeres en patrocinar una cerveza, The Wall Street Journal sentenció: “Halloween, que en otro tiempo fue una fiesta para niños vestidos de piratas y princesas, ahora rivaliza con el Día de San Patricio y con Nochevieja como evento festivo para los adultos. Échenle la culpa a Elvira”. No se equivocaban. Lo que nadie imaginó entonces, ni siquiera Cassandra Peterson, la actriz detrás del personaje, fue que aquella vampiresa que dinamitó el mito de la femme fatale con chistes malos y una imagen tan hipersexualizada como autoparódica, acabaría convirtiéndose en una figura tan querida como Santa Claus. Cuatro décadas después de enfundarse un vestido de escote imposible y una peluca negra con un crepado inspirado en Ronnie Spector, sigue reinando, imperturbable, en el imaginario popular.. Elvira’s Movie Macabre debutó en septiembre de 1981 con La tumba del vampiro, de John Hayes. El presupuesto, como el de la mayoría de cintas de serie B que emitía, era irrisorio, pero en pocos meses el programa se convirtió en un fenómeno de culto, y los principales talk shows del país se disputaban su presencia.. Cassandra Peterson (Elvira) fotografiada en Los Ángeles en 1983.Aaron Rapoport (Getty Images). A pesar de que Elvira era una generosa fuente de ingresos para KHJ-TV, Peterson apenas vio aumentar su sueldo de 350 a 500 dólares semanales. Sin embargo, con la ayuda de su mánager, a la par que esposo, y del abogado Vance Van Petten, logró algo que sellaría su estabilidad económica para siempre: antes de que la emisora cancelara Elvira’s Movie Macabre en 1986, se hizo con los derechos del personaje. Aquello, unido a que ese mismo año el programa fue sindicado —y los viejos episodios grabados en Los Ángeles comenzaron a emitirse por todo Estados Unidos—, la consolidó como la primera presentadora de películas de terror televisadas a escala nacional. Desde ese momento, tuvo plena autonomía para capitalizar su alter ego mediante una inagotable línea de productos, licencias y, entre otras, dos películas —Elvira, reina de las tinieblas (1988), producida por la NBC y que le valió un Razzie a la Peor Actriz, y su secuela Elvira’s Haunted Hills (2001)— que mantuvieron viva su leyenda. Y, sobre todo, pudo disfrutar de una vida tranquila y cumplir su sueño de ser madre en 1994, con 43 años, lejos ya del escrutinio mediático.. Hoy en día, a sus 74 años, en un Hollywood misógino que rara vez honra la veteranía, el mérito resulta todavía mayor. Emulando los pasos de Martha Stewart, acaba de publicar el recetario Elvira’s Cookbook from Hell (El libro de cocina infernal de Elvira), mantiene el contacto con sus fieles en convenciones y, al conservar sus derechos de imagen, ha forjado un lucrativo emporio de merchandising. “Nunca me he acercado siquiera a ser lo que llamaríamos una celebridad de primera fila. He sido más de segunda o tercera categoría; no tanto una actriz como un producto de la cultura underground popular”, escribe en su autobiografía, editada en 2022 en español por Neo Person bajo el título Cruelmente tuya, Elvira. Memorias de la Reina de las Tinieblas.. La portada del libro de recetas ‘Elvira’s cookbook from hell’.. La senda hacia el éxito, de todos modos, comenzó marcada por el dolor. Nacida en Manhattan, una pequeña ciudad de Kansas con poco más de 50.000 habitantes, Peterson tenía apenas 18 meses cuando un cazo de agua hirviendo le cayó encima. Las quemaduras de tercer grado que cubrieron un tercio de su cuerpo la obligaron a someterse a múltiples injertos de piel. Las cicatrices que le quedaron minaron su autoestima en la escuela, aunque también sembraron en ella una fascinación precoz por el cine de terror. A los ocho años vio La mansión de los horrores, de William Castle, y halló en Vincent Price a su “antihéroe favorito”. “Mientras mis hermanas jugaban con Barbie, yo pasaba las horas montando y pintando mis monstruitos de la Universal”, recuerda en sus memorias.. La adolescencia trajo consigo su particular despertar: el cuerpo que había aprendido a ocultar se rebeló contra la timidez. “Pasé de paria a princesa en el instituto”, bromea acerca de cómo “una noche me fui a dormir plana como una plancha y al día siguiente me desperté con unas enormes tetas”. Conforme las cicatrices de su cuello iban atenuándose, se las ingenió para cubrirlas con su melena pelirroja y a usar medias y mallas, como si fueran una armadura, para disimular las huellas aún visibles de los injertos. Aquella mezcla de vulnerabilidad y desparpajo le dio el ímpetu para iniciar una carrera.. Tras participar en un concurso de gogós en una discoteca para menores de veintiuno que frecuentaba, empezó a trabajar por las noches como bailarina en un local de Colorado Springs. “¿Cómo es que mis padres me permitían hacer esto con solo catorce años? Yo andaba descontrolada, no escuchaba nada de lo que decían”, relata. Lejos de moderarse, dobló la apuesta. Aprovechando las vacaciones de primavera, viajó con su familia a Las Vegas para disfrutar de un fastuoso y picante show en el ya extinto Dunes Hotel, donde un productor se acercó a la mesa que ocupaban para proponerle audicionar para un nuevo espectáculo de variedades. Pese a la reticencia inicial de sus padres, se presentó a la prueba. La superó con creces. En el verano de 1969, a las pocas semanas de graduarse, debutó en Vive Les Girls!. Con 17 años era la showgirl más joven de todo el Strip.. Según sus memorias, el año largo que pasó en Las Vegas dio para mucho. Tuvo una cita doble con unos entonces desconocidos Arnold Schwarzenegger y Franco Columbu que arrasaron un bufé libre, rechazó una raya de cocaína que Liza Minnelli le ofreció (“No tenía ni idea de lo que me estaba hablando, pero me pareció muy amable por su parte”, ironiza), y Frank Sinatra, al conocerla, se limitó a espetarle un humillante “bonitas tetas”. También, por motivos muy distintos, vivió dos escenas que nunca olvidaría: la noche en que frenó a Tom Jones, cuando unos inocentes besos dieron paso a algo más íntimo, y el día en que Elvis Presley —su gran ídolo— le dijo que aquel no era lugar para alguien de su edad, y le aconsejó tomar clases de canto. “Elvis tenía razón”, admite. “Había sido la corista más joven de la ciudad y tenía claro que no quería acabar siendo la más vieja.” La hora de dejar Las Vegas había llegado.. En su biografía también hace hincapié en su época en París y en Roma, donde, además de formar parte de una banda de pop con tintes funk y bossa nova llamada I Latins 80, hizo cameos en películas como Roma, de Federico Fellini, y Salomé, de Carmelo Bene. Con el dinero justo para sobrevivir, acabó instalándose en Los Ángeles sin saber muy bien qué rumbo tomar. “¿Quería ser actriz? ¿Cantante? ¿Bailarina? No tenía un punto focal; lo único que sabía era que quería trabajar en el mundo del espectáculo”, confiesa en sus páginas. Las dudas, no obstante, pronto se disiparon. A mediados de los setenta se unió al grupo de improvisación The Groundlings —cantera de futuras estrellas como Laraine Newman, miembro original del elenco de Saturday Night Live, o Paul Reubens, creador del célebre Pee-wee Herman— y descubrió que la comedia, más que una vocación, era su naturaleza.. Cassandra Peterson en una acto 2016.Jenny Anderson (WireImage). Durante casi un lustro, Peterson compaginó las funciones en The Groundlings con empleos temporales que apenas le daban para llegar a fin de mes. Rozando la treintena, estuvo tentada de abandonar sus aspiraciones artísticas. Pero el 5 de julio de 1981, veinticuatro horas después de casarse con el músico —y futuro mánager— Mark Pierson, recibió una llamada que cambiaría su destino. Una amiga le contó que KHJ-TV, una emisora local de Los Ángeles con tradición en programar películas de terror en sesiones nocturnas, buscaba presentadora. El formato no era nuevo: en los años cincuenta, Maila Nurmi había interpretado a Vampira, una anfitriona que introducía y despedía cada filme con humor negro y un aire siniestro. La cadena incluso quiso recuperarla, pero pronto desestimó la idea: Nurmi, ya cercana a los sesenta, no encajaba en la imagen más joven que pretendían proyectar. Así fue como Peterson, que sí cumplía todos los requisitos, se quedó con el papel y, junto al diseñador de vestuario Robert Redding, moldeó a Elvira, una versión más moderna y paródica que la de su predecesora.. No cabe duda de que Peterson se muestra sin filtros en Cruelmente tuya, Elvira. Memorias de la Reina de las Tinieblas. Poco dada a hablar de su vida personal, aprovechó el libro para admitir que fue un error haber involucrado a Pierson en sus negocios y que “cuando llegó el bebé, nuestro matrimonio empezó a caer en picado”, lo que puso fin a veinticinco años juntos. En las páginas finales hace, además, una revelación inédita: desde 2002 —un año antes de formalizar su divorcio— comparte su vida con Teresa Wierson, una entrenadora personal a la que conoció en el gimnasio Gold’s Gym de Hollywood, donde acudió para recuperar la forma tras dar a luz. “Como Cassandra, no me habría importado que la gente supiera de nuestra relación, pero sentía la necesidad de proteger a Elvira para mantener mi carrera a flote. Elvira siempre se ha sentido atraída por los hombres, y estos por ella, de modo que me preocupaba que si anunciaba que ya no llevaba una vida hetero, mis fans se sintieran engañados, me tacharan de hipócrita y me abandonaran”, reconoce. Nadie la juzgó. Después de toda una vida rodeada de disfraces, Cassandra Peterson se atrevió a quitarse el suyo. Elvira le dio la fama, pero también algo más valioso: la llave de su propia libertad.
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