La escritora y periodista de origen cubano Gina Montaner publica ‘Deséenme un buen viaje’, el íntimo relato sobre cómo la familia ayudó a su padre, el intelectual Carlos Alberto Montaner, a ejercer su derecho a la eutanasia Leer
La escritora y periodista de origen cubano Gina Montaner publica ‘Deséenme un buen viaje’, el íntimo relato sobre cómo la familia ayudó a su padre, el intelectual Carlos Alberto Montaner, a ejercer su derecho a la eutanasia Leer
Dos días antes de morir, el escritor y periodista de origen cubano Carlos Alberto Montaner fue al cine con su hija Gina, también escritora y columnista en las páginas de Internacional de este periódico. Vieron Una vida no tan simple, de Félix Viscarret, y les gustó mucho. Estaba acabando el mes de junio de 2023 y a Montaner se le estaba acabando la vida, no ya porque se estuviera agravando su diagnóstico de parálisis supranuclear progresiva (PSP) -un tipo de párkinson muy agresivo- sino porque este intelectual, que consagró su vida a la libertad, había decidido morir. Es decir, ejercer libremente su derecho a la eutanasia.. «Fue la mañana del 29 de junio. Él estaba muy sereno. Se levantó y dijo: ‘A ver si no van a venir…’». Se refería al equipo encargado -y «formidable», en palabras de Gina- que se encargaría de ayudar a su padre a irse. Junto a él, su familia: su esposa, su hijo y su hija, quien la semana pasaba recordaba la dura y bella vivencia en este periódico, junto a sus compañeros. «Le inyectaron las sustancias y nos dijo a los tres: ‘Deséenme un buen viaje’». Y así se llama también el libro que Gina Montaner acaba de publicar con la editorial Planeta: las memorias de una despedida y también un alegato a favor de las libertades individuales.. Pero Deséenme un buen viaje también es una profunda reflexión sobre la vida y la muerte, sobre el amor y sobre cómo decir adiós a las personas que más queremos y que más nos quieren. «Mi padre era un liberal en el más amplio sentido de la palabra, no sólo en lo económico sino también en lo social. Y siempre había defendido el derecho a la eutanasia, y había seguido muy de cerca el caso de Ramón Sampedro…», arranca Gina Montaner.. «Te pido que me ayudes a morir» fue la frase que su padre le dijo un año antes y con la que comienza su libro, que es también la crónica familiar de un joven matrimonio de exiliados cubanos. «Mi padre me lo dijo sin preámbulos, pero no me tomó por sorpresa. Era algo que esperaba aunque no habláramos de ello. Estábamos en una cafetería anodina en Miami, donde vivíamos desde hacía 10 años. El plan siempre fue regresar a Madrid. (…) En sus palabras había una carga de urgencia. Estaba a punto de cumplir 79 años. ‘Los 80 los celebraré en España, serán los últimos’», puede leerse en el libro.. Durante la entrevista, Gina ahondará aún más. Dirá, por ejemplo, que no le extrañó en absoluto semejante petición precisamente por quién fue su padre, un intelectual que «siempre había defendido las libertades individuales». «Cuando él me lo plantea yo llevaba tiempo pensándolo, me parecía raro que no me hubiera hablado ya de ello. Pero yo no se lo iba a decir. Para mí era muy duro», recuerda.. Montaner padre también pidió entonces a Montaner hija que «le ayudara con su madre». Se habían conocido con 14 años, se habían casado con 16 y habían vivido toda clase de vivencias juntos. Habían sido, en palabras de su hija, «precoces en todo». «Mi padre, que siempre tuvo mucho sentido del humor, decía que había sido una cadena perpetua. Como es lógico, mi padre ya le había planteado a mi madre sus planes, pero para ella era muy duro, ella si ofreció cierta resistencia, así que yo, de alguna manera, me convertí en su defensora», rememora.. La familia al completo respetó la decisión de un hombre que estuvo lúcido hasta el último minuto de su vida. «Su voluntad era morir antes de perder todas las facultades. Mi madre deseó hasta el último momento que no lo hiciera, y yo en ese sentido admiro mucho a mi padre porque fue capaz de resistir a los chantajes emocionales lógicos entre seres queridos que pueden producirse en una situación como ésta».. Han pasado casi dos años, pero lo vivido sigue latente en una mujer que, cual herencia familiar, sigue siendo una férrea defensora de la libertad, y que se muestra preocupada por los derroteros por los que parece transitar nuestro mundo. Cuando se le pregunta por la belleza de lo vivido, la íntima comunión entre padre e hija, se emociona y admite: «Me ha marcado mucho». Y cuenta que «fue muy importante» que su padre recurriera a ella «porque si no hubiera sido imposible». Se refiere a la cuestión burocrática, el «desgaste» que implicó solicitar la eutanasia». Al respecto, destaca la ayuda recibida por una organización histórica como es Derecho a Morir Dignamente, a la que toda la familia está muy agradecida. «Siempre que puedo aprovecho y lo digo porque de lo contrario la gente podría pensar que hacen proselitismo, cuando no es así sino que te asesoran, y te asesoran bien; te acompañan, te orientan…».. Se nota que Montaner está orgullosa no ya de quién fue su padre, sino también de cómo decidió marcharse. «Mi vida entró en pausa, y no me arrepiento de nada porque también fueron unos meses extraordinarios, él era un hombre muy elocuente y yo tengo la certeza de que todo se hizo lo mejor que podía hacerse».. Montaner padre no lloró nunca mientras vivió todo este proceso, no al menos junto a su familia. «Nos decía que estuviéramos tranquilos, que él se quería marchar y que esto para él era muy importante. No quiso llegar a cierto grado de postración. Él tuvo una vida intelectual riquísima y creo que lo que más le frustraba y le dolía era empezar a ver sus facultades intelectuales mermadas, aunque hay que decir que publicó su último artículo en mayo, un mes antes morir».. Luego, dejo una columna póstuma en la que dijo: «Cuando lea esto yo ya estaré muerto. No le doy más la lata. Adiós».. Editorial Planeta. 224 páginas. 23 euros. Puede adquirirlo aquí.
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