La periodista rusa Elena Kostyuchenko, perseguida por el régimen y exiliada, recopila 13 crónicas, auténticas joyas del reporterismo, en las que da cuenta con valentía y estupor de la consolidación en su país del «fascismo posmoderno» Leer
La periodista rusa Elena Kostyuchenko, perseguida por el régimen y exiliada, recopila 13 crónicas, auténticas joyas del reporterismo, en las que da cuenta con valentía y estupor de la consolidación en su país del «fascismo posmoderno» Leer
¿Qué Rusia ama Elena Kostyuchenko (Yaroslavl, 1987), reportera del clausurado Nóvaia Gazeta -el periódico de Anna Politkóvskaia-, una de las pocas periodistas rusas que informó de la invasión de 2022 desde la óptica del país agredido (y no empotrada con el ejército de su país), activista LGTBI+ con incontables detenciones y víctima presunta de un envenenamiento durante su exilio alemán, después de que su editor en jefe, el Nobel de la Paz Dmitri Murátov, le aconsejara no volver de Ucrania porque una unidad chechena la buscaba para ejecutarla?. Las trece crónicas que se recopilan en este volumen, publicadas entre 2008 y 2022, harían pensar en un buen puñado de razones para abrazar el sentimiento opuesto.. Los reportajes seleccionados nos hablan de un aniversario de la masacre de Beslán en que las fuerzas del orden agreden y humillan a familiares de las víctimas, de la muerte de una refugiada georgiana en custodia policial en medio de una campaña de represalias, de la inhumanidad del sistema judicial, de la vulnerabilidad de ser mujer en un país negacionista de la violencia de género, de las historias de abusos en internados para niños con discapacidades, de las desigualdades entre Moscú y unas provincias enfrentadas a la pobreza y el abandono, de la brutalidad y la corrupción en las comisarías de policía, de la discriminación de las minorías étnicas que delata un racismo profundamente arraigado, del riesgo de ser periodista…. Traducción de Mildred Nicotera. Capitán Swing. 408 páginas. 23€. Cuando su novia le dice a Kostyuchenko que están bombardeando Kiev -«¿Los estamos bombardeando nosotros?»- y luego, en la redacción, le preguntan si está preparada para ir allí, se dice: «Es imposible estar preparada para pertenecer al bando de los fascistas».. Si Kostyuchenko afirma que ama a Rusia, el «país perdido» (el título en ruso es Moiá straná, un neutro «mi país» que suena tan institucional como íntimo), no se trata de una provocación fácil ni una ironía, sino de una inversión del lema oficial. En la Rusia de Putin, el amor al país se ha convertido en un mandato de intimidación: amar significa saquear, someter, obedecer. La autora elige, pues, recuperar una palabra secuestrada. Su amor no es patriótico, sino disidente. Nace del impulso de no apartar la mirada, de lanzar una crítica de la razón cínica que afirma que, si amas a tu país, tienes que estar dispuesto a matar a ucranianos.. Esa otra Rusia de la periodista no es la misma que la de su madre. Con ella se establece un diálogo en varios interludios de cada crónica en que el lector percibe la grieta intergeneracional: la de los mayores que vieron sus ahorros reducidos a calderilla en los noventa, que consumen la propaganda oficial antioccidental sin cuestionamiento y acaban por celebrar la anexión de Crimea y la «operación militar especial» contra los «nazis ucranianos».. «A veces tengo la sensación de que vivimos en dos países distintos», le replica la hija. Estas partes más íntimas componen un autorretrato retrospectivo de Kostyuchenko -los recuerdos familiares, la entrada en el mundo del periodismo, la redacción progresista del diario Nóvaia Gazeta, ahora clausurado («éramos una secta», afirma con ironía) o la paulatina transformación de Rusia en una sociedad opresiva-, que incorpora la dimensión personal a unas crónicas en las que el «yo» está diluido.. Algunas de ellas son auténticas joyas del reporterismo, como El internado (2021) o Mikolaiv (2022), sobre un pabellón psiquiátrico dirigido como un gulag y el ataque a civiles en la ciudad ucraniana próxima a Odesa, respectivamente. Amo a Rusia es, más que un análisis cronológico y coherente de la consolidación del «fascismo posmoderno», es un grito de impotencia por no haber sabido hacer más para movilizar a la sociedad civil, tal vez el ideal de ese periodismo (y literatura) que Kostyuchenko descubrió de la mano de Politkóvskaia (y Alexiévich), quien le hizo sentir que «no sabía nada de mi propio país. (…) Estaba enfadada con los periodistas del Nóvaia Gazeta. Me habían arrancado de cuajo la verdad colectiva».
Literatura // elmundo
