El escritor César Mallorquí recuerda en su nueva novela las vías de escapada de importantes mandos nazis tras la Segunda Guerra Mundial, un secreto guardado en muchos casos durante décadas Leer
El escritor César Mallorquí recuerda en su nueva novela las vías de escapada de importantes mandos nazis tras la Segunda Guerra Mundial, un secreto guardado en muchos casos durante décadas Leer
En octubre de 1944, llegó a España un monje franciscano húngaro llamado Lorenzo Koracs, que posteriormente se instaló en Valencia con otro nombre: Vicente Pérez García. Aunque en realidad no era sacerdote, ni húngaro, ni se llamaba Koracs o Pérez. Su auténtico nombre era Vjekoslav Maks Luburi -también conocido como Maks el Carnicero-, y fue el responsable de los campos de exterminio instalados en Croacia durante el dominio nazi. Era un genocida, uno de los criminales de guerra más buscados, sin embargo logró eludir a la justicia y refugiarse en España. Para conseguirlo necesitó ayuda, y la obtuvo de quien menos podía esperarse: el Vaticano. O al menos parte de él.. En 1972, el escritor británico Frederick Forsyth publicó El expediente Odessa, una novela que trata sobre ODESSA («Organización de Antiguos Miembros de la SS»), una poderosa sociedad secreta dedicada a facilitar la huida de los ex SS. El libro fue un superventas y dos años después se estrenó una película basada en él: Odessa, de Ronald Neame, con idéntico éxito. De ese modo, la obra de Forsyth contribuyó a convertir a ODESSA en uno de los grandes mitos de la cultura pop. Sin embargo, no hay la menor prueba, ni siquiera un mero indicio, de que esa organización haya existido.. Eso no significa que no haya habido organizaciones secretas dedicadas a ayudar a los SS fugitivos. Las hubo, como Die Spinne (La Araña), fundada por Otto Skorzeny, o Kameradenwerk (Obra de Camaradas), de Hans-Ulrich Rudel; pero eran organizaciones pequeñas y con escasos medios. De modo que si ODESSA existió, debió de ser como ellas, una entidad mucho más de andar por casa que la poderosa sociedad secreta descrita por Forsyth.. Sin embargo, sí que hubo algo perecido a ODESSA, aunque no se llamara así: tres grandes organizaciones que ayudaron a huir a muchos fugitivos nazis. En primer lugar, las grandes potencias, como el Gobierno de EEUU, que mediante la Operación Paperclip reclutó a todos aquellos nazis que les resultaban útiles por sus conocimientos, como científicos o miembros de la inteligencia alemana. Igual que hicieron los rusos.. En segundo lugar, el Gobierno de Juan Domingo Perón, que entre 1946 y 1952 acogió en Argentina a miles de fugitivos nazis. Entre ellos, algunos tan relevantes como Adolf Eichmann. Los motivos de Perón eran diversos. Por un lado, reclutar «cerebros» y técnicos alemanes, como hacían los norteamericanos y los rusos. Por otro lado, se dice -aunque no hay pruebas- que Perón y su esposa, Evita, recibieron generosas «donaciones» procedentes del expolio nazi. Además, el país era germanófilo; baste con señalar que el partido nacional-socialista más grande del mundo, después del alemán, estaba en Argentina.. No obstante, esas redes de huida garantizaban la acogida de los fugitivos, pero no su traslado. Tengamos en cuenta que muchos criminales nazis estaban ocultos en diversos lugares de Alemania y Austria, y les resultaba imposible seguir las rutas de escape por su cuenta sin ser detenidos.. Dejando aparte la ruta que conducía a EEUU a través de Canadá, había dos grandes vías de huida: la Ruta de la Araña, a través de España, y la Ruta de los Monasterios, o Pasillo Vaticano, que cruzaba Italia desde el Trentino hasta Génova, donde los fugitivos se embarcaban con rumbo, por lo general, a Sudamérica. A esas vías de escape se las llamó ratlines, líneas de ratas. Este término proviene de la época de los barcos de vela: cuando un navío naufragaba y comenzaba a hundirse, las ratas abandonaban la bodega e intentaban salvarse trepando por las cuerdas del velamen. Esas cuerdas llenas de ratas fugitivas eran las ratlines.. El primer problema al que se enfrentaban los fugitivos para huir era adquirir una identidad falsa. Pero en aquellos tiempos eso era relativamente fácil. Tras la guerra, numerosos archivos se habían destruido y mucha gente tenía dificultades para acreditar quiénes eran. Lo conseguían aportando el testimonio de alguien fiable. Como por ejemplo, un sacerdote.. La tercera organización que ayudó a huir a los ex SS estaba en el seno de la Iglesia Católica. Algunos de sus miembros, como el obispo austriaco Alois Hudal, o los sacerdotes croatas Dominik Mandic y Krunoslav Draganovi, entre muchos otros, colaboraron decididamente en la fuga de criminales de guerra; no solo facilitándoles nuevas identidades, sino también entregándoles cartas de recomendación que les permitirían encontrar refugio en los monasterios que había por el camino. Tan solo el obispo Hudal, admirador de Hitler, contribuyó a la huida de antiguos SS tan relevantes como Adolf Eichmann, Josef Mengele o Erich Priebke.. ¿Por qué tantos miembros de la iglesia ayudaron a esos monstruos? Porque nazis y católicos compartían algo: el odio al comunismo. Y dicen que el enemigo de tu enemigo es tu amigo.. Volviendo al principio de este artículo, Vjekoslav Luburi -al que los propios nazis consideraban un sádico y un enfermo mental- huyó de la justicia y se instaló en el levante español. Protegido por el régimen y por el padre Oltra -el confesor de Franco-, se sentía seguro. Pero cuando se tienen las manos tan manchadas de sangre, la presunción de seguridad es ilusoria, y 25 años después de fugarse fue asesinado por Ilija Stanic, su hombre de confianza y, en realidad, un agente encubierto del Mariscal Tito. Ocurrió el 20 de abril de 1969. Irónicamente, era el día del cumpleaños de Hitler.. La nueva novela de César Mallorquí, El secreto de Gabriela Salazar (La Esfera de los Libros) sale a la venta el 8 de enero.
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