En ‘Imposible decir adiós’, la Nobel Han Kang continúa inmersa en su poética búsqueda por narrar cómo los traumas colectivos resuenan en los individuos, si bien deposita su fe en la eterna lucha de la bondad contra la inhumanidad Leer
En ‘Imposible decir adiós’, la Nobel Han Kang continúa inmersa en su poética búsqueda por narrar cómo los traumas colectivos resuenan en los individuos, si bien deposita su fe en la eterna lucha de la bondad contra la inhumanidad Leer
Los personajes de Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970) somatizan las fracturas de la realidad que los rodea, tanto si atañen a su mundo íntimo como si se trata de heridas transgeneracionales. En Imposible decir adiós, Gyeongha, una mujer de mediana edad, logra por fin dedicarse a tiempo completo a la escritura y encuentra para ello un espacio propio fuera de su casa. En 2014, publicó un libro sobre «la masacre de Gwangju», como hizo la propia autora en Actos humanos (Rata, 2018; Random House, 2024). Este episodio, uno de los más traumáticos de la historia surcoreana, se suma a otras cicatrices nacionales: la ocupación japonesa (1910-1945), la guerra de Corea (1950-1953) y los regímenes autoritarios posteriores que impusieron represión y silencio.. Traducción de Sunme Yoon. Random House.256 páginas. 21,90 € Ebook: 10,99 €Puedes comprarlo aquí.. Como si se tratara de un fracking literario, Kang encontró una forma narrativa para perforar y fracturar el silencio, haciendo emerger la memoria de la violencia estatal contra el movimiento democrático de 1980 en Gwangju, su ciudad natal, una memoria distorsionada por el gobierno conservador de la Sexta República. A partir de la década de 1990, las escritoras rompieron moldes al narrar la historia surcoreana desde una perspectiva distinta a la masculina, menos dogmática y monolítica.. De la conciencia de las limitaciones del lenguaje y el testimonio para abarcar todas las ramificaciones de la violencia extrema, surge en la obra de Han Kang un relato que es, sobre todo, una tentativa. Mirar atrás no implica buscar un sentido coherente en aquello que, por su naturaleza, desafía cualquier descripción congruente. Por eso, tanto en Actos humanos como en Imposible decir adiós, la fragmentación, los sueños, las visiones, el deslizamiento confuso entre pasado y presente y el coro de voces reprimidas son las herramientas que rompen tabúes y revelan cómo los traumas colectivos resuenan en los individuos, sin interrupción entre generaciones.. «Hay recuerdos que nunca cicatrizan», escribe la autora. «Pasa el tiempo y la memoria no se difumina, sino que queda únicamente ese recuerdo, mientras todos los demás se van borrando. El mundo se va quedando en tinieblas, al irse apagando una a una las bombillas de neón de colores».. El impacto de Actos humanos en el público coreano se vio amplificado por la capacidad de Kang para situar una tragedia nacional dentro del marco de la historia universal de la violencia humana: «Tan difícil es entender ese derroche de agresión que incluso a las palabras se les cae el significado: ¿qué representa patria cuando el himno nacional desparrama notas sobre cientos de cadáveres?».. Este común denominador con otras tragedias se confirma en una columna de opinión que escribió para NYT, en la que reflexiona: «Al investigar para mi novela Actos humanos, que trata sobre el Levantamiento de Gwangju de 1980, cuando la dictadura militar recurrió a las fuerzas armadas para reprimir protestas estudiantiles contra la ley marcial, tuve que ampliar mi enfoque para incluir documentos relacionados no solo con Gwangju, sino también con la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil Española, Bosnia y las masacres de nativos americanos. Lo que quería explorar, en última instancia, no era un lugar o un momento en particular, sino el rostro universal de la humanidad tal como se revela en la historia de este mundo».. Las preguntas que atraviesan tanto Actos humanos como Imposible decir adiós se concretan en el epílogo de la primera: «¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza? ¿Lo de la dignidad humana es un engaño y en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones?».. Así pues, la inmersión de Gyeongha en la documentación y escritura sobre la violencia extrema la ha sumido en un estado de semipostración. Lo único que logra escribir, con gran dificultad, es una suerte de carta de despedida, a modo de testamento. Se refugia en el estudio que ha alquilado para evitar «proyectar una sombra negativa» sobre su familia. Se siente -en una metáfora que recuerda al coronel Kurtz de Apocalypse Now de Coppola- como «un cuerpo despojado de su caparazón, que se arrastra despacio como una babosa sobre el filo de un cuchillo».. El impulso que finalmente la obliga a salir de su aislamiento llega con la llamada de una antigua amiga de la universidad, Inseon, quien le pide que acuda al hospital en Seúl, donde la han ingresado de urgencia. La relación entre ambas se había enfriado desde que Inseon abandonó su carrera de documentalista para regresar a su casa familiar en la isla de Jeju -donde se habla una lengua distinta de los dialectos coreanos continentales-, cuidar a su madre con demencia y dedicarse a la carpintería. A pesar del distanciamiento, las dos habían proyectado una suerte de obra de land art en la isla, inspirado en un sueño recurrente de Gyeongha, y que abre además Imposible decir adiós. Sin embargo, este proyecto se pospone año tras año.. El favor que Inseon le pide, mientras se recupera de la cirugía de reimplante de dos dedos, es tan extraño como imperioso: que cuide de su cotorrita, cuya supervivencia depende de que la alimenten con regularidad. La primera mitad de la novela sigue el viaje físico y mental de Gyeongha hacia la casa de Inseon en medio de condiciones climáticas extremas de viento y nieve, un trayecto que se convierte en una odisea fantástica, mitológica y mística.. Es aquí donde emerge la voz poética de Han Kang, que escribe: «Hace falta una mota de polvo o una partícula de ceniza microscópica para crear un copo de nieve, (…) los copos son tan livianos por los espacios vacíos que se forman al fusionarse los cristales; los copos absorben y encierran los sonidos en esos espacios, y esa es la causa del silencio que se produce cuando nieva». Así, una simple mota de polvo, un gesto mínimo, se convierte en el origen de los recuerdos que hacen florecer las tragedias silenciadas.. En este tránsito epifánico, que conecta Gwangju con las masacres de civiles, las fosas comunes y las deportaciones masivas de la isla de Jeju a finales de los años cuarenta -una violencia desatada bajo el pretexto de erradicar el comunismo con la complicidad de los Estados Unidos-, Kang entrelaza lo personal con lo histórico. La segunda mitad de la novela quiebra el dolor del silencio impuesto a los huesos enterrados y olvidados. Este oratorio mezcla documentos históricos, la voz ensoñada de Inseon desgranando la historia familiar, víctima de aquella violencia, y otras presencias de la isla. Una memoria que, como los copos de nieve recurrentes en la novela, cae sobre las generaciones posteriores, transformándolas en testigos involuntarios.. Este viaje por la oscuridad del alma desemboca en una tenue luz de esperanza. Han Kang deposita su fe en la eterna lucha de la bondad contra la inhumanidad. Ambas novelas, Actos humanos e Imposible decir adiós, comparten el objetivo de rescatar el último instante de las víctimas «en que recordaban sus propios rostros y voces, y la dignidad humana que habían tenido en su vida anterior. Haciendo añicos ese instante, llega la masacre, la tortura, la represión violenta. (…) Sin embargo, ahora, mientras tengamos los ojos abiertos, mientras estemos alerta, no podrán con nosotros».. Para el lector, queda una duda: ¿habría sido este viaje aún más intenso si la edición hubiera estado a cargo de los editores anteriores de Han Kang, que en La vegetariana y Actos humanoslograron un cuidado y una presentación que aquí se echan de menos?
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