En estos tiempos de inexorable derrumbe, el único dique de contención posible acaso sea el marcapáginas de un libro Leer
En estos tiempos de inexorable derrumbe, el único dique de contención posible acaso sea el marcapáginas de un libro Leer
El primer recuerdo que conservo de la obsesión por la lectura son las Grandes Obras Ilustradas de Bruguera en tapa dura y en formato grande. Viñetas a todo color de Las aventuras de Huckleberry Finn de Twain, las páginas del Viaje al centro de la Tierra de Verne, el Davy Crockett de Dooley.. Regresaba del colegio y -por este orden- era lo primero que hacía: tirar la mochila y coger rápidamente algo de comer y algo de leer, como si me rugieran mucho las tripas y un poco también la cabeza.. Creo que, en aquellos años, era la única actividad en la que ponía los cinco sentidos: la visión de las palabras que estallaban como palomitas y me llevaban a surcar el Misisipi o a las profundidades de un volcán; el olor a humedad y a chimenea de los libros de mi abuela, que apenas pudo estudiar; el tacto rugoso de sus ediciones de viejo; el sonido de las hojas al ser pasadas; el bocadillo del cómic, claro, pero también el sabor del que me había hecho mi madre.. De ahí nos vino a muchos la pasión por tener una cueva. Podían estar cayendo bombas, te podía haber dejado tu primerísima novia, papá podía estar muy enfermo, pero tú -a los ocho, a los diez o los doce años- tenías aquella pasión en la que refugiarte lo mismo que si fuese un búnker. Los libros. Los jodidos libros.. Entonces agachabas la cabeza infantil y lo entendías todo. Hoy la asomas a la superficie después de hacer apnea con Bradbury o con Carol Oates y eres dado a luz a un mundo en el que te cuesta respirar.. «Este domingo he cometido un pecado gravísimo: a la hora de saber qué pasa en el mundo, me he fiado antes del periódico que de los árboles del barrio», escribe Jesús Montiel. «Asomarse al periódico antes que a la ventana. Así comienza el fin del mundo».. Y en ellos estamos.. Hoy, en estos tiempos de inexorable derrumbe, el único dique posible de contención acaso sea el marcapáginas de un libro. Quien solemniza el yo, se condena. Quien solemniza a los otros, se libera. Y leer es mucho más lo segundo que lo primero. Siempre que veo a alguien con un libro en la mano, lo pienso: ahí va una persona dispuesta a escuchar, ahí va la esperanza caminando, ahí va -sí- la orgullosa bandera del marcapáginas.. Dicen que hoy se lee mucho, pero creo que los que mandan no lo hacen. O leen pura mierda. Solo así se explica este desasosiego.. ¿Y qué leer cuando terminas un libro? ¿Sobre qué escribir después de un punto final? O mejor: ¿qué hacer ahora?. «Boileau dijo que sólo los reyes, los dioses y los héroes eran personajes adecuados para la literatura -apuntaba Steinbeck-. Un escritor sólo puede escribir sobre aquello que admira. Y los reyes de hoy en día no son interesantes, los dioses se han ido de vacaciones y los únicos héroes que nos quedan son los científicos y los pobres».
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