Personajes que elegían ser derrotados, tiranos odiosos, héroes heridos y amantes de folletón llenan la obra del nobel peruano. Leer
Personajes que elegían ser derrotados, tiranos odiosos, héroes heridos y amantes de folletón llenan la obra del nobel peruano. Leer
Mario Vargas Llosa había llegado a París con una beca de 120 dólares al mes y una mujer 10 años mayor que él, la legendaria Julia Urquidi, su tía política. Él tenía 24 años y ya había decidido ser escritor. En su anterior escala, en Madrid, recopiló los relatos de Los jefes (que, en parte, anticipaba La ciudad y los perros), ganó un premio, publicó el volumen en una editorial de libros sobre medicina y recibió pocas y malas críticas. En esa época, Mario escribía a mano, Julia mecanografiaba. El texto en el que trabajaban se llamaba Los impostores; después se convirtió en La morada del héroe y, en el último momento, recibió el nombre de La ciudad y los perros. Hoy parece imposible concebir la novela en español del siglo XX sin ese título equívoco y evocador. La ciudad, en realidad, es una ciudadela, un colegio militar en el que la disciplina es fanática y el aire resulta claustrofóbico. Los perros son sus alumnos, claro. Ocurre algo, una tragedia, un alumno-soldado muere en una ejercicio de tiro. El colegio se repliega sobre sí mismo para imponer la teoría de que todo fue un accidente. El colegio existe, se llama Leoncio Prado y tiene en su historia una escena asombrosa: sus profesores encendieron una pira con ejemplares de La ciudad y los perros. Es difícil exagerar la importancia de La ciudad y los perros. Carmen Balcells dijo que fue la novela más importante de su tiempo, por delante de Cien años de soledad.. Si pensamos en La ciudad y los perros y en Conversación en La Catedral, la percepción que tendremos del Mario Vargas Llosa veinteañero es la de un escritor urbano, anfetamínico y radicalmente moderno. Se nos olvida La Casa Verde, la novela que enlaza a Vargas Llosa con la tradición de las novelas realistas de aventuras del siglo XIX. Contrabandistas, proxenetas, policías, ambientes exóticos… Lituma, el sargento que actúa en ese paisaje, es un maravilloso héroe-antihéroe y por eso acompañará a su autor a lo largo de su carrera. Lituma vive en la mediocridad porque lo ha elegido así, como un acto de rebeldía, pelea contra gigantes que parecen molinos y tiende a la autoparodia. Vargas Llosa, al que a menudo se le ha visto como a un intelectual elitista, viajó al Perú rural y tomó su tradición para hacer con ella literatura.. Si la ciudad de La ciudad y los perros era un colegio, La Catedral de Conversación en La Catedral era una taberna del Cercado de Lima en la que se encontraban periodistas, escritores y los personajes dudosos que los rodeaban. En sus tertulias de borrachos desvelaban la corrupción del sistema autoritario en el que vivían. La corrupción concreta (las amantes, los robos, los actos de depravación) y la esencial. El autoritarismo aparecía ya como el tema central de Vargas Llosa. Algo más: el personaje central de la novela, Santiago Zavala, era una maravillosa piedra sobre la que construir la gran obra de su autor. Zavala, Zavalita, era el chico blanco que había pasado por la Universidad de San Marcos y que había renunciado al camino de privilegios que le prometía su familia pero que también había salido despedido de la militancia política, espantado por el sectarismo de sus camaradas. Conversación en La Catedral es también el texto más experimentador y radical de su autor. Es, a la vez, un thriller político y una obra de vanguardia hecha de sintaxis rotas y de imágenes destellantes.. Hay otra faceta en Mario Vargas Llosa que tiende al melodrama, el folletón amoroso, a la cultura pop, a la consulta del psicoanalista y al bolero y que es encantadora y risible. Muy en resumen: Vargas Llosa creció rodeado de mujeres, luego conoció a su padre y le fue mal, encajó como pudo en el mundo de los hombres (en el colegio sobrevivió por el método de escribir relatos pornográficos para sus amigos) y, cuando pudo, volvió al mundo de sus mujeres que lo cuidaban, lo malcriaban, lo adoraban. Tanto lo adoraban que se casaban con él. Julia Urquidi ya ha aparecido nombrada unas líneas atrás. Es importante decir que ha sido descrita como una mujer de belleza abrumadora, que estaba casada y divorciada de un tío de Mario y que los dos se enamoraron en el trasiego de los domingos familiares. El relato de su enamoramiento es una maravillosa novela romántica que se anticipó 30 años al género del chic lit cómico al estilo de Bridget Jones. A Julia el sentó mal el texto. Escribió una réplica que se llamaba Lo que Varguitas no contó, pero, visto con perspectiva, ese desquite es otra parte de la comedia de la vida, el amor y la literatura.. En esta lista podrían haber aparecido Los cachorros, que es una versión esenciada y aún más radical de La ciudad y los perros, o Pantaleón y las visitadoras, que es la puerta que comunica la obra de Mario Vargas Llosa con el género del realismo mágico y que hoy tienta leer desde la experiencia del terror de Sendero Luminoso. Pero el mismo Vargas Llosa escribió muy a menudo en defensa de Historia de Mayta, un libro que consideró infravalorado y que, de alguna manera, sintetizó sus primeras novelas. Aquí están los riesgos lingüísticos de Conversación en la Catedral, está la técnica de las conversaciones enlazadas y está la estrategia narrativa de las cajas chinas. Y está el mismo colegio militar de La ciudad y los perros. Allí descubrimos Mayta, un adolescente tan bueno que podría llegar a ser un santo pero que acaba por encabezar una grotesca revuelta trotskista en un pueblo del interior. Vargas Llosa escribe de él como un periodista que persigue su recuerdo de entrevista en entrevista. Quien quiera entender la visión política de Vargas Llosa, aquí la tiene expuesta en su complejidad.. La segunda mitad de la carrera de Mario Vargas Llosa empezó en El pez en el agua, el libro de memorias que escribió después del descalabro de las elecciones presidenciales que perdió ante Alberto Fujimori. Para lamer sus heridas, el escritor contó su vida, desde la escena en la que su madre le dijo «¿Tú sabes que no es cierto?». Que no es cierto ¿qué? «Que tu papá no está muerto?». El niño Mario decía que sí que lo sabía, por supuesto, pero no era verdad. El pez en el agua era un texto conmovedor en lo que tenía de memoria familiar, en lo que expresaba la fragilidad de un hombre que, hasta ese momento, se había presentado como un triunfador sin peros. También era duro en sus ajustes de cuentas, en su manera de romper con el que había sido su mundo (la contracultura de los 60 y los círculos literarios de izquierdas). Vargas Llosa tenía 54 años, 30 años de carrera como escritor prodigioso y dos o tres heridas en su costado que anticipaban lo que habría de venir.. Desde la época de Conversación en la Catedral, el ímpetu del novelista veinteañero se había disuelto poco a poco. Vargas Llosa se había convertido en un escritor que ya no se sentía tan omnipotente en sus textos y que tendía, por tanto, a una leve melancolía. No lo parecía pero era un narrador en crisis. Sus textos eran más complejos, más delicados, más dubitativos de sí mismos. La fiesta del Chivo, escrita al borde de los 60 años, fue el regreso del Vargas Llosa que ganaba los combates en el primer asalto. Fue, para empezar, una superproducción que retomaba el tono experimehtal y el tema político de Conversación en la Catedral, pero llevado a la República Dominicana, a los años 60, a la corte odiosa de Leónidas Trujillo. Lo normal es que una empresa hubiese acabado en un éxito de ventas y en un fracaso literario pero La fiesta del Chivo fue una novela abrumadora, a la altura de sus precedentes.. Puede que los Ensayos literarios sean café para muy cafeteros, pero explican con ternura de dónde venía Mario Vargas Llosa y en qué dirección creció. Además, en sus páginas aparece García Márquez: historia de un deicidio (1971), el texto que Mario dedicó a Gabo y que se convirtió en un fetiche cuando se acabó la amistad entre ambos.Los dos escritores se conocieron en 1967, en Caracas, en un premio Rómulo Galllegos. Antes, habían intercambiado alguna carta y alguna zalamería y habían intuido simpatía mutua. En Caracas se encantaron. Se fueron a vivir a Barcelona, uno al lado del otro, hicieron para que sus hijos fueran amigos… Vargas Llosa veía en las novelas de García Márquez una especie de espejo en negativo en el que mirarse y esa idea justifica el libro. También hay textos sobre Arguedas, sobre Flaubert, sobre literatura medieval… Los ensayos políticos y los textos periodísticos sobre Perú han sido recopilados en los últimos años, pero el Vargas Llosa de no ficción más cálido es, curiosamente, este que escribe como un académico.
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