Hablaba mirándote, como si estuviera él mismo viendo una película ajena, tratando de sacar de ti, de tus preguntas, una sorpresa que lo hiciera más cercano al periodista que le preguntaba. A Héctor Alterio jamás le escuché decir “hoy no”, “mañana” o “después”, porque sentía que hablar con la prensa, con la gente, formaba parte de lo que al fin era su oficio: hablar, hablar, contar lo que supiera acerca del mundo que quiso para él: el escenario.. Seguir leyendo
Hablaba mirándote, como si estuviera él mismo viendo una película ajena, tratando de sacar de ti, de tus preguntas, una sorpresa que lo hiciera más cercano al periodista que le preguntaba. A Héctor Alterio jamás le escuché decir “hoy no”, “mañana” o “después”, porque sentía que hablar con la prensa, con la gente, formaba parte de lo que al fin era su oficio: hablar, hablar, contar lo que supiera acerca del mundo que quiso para él: el escenario. Seguir leyendo
Hablaba mirándote, como si estuviera él mismo viendo una película ajena, tratando de sacar de ti, de tus preguntas, una sorpresa que lo hiciera más cercano al periodista que le preguntaba. A Héctor Alterio jamás le escuché decir “hoy no”, “mañana” o “después”, porque sentía que hablar con la prensa, con la gente, formaba parte de lo que al fin era su oficio: hablar, hablar, contar lo que supiera acerca del mundo que quiso para él: el escenario.. Más información. Muere a los 96 años el actor hispanoargentino Héctor Alterio. Una vez me dijo, cuando le pregunté (él todavía tenía menos de 80 años) sobre cómo se llevaba con el tiempo: “Mira, yo sé que la pelota está pegando en el poste, aunque todavía no ha entrado. Pero cuando pega en el poste, al poco es gol. Sé que estoy en este momento. Estoy bien de salud, la retención de la letra no es la misma que hace diez o veinte años… Y el público me responde. Es lo que hace que ese gol siga golpeando ahí en el poste y no me afecte. Sé que entrará, pero, mientras tanto… Tengo apetito, como, discuto de política y de fútbol, hago mis fideos… Es decir, la vida. No voy a pensar que, dentro de dos meses, dos años o tres, esto se puede acabar. ¿Por qué me voy a arruinar la vida hasta ese momento?”. Para reírse le pedía permiso a las manos, que generalmente tenía sobre el espaldar de la silla, buscando palabras que no fueran las mismas que estaban en la obra que representaba o en las declaraciones que hubiera hecho sobre lo que estuviera a punto de estrenar. Era tan cercano como un muchacho que viniera a pedir trabajo en los teatros, cuando ya era uno de los grandes que, estando en España, y siendo un exiliado, jamás dejó de ser del acento que había traído.. En un tiempo parecía, además, que no iba a seguir, que aquello que había sido la naturaleza de su vida, la actuación, ya se iba cerrando como un almanaque viejo. Y regresaba. Seguía y seguía, sobre el escenario, en la vida, hablando con otros, mirando, siendo él mismo, pero siendo también el otro borgiano que se ponía a hablar como si fuera parte de la pieza y en realidad era él mismo aunque estuviera poniéndole la voz al otro.. Miraba como si estuviera en otro mundo, buscando en las palabras ajenas la razón para estar de acuerdo con ellas. Cuando actuaba, por tanto, era él y no sólo sus personajes quienes se subían a bordo de lo que alguien había escrito en otro mundo o, simplemente, para él.. Sobre el escenario, por tanto, Alterio no era tan solo el que aparece en su carnet de identidad, sino que era cada uno de los personajes que interpretó. Vivió el exilio de su país y se hizo de este sin olvidar jamás aquella tierra que se llenó de sangre cuando él era todavía un muchacho que, al llegar a España, fue también uno de aquí y de allá al mismo tiempo.
EL PAÍS
