La escritora danesa lleva un lustro conquistando Europa con ‘El volumen del tiempo’, una filosófica saga sobre una mujer atrapada en bucle en el mismo día de noviembre que reflexiona sobre el papel del tiempo en nuestra vida y nuestra humanidad. Ahora Anagrama publica en España la segunda parte de un total de siete. «La conciencia de pasado y futuro es lo que nos hace humanos» Leer
La escritora danesa lleva un lustro conquistando Europa con ‘El volumen del tiempo’, una filosófica saga sobre una mujer atrapada en bucle en el mismo día de noviembre que reflexiona sobre el papel del tiempo en nuestra vida y nuestra humanidad. Ahora Anagrama publica en España la segunda parte de un total de siete. «La conciencia de pasado y futuro es lo que nos hace humanos» Leer
En 1987, tras haber publicado una novela y mientras asistía a un curso de creación literaria, la danesa Solvej Balle (Sønderjylland, 1962) tuvo una idea: ¿qué pasaría si de pronto un personaje se despertara una y otra vez en el mismo día? ¿Y si fuera la única consciente de ello? ¿Cómo afectaría eso a su humanidad? «El año anterior había terminado mi primera novela, Lyrefugl, que trataba sobre una mujer perdida en una isla deshabitada del Pacífico y ya en ella había cosas extrañas sobre el tiempo. Es decir, exploraba otros temas como la incomunicación y la soledad, pero en cierto modo, sentía que el tiempo era mi material. Siempre me han interesado sus múltiples formas y el modo que tiene de configurar el mundo. Porque cuando piensas en él, también piensas en la humanidad. Somos nosotros quienes temporalizamos el mundo», explica desde Bruselas, donde está promocionando la segunda entrega de El volumen del tiempo -ahora mismo está escribiendo el sexto-, un best seller que arrasa en cada país en que se publica desde que el primer tomo viera la luz en Dinamarca en 2020.. De cocción lenta, la historia de Tara Selter, una anticuaria de libros que revive una y otra vez un 18 de octubre, tardó más de tres décadas en tomar forma. Mientras, Balle, que estudió Literatura y Filosofía en la Universidad de Copenhague, escribió una de las obras más aclamadas de la literatura danesa de los años 1990, Ifølge loven (Según la ley), un conjunto de cuatro historias sobre personajes con diferentes búsquedas científicas, morales y artísticas que funcionan como metáforas sobre la búsqueda de la verdad vetal y se entrelazan como una banda de Möbius. Posteriormente publicó un poemario y un libro de teoría del arte, entre otros trabajos.. El volumen del tiempo, la saga de la que Anagrama publica ahora el segundo volumen en España y que le valió en 2022 el Premio de Literatura del Consejo Nórdico, sólo llegaría tras muchas lecturas. «Nunca pensé que me llevaría tanto tiempo, ni siquiera que tendría siete partes. Incluso hubo épocas en que pensé en dejarlo, pero ahora sé que no podría haberlo escrito antes. Tuve que leer el Ulises de Joyce, a Doris Lessing, experimentar con la escritura fragmentaria y, sobre todo, hallar la voz de Tara [una prosa precisa y aséptica que envuelve al lector] para que funcionara».. Tuvo esta idea antes de los 30 años y pasaron más de otros 30 hasta que publicó la novela que todavía sigue escribiendo. Usted que reflexiona sobre el tiempo, ¿es hoy la misma Solvej Balle que tuvo esta idea?. Qué interesante, nunca me lo había planteado. Soy de esas personas que cree que a pesar de los años se mantiene una esencia, así que diría que sí. De hecho, es curioso cómo ahora que estoy embarcada en el sexto volumen, hasta el punto de que estando en Bruselas apenas he salido a ver la ciudad y me he quedado escribiendo, me siento un poco inmadura e insegura. Trabajo con mucho material antiguo, de todos estos años, y en ocasiones me siento como una joven tonta e inexperta que apenas sabe hilvanar una frase. Así que creo que esa versión de mí está muy presente. Por otro lado, creo que ella, esa versión, está también un poco cansada de tener a una señora mayor sentada a su lado, y a veces le dice que debería ser un poco más crítica y arriesgada.. Sus novelas reflejan que el tiempo es una convención humana que asumimos como algo fijo aun cuando no lo es. ¿Qué supone su derrumbe en nuestra vida, como le ocurre a su protagonista?. Al principio supone el caos, claro. Y es curioso, porque creo que es una actitud muy humana ante los cambios. Hemos desarrollado el hábito de pensar que el mundo es como es. Incluso aunque sea una versión que no nos gusta, como ésta en la que sabemos que vamos a envejecer y morir, siempre pensamos que si algo cambia será para peor. Pero esta angustia que todos sentimos al experimentar también que se debe a algo que, yo al menos, descubrí muy joven , pero sólo entendí con el paso de los años. Cuando tenía 21 y estaba trabajando en mi primer libro hice un viaje por Australia. Un día, mantuve una charla muy filosófica con el dueño del albergue donde dormía. Me dijo que los humanos necesitábamos unos mínimos materiales para vivir, pero también una cierta cantidad de previsibilidad. Yo entonces era joven y aventurera, quería viajar y tener experiencias, así que pensé: «Vaya gilipollez eso de la previsibilidad». Pero con el tiempo entendí que era cierto, que necesitamos esa seguridad de que las cosas van a ser hasta cierto punto predecibles.. En este sentido, más allá del tiempo, vivimos en una época donde están amenazadas cosas que dábamos por hechas y quizá no lo sean tanto, como la seguridad o la democracia. ¿Cómo nos afecta todo eso?. Desde luego, hoy vivimos en un mundo mucho más amenazante e imprevisible que hace unas décadas, y eso nos asusta y nos trastorna, claro. Por ejemplo, siempre hemos sabido que ha habido guerras en diferentes lugares, pero tendíamos a pensar en ellas como algo inusual y terminado. Las veíamos como algo teórico e histórico, pero ahora han vuelto. La primera vez que recuerdo haberme preocupado por todo esto fue durante el gran shock que supuso 2001, cuando el mundo cambió para siempre. En Dinamarca la gente se volvió más y más reaccionaria y conservadora, lo que se reflejó en todo desde el auge de las políticas antiinmigración hasta recortes en Educación, Sanidad… Otro momento así fueron los años del covid, que creo que rompió también muchos de nuestros esquemas. Últimamente me preocupa el cambio climático, porque veo sequías, inundaciones, incendios y otros fenómenos cada vez más violentos y que antes no ocurrían. Quizá es que ya soy lo suficientemente vieja como para pensar así. Y, obviamente, todo esto se filtra en mis novelas, incluso sin pretenderlo, y tiene su influencia.. En esta vida impredecible que sufre, Tara encuentra una forma de restaurar la linealidad perdida gracias a su diario. ¿Es la escritura, la narración, una forma de «atrapar y vencer» al tiempo?. La respuesta sencilla es que sí, pero iría incluso más allá. Sé que sonará un poco grandilocuente, pero creo que esa es en realidad la razón por la que tenemos narraciones. Sé que hay más motivos, claro. Por ejemplo, mucha gente puede opinar que la literatura es útil por razones políticas o sociales, pero creo que todos esos objetivos se pueden lograr de otras maneras. Sin embargo, hay algo que sólo podemos obtener con la literatura y es el control del tiempo. Pensemos, por ejemplo, en esos cuentos de «Érase una vez…», que se inician en un punto X y terminan con los personajes felices y comiendo perdices. La narrativa empieza cuando la conocemos y termina cuando se acaba. Es una maravillosa máquina de control del tiempo: puedes cerrar el libro y estas personas no van a moverse a ninguna parte hasta que lo abras de nuevo. Ese control contrasta con el que nos ofrece la vida, porque nacemos en un mundo que ya está ahí y cuando morimos va a continuar después de nosotros. Por eso todas las culturas han tenido historias, mitos o religiones: creo firmemente que empezamos a contar historias alrededor del fuego hace miles y miles de años tan pronto como fuimos capaces de imaginar, de pensar en el pasado y en el futuro, porque da bastante miedo entender que no siempre has estado ahí y que no siempre estarás ahí, que la gente muere y desaparece. La conciencia de pasado y futuro es lo que nos hace humanos y la literatura es la única creación humana capaz de controlar el tiempo.. Sin embargo, usted misma ha abordado en su obra el posmodernismo y el fin de las grandes narrativas. Hace unos días charlaba con el escritor Enrique Vila-Matas que me decía que el mundo actual sólo puede ser narrado a través del fragmento, un tipo de escritura que usted practica en estas novelas. ¿Qué opina de esto?. Estoy de acuerdo en que el fragmento es un medio eficaz de reflejar este mundo que, cada vez más, experimentamos en pedazos. Y es cierto que la pérdida de las grandes narrativas a partir de los años 80 -el auge del individualismo, la falta de compromiso social, la oposición al racionalismo y todo eso-, nos ha empujado un poco a ello. Pero también creo que todavía tenemos una narrativa profunda consistente en el pasado, en una historia que es continua, ininterrumpida y consta de diferentes capas. Así que tenemos algunas grandes narrativas, pero también fragmentación, y la cuestión es cómo enfocar nuestras historias. Aunque uso la fragmentación para escribir, lo hago con la sensación de que no se trata de reflejar un mundo fragmentado, sino de unir algunas piezas para reconstruir algo entero. Es decir, mi intención es juntar todos esos bits que componen la historia para crear un todo, una especie de experiencia sincrónica. Lo voy a ejemplificar con una metáfora: en este segundo libro, el que se publica ahora en España, Tara viaja a diferentes ciudades buscando experimentar las distintas estaciones. Siempre en su eterno y otoñal 18 de noviembre, sí, pero al juntar muchos dieciochos de noviembre en varias latitudes logra crear un mundo donde experimenta el verano, la primavera y el invierno.. Habla del pasado y justamente en este segundo volumen Tara reflexiona mucho sobre él. En un tiempo perpetuo, ¿qué significa el pasado?. Actualmente vivimos en un presente tan fugaz, tan endiabladamente rápido y vertiginoso, que creo que en realidad no aprendemos del pasado. Tenemos la tendencia a despreciarlo como algo antiguo y obsoleto y decimos mucho cosas como: «Bah, eso fue entonces, cuando la gente era estúpida» o «Ahora jamás haríamos eso porque hemos progresado y evolucionado». También lo banalizamos, por ejemplo, comparando a Trump con Hitler o una crisis económica como la del 29 con la de 2008. En este sentido, pienso que no podemos aprender del pasado porque tenemos una superioridad moral y pensamos que el presente es diferente: «Ahora todo es mejor. Somos mejores controlándolo todo. Somos mejores en esto, en aquello». Pero quizá no. Hace unos años escribí un libro sobre los cambios políticos en Dinamarca y la llegada de la ola neoliberal, y sentí que si pudiéramos aprender del pasado y ser un poco más cuidadosos nos iría mejor. Por eso la especial situación de Tara, en un tiempo donde el pasado no sirve de nada porque no hay futuro, le permite verlo de otro modo. ¿Esto significa que quizá detener el tiempo nos enseñará a aprender del pasado? Es posible, sí, pero como no podemos saberlo deberíamos tratar de comprender el pasado y aprender de la historia igualmente.. Como dice, su protagonista vive en un tiempo sin pasado, pero también sin futuro. Si el tiempo es uno de los elementos que nos define, ¿su ausencia nos hace menos humanos?. Definitivamente sí, especialmente el futuro es una de las condiciones fundamentales del ser humano. Ahora voy a hacer un espoiler, aviso por si alguien quiere saltarse esta respuesta. En el tercer libro, como se apunta al final del segundo, ella conoce a más personas a las que les ocurre lo mismo, que están atrapadas en el mismo día constantemente. Deciden formar una comunidad y es curioso pensar en cómo se organizan. No tienen que trabajar, pues el dinero en sus cuentas y tarjetas de crédito se resetea cada día, así que estas personas no tienen que pelearse por bienes, recursos ni puestos de trabajo. Tampoco existe el éxito o el fracaso, hay espacio para todos. No tienen futuro, así que existe la posibilidad de vivir de otra manera y eso se traduce en que desaparecen los conflictos. Eso me llevó a pensar que es la idea de futuro la que genera muchos conflictos. Por ejemplo, sin futuro nadie querría invadir Groenlandia en previsión de cuando dentro de muchos años se pueda navegar por el Paso del Noroeste hasta el Ártico y así controlar esa zona. Es decir, hay elementos positivos en esa ausencia de futuro. Pero, ciertamente, el ser humano está programado genéticamente para la previsión y la preservación, así que un horizonte incierto quizá nos convierta en otra cosa: en un ente no humano.. Aunque quizá en el fondo sea lo mismo, si dominar el tiempo es una ambición humana desde siempre, otra es vencer a la muerte, algo que se plantea como posible en esta época de transhumanismo optimista. ¿Si logramos derrotar a ambos seguiríamos siendo humanos?. El tema de la muerte fue algo que me preocupó mucho desde el principio. Cuando al fin reuní valor para ver Atrapado en el tiempo, la famosa película de Bill Murray, me di cuenta de que le pasara lo que le pasara al personaje de Phil, si lo mataban o se suicidaba, se despertaba exactamente igual a la mañana siguiente. Es decir, no sé cuántos años pasa en ese bucle, pero podría tener más de 100 años y seguir igual. Yo no quise hacer esto. En el primer libro no se aprecia mucho, pero ya en el segundo y más en los siguientes, Tara advierte que su cuerpo sigue envejeciendo, que puede hacerse daño, sufrir heridas y, claro, morir. Por otro lado, si su cuerpo cambia, su alma también. Una de las cosas que más he disfrutado y sigo disfrutando de esta serie de libros es explorar diferentes filosofías de la materia y cómo de conectadas estamos nuestras almas y nuestros cuerpos. Por ejemplo, en este sexto libro que estoy escribiendo me zambullo mucho en el epicureísmo y razono por qué ante esta situación tan anómala mis personajes no se vuelven más religiosos. Y creo que es porque la religión, en buena medida, está diseñada para que podamos lidiar con el tiempo, y ellos viven fuera de él. Eso sí, no sé todavía cuántos días estará atrapada Tara, ya son miles, pero desde el principio pensé que si le negara la mortalidad, definitivamente ya no sería humana, y mi objetivo era reflexionar sobre todas las aristas de la condición humana.. Como apuntaba antes, en el tercer volumen y los siguientes, Tara conoce a otros «viajeros del tiempo». ¿Cómo influye en ella que otros pasen por lo mismo, cómo cambia su experiencia al saber que es una vivencia común y compartida y no única?. Ese es uno de los núcleos de toda la saga de El volumen del tiempo. Una de las cosas que Tara experimenta al principio del tercer libro es la conmoción al conocer a esa persona que comparte su situación, porque, de repente, tras miles de días de soledad e incomunicación, alguien recuerda lo que dijo el día anterior. Entonces, al entrar en un café, lo mira y ve que la reconoce. Durante mucho tiempo, todos los que la vieron un día y al siguiente se preguntaban: «¿Quién eres?». Y, de pronto, adquiere una identidad a los ojos de otra persona. Hasta entonces ella mantuvo viva su identidad mediante la escritura, uniendo frases para paliar la soledad, pero ahora puede reflejarla en alguien y siente que no está sola, que puede decirle a alguien más: «¿Recuerdas lo que pasó ayer? ¿O recuerdas lo que hicimos hace X días?». Eso me ha llevado a pensar que, en realidad, si no nos reflejamos en otras personas, es como si no existiéramos. Es decir, que nuestra identidad se forja de modo compartido, a través de los vínculos con el otro. Y esa, especialmente en estos tiempos, creo que es una de las grandes enseñanzas sobre quienes somos.
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