¿Qué tiene dientes blancos, gana millones de dólares, devora mujeres y no es Warren Beatty? Valga el acertijo-chascarrillo políticamente incorrecto —estábamos en los setenta— del crítico y presentador televisivo Barry Norman (la respuesta era obviamente Jaws, Tiburón) para empezar a hablar de la famosa película de Steven Spielberg que justamente este viernes, 20 de junio, cumple la friolera de 50 años de su estreno (en Estados Unidos, en España llegó a las pantallas, tras presentarse en septiembre en el festival de San Sebastián, el 19 de diciembre, afortunadamente fuera de la temporada playera).. Todo en Tiburón, esa gran mezcla de mandíbulas, aleta y miedo a saber qué tienes debajo, obliga a usar el superlativo: estreno simultáneo en 400 cines de EE UU, taquillazo (primera película en recaudar más de 100 millones de dólares, lleva un total de cerca de 500, costó ocho), creación de todo un nuevo subgénero (acuático) del natural horror que llega hasta nuestros días con extensiones de sharkexplotation, como la saga de Sharknado o los filmes de Meg; lanzamiento de la carrera del cineasta más famoso de la historia, que logró independencia y libertad; psicosis colectiva mundial y generaciones de espectadores traumatizados, lecturas que encuentran en en el relato alusiones a Watergate, a la muerte de Sharon Tate, a la guerra del Vietnam, a la deshumanización y corrupción del capitalismo, a la lucha de clases y a la destrucción del way of life estadounidense…. Por no hablar del propio protagonista, un tiburón blanco enorme —aunque no desmesurado, 7,6 metros y tres toneladas, en la franja más alta de la especie: la película en eso se ciñó a la realidad— cuya aparición en el filme convertiría a estos poderosos y fascinantes animales en epítome de las fuerzas más oscuras y destructoras de la naturaleza, reactivando en millones de personas por la puerta grande el atávico miedo al mar y a sus criaturas. Adiós leones y tigres: a partir de la película, el gran devorador de hombres, de manera muy injusta a la vista de las estadísticas, pasó a ser en la mentalidad popular el tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Con él, todas las otras especies de escualos, tiburones tigre, makos, martillo, zorro, toro, de puntas negras o blancas, gris, de arrecife, hasta las tintoreras, se convirtieron no ya en potencialmente peligrosas sino en letales y destructivas (y en consecuencia destructibles). No había aleta sobre la superficie de las olas ni sombra fusiforme bajo el océano que no estuviera enturbiada por una mancha roja de sangre (humana). El tiburón pasó a nadar procelosamente en el subconsciente colectivo, con alguna rara connotación sexual como denotan la portada de la novela y los carteles del filme, y a ser el enemigo público número 1.. El efectista tráiler estadounidense de la película, que fue pionera también en su gigantesca promoción, incluidas toallas de playa (!), establecía el tono de la propuesta: (recítese con voz profunda y ominosa) “Ahí afuera hay un animal que vive para matar. Atacará y devorará, como si Dios hubiera creado al diablo y este fuera… Tiburón”.. El estupendo documental 50 años de Tiburón, de Antoine Coursat y Olivier Bennard, que puede verse en Movistar Plus + y es una de las cosas que nos llegan con el aniversario, además del libro de la conmemoración que ha publicado Notorious Ediciones en su colección dedicada a desmenuzar grandes películas o la edición conmemorativa de Planeta de la novela original de Peter Benchley con nueva traducción de Javier Calvo y material adicional, muestra el pánico que desataba en los cines el filme. Imágenes tomadas dentro de las salas dan fe de los sustos y angustias que provocaban escenas como la de la súbita aparición de la cabeza del pescador Ben Gardner, con una mueca macabra, en su bote semihundido mientras lo explora buceando el oceanógrafo Hooper (Richard Dreyffus). A la salida, comentarios de los espectadores: “He pasado muchísimo miedo”, “ha sido horrible pero es buenísima”; “¿creéis que puede existir un tiburón así?, ‘no sé, ¡pero no pienso volver a bañarme!”; ¿es la primera vez que la ve?, “no, la novena”, ¿y qué le hace volver? “¡el tiburón!”.. “La primera vez que la vimos, en Nueva York”, explica en el documental la viuda de Benchley (fallecido en 2006), Wendy, “la gente estaba alucinada, aplaudía y chillaba. Al salir, Richard Dreyffus se puso a saltar y gritaba ‘¡un éxito!’. Pero también estaba ese otro fenómeno de la psicosis combinada con angustia”. Tiburón desató una enorme conmoción y una oleada de tiburonmanía: el bicho tuvo disco, Super Jaws, por los Seven Seas, y fue portada de Time. Hasta tal punto causó miedo a bañarse que una comunidad de Florida trató de denunciar la película por alejar a la gente de las playas. El propio Ian Shaw, hijo del actor Robert Shaw, que encarnaba al correoso cazatiburones Quint, reconoce en el documental: “No me quería bañar ni en una piscina”. Es lo que pasa cuando ves en pantalla como un tiburón se come a tu padre.. Spielberg, a la sazón un joven, ambicioso y bastante gamberro director de 27 años, con solo dos películas de experiencia, bordeó el desastre en el rodaje, que se prolongó una barbaridad sobre lo programado y se pasó de presupuesto. Algunas de las decisiones que tomó, como que apareciera poco el tiburón, estuvieron motivadas por la necesidad: los tres tiburones mecánicos que se construyeron, llamados todos Bruce, por el abogado del cineasta, y extraoficialmente “la gran mierda blanca”, no funcionaban bien y no daban el pego; de hecho, en el primer ataque, el tiburón se hundió. El equipo lo pasó fatal en el agua, a los actores se les cruzaron los cables (como a los tiburones artificiales). El rodaje estuvo sembrado de calamidades y marcado por el interés de hacer caja de los habitantes del pueblo y luego su hostilidad. La historia se puede leer en algunos de los capítulos del libro del 50º aniversario (con textos de Quim Casas, Juan Manuel Corral y Juan Andrés Pedrero Santos, y evocadoras fotografías) y en The Jaws log, del guionista Carl Gottlieb (Newmarket Press), que cuenta con una jugosa “expanded edition”.. “Claro que me acuerdo del estreno de Tiburón, tenía 16 años, la vi en Barcelona en el cine Bosque y desde entonces te bañabas con cierto reparo”, rememora a este diario el biólogo marino y dueño de una empresa de acuarofilia Adolfo Santa-Olalla. “Fue un shock, la gente se metía en el agua con el ‘uy’ en la boca. Teníamos un barquito en Blanes y salíamos pero yo ya no he nadado más en mar abierto. Conocer la vida del mar me ha servido para confirmar que hay bichos malos ahí”.. De ello da fe el buceador Ernest de Longis, al que en 2009 le atacó en aguas de Ibiza no un tiburón sino un pez espada. Italiano de Benevento, Ernest era muy jovencito cuando se estrenó la película de Spielberg pero ya sabía del mar y le pareció “muy exagerada”. Tuvo un encuentro con un blanco, uno de los mayores que se han visto en el Mediterráneo, atrapado en 1987 en la almadraba de Favignana, la isla de su abuela. Al tiburón lo sacaron al muelle y allí fue expuesto (enseña fotos impresionantes), causando tanta expectación como el tiburón tigre que exhiben en Amity creyendo que es el asesino y que por cierto tiene una historia propia de rechupete: lo fueron a buscar a Florida y lo trajeron en avión; durante el rodaje olía a diablos.. Otra persona que asistió al estreno de Tiburón en España es Patricio Bultó, biólogo marino y responsable técnico del Aquarium de Barcelona, centro que tiene una buena colección de escualos, aparte de una estupenda réplica a tamaño natural de un blanco. “No tuve miedo”, establece, “ya entonces me interesaban los tiburones”. La película “me gustó aunque me pareció que todo estaba exagerado”.. La científica marina catalana Gádor Muntaner, especialista internacional en escualos, acaba de publicar el libro La sonrisa de los tiburones (GeoPlaneta, 2025), cuyo título ya es una declaración de principios. Gádor tiene 34 años, así que no vivió el primer impacto del filme, y de hecho califica al blanco de “mi gran amor” y dice que verlo le hace llorar de emoción (y no de miedo como nos pasa a otros). “Tengo una relación ambivalente con la película”, explica en uno de los pocos momentos seca en que no está nadando entre tiburones, su gran pasión. “Por un lado, no puedo negar que es una obra maestra cinematográfica, que marcó un antes y un después en la historia del cine. Sin embargo no puedo evitar tenerle mucha manía, ya que, aunque no fue intencionado, ha supuesto un daño brutal para un animal imprescindible en nuestros océanos. La película sembró una gran semilla de miedo hacia los tiburones a nivel mundial, lo cual, de forma indirecta hizo que sus capturas aumentasen aún más, al tratarse de una especie por la que no teníamos empatía”. La científica y buceadora continúa: “La imagen que tenemos de los tiburones en la película está muy alejada de la realidad: el ser humano no forma parte de su dieta natural, y ellos no se sienten atraídos por nosotros como fuente de alimento. Además las estadísticas lo demuestran: es más probable que te caiga un rayo que te muerda un tiburón”.. Gádor, que en el mar solo tiene miedo de las hélices y las corrientes y a la que le pegó un susto una foca leopardo, que en cambio parecen tan monas, recuerda que los tiburones “causan la muerte de 10 personas al año en todo el mundo mientras que los perros provocan la de 30.000”. Por nuestra parte matamos a cien millones de tiburones al año, buena parte en el atroz finning, la mutilación de las aletas para sopa. No está de más recordar que pese a toda la agitación, el tiburón de Spielberg solo mata en la película a seis personas y un perro.. La sonrisa de los tiburones es una lectura muy buena para compensar los 50 años de Tiburón. Subraya que seguimos recibiendo información estereotipada, errónea, sensacionalista e incompleta de los tiburones y los describe como seres admirables, perfectos y fascinantes. Es elocuente comparar lo que escribe la bióloga de la mirada del tiburón blanco (“esos ojos de iris azul que parecen mirar más allá de lo visible”) con el famoso monólogo del capitán Quint (Robert Shaw) sobre los “ojos sin vida, de muñeca, ojos negros” de los tiburones a punto de atacar. No obstante, Gádor tampoco es una ingenua inocente y reconoce que los tiburones pueden atacar, y lo hacen: “La estadística es ínfima, pero existe”. De hecho, un capítulo de su libro, conmovedor, está dedicado al reportaje filmado con ella y un exmarine australiano al que le habían comido un brazo y una pierna y reconvertido en conservacionista marino en el pueblo pesquero de Yavaros, en la costa de Sonora, donde se habían producido cuatro ataques fatales de tiburón blanco. Gádor cree que los ataques fueron debidos a confusión por parte del depredador al tratarse de aguas muy turbias y estar las víctimas buscando callo de hacha, un apreciado molusco, en el fondo arenoso.. El propio Peter Benchley fue consciente del daño que había hecho a los tiburones y se reconvirtió asimismo al conservacionismo, tratando de devolverles, dijo, algo de lo que le habían proporcionado. En el prólogo de las nuevas ediciones de su novela se explicó a fondo, y en la edición del aniversario, con material extra —como la historia de lo difícil que fue encontrar título para el libro; llegó a proponerse medio en broma Algo me está mordiendo la pierna—, lo hace también su viuda: “Los tiburones no son monstruos, son parte esencial del mar”. Wendy Benchley considera que si bien Tiburón pudo demonizar a los tiburones, también provocó un interés mundial por ellos, despertó vocaciones para estudiarlos e impulsó investigaciones.. La película se rodó en la isla de Martha’s Vineyard (Massachussets), que hace de la ficticia Amity. Pero en la isla en la que se encuentran las raíces de Tiburón es Nantucket, donde creció Benchley, conoció a un pescador de tiburones tipo Quint, Frank Mundus, que había arponeado a un gran blanco y se planteó qué pasaría si un depredador así llegara a una localidad turística en plena temporada de veraneo. La conexión Nantucket explica que Moby Dick resuene en la trama (Quint: ese Ahab rufián y cervecero). La historia de la novela (la primera del autor) posee tanto interés como la de la película. Benchley la tenía en la cabeza desde hacía largo tiempo y había investigado mucho, pero no parecía haber mercado para una novela centrada en un pez (incluso con el precedente de El viejo y el mar, de Hemingway), aunque entonces triunfaba una protagonizada por conejos (La colina de Watership).. En realidad, Spielberg se zampó (y valga la expresión) mucho material del libro, sobre todo de sexo y corrupción, incluida la infelicidad de la mujer del jefe de policía Brody y su adulterio con Hooper (que al final muere, a diferencia del filme), y las conexiones del alcalde de Amity con la mafia. La novela tiene también un inolvidable inicio: “El gran pez se movía silenciosamente a través de las aguas nocturnas”. Y algunos pasajes realmente gore: “No pudo hallar su pie, palpó más arriba en su pierna, sus dedos hallaron un muñón de hueso y carne desgarrada”.. Los científicos recuerdan que los tiburones llevan nadando en los mares de la Tierra más de cuatrocientos millones de años sin grandes cambios (bueno, sí, la escala del Megalodón, afortunadamente, que era como un blanco de 17 metros) y que hoy en día hay alrededor de quinientas especies, entre ellas algunas tan extraordinarias como el tiburón ballena o el tiburón boreal, tan longevo que hay individuos que pudieron conocer a Cervantes.. Quien firma estas líneas vio también el estreno de Tiburón en el cine Bosque de Barcelona. La experiencia no fue tan impactante como para otros adolescentes porque yo ya llevaba el miedo en el cuerpo gracias a los sensacionales relatos de tiburones que contaba mi madre, que había vivido su juventud en Venezuela y observado personalmente ataques. Incluso vio cómo se le comían la pierna a un primo suyo seminarista en Maracaibo, lo que no la hizo, curiosamente, menos religiosa. Mi experiencia personal con los tiburones, escasa, incluye haber visto una aleta desde una playa en Nantucket, y sobre todo uno entero mientras hacía esnórquel en Cayo Sombrero, en los cayos venezolanos. Y he de confesar que entonces salí zumbando (en cambio en la misma situación iniciática en las Maldivas, Gádor fue hacia él). Mientras, no dejaba de creer que oía las notas amenazadoras y obsesivas de la banda sonora de John Williams, el “ostinato submarino” que dice Quim Casas, notas que, por cierto, le provocaron risa a Spielberg la primera vez que las oyó porque pensó que eso tan minimalista tenía que ser una broma.. Otro libro muy interesante que acaba de aparecer sobre escualos es Los tiburones no se hunden, vivencias de la científica experta en ellos y fundadora de la organización Minorities in Shark Sciencies (MISS), Jasmin Graham, (Carbrame, 2025). La bióloga, que es especialista en los martillo, explica su lucha por cambiar la mirada popular sobre los tiburones, “las criaturas más extraordinarias que existen”, y en paralelo por reivindicar a las investigadoras mujeres y negras como ella en “el entorno tóxico de supremacía blanca y masculina” que, denuncia, ha sido muchos años la ciencia marina estadounidense. “Al igual que las científicas negras luchamos por prosperar en nuestro campo, los tiburones también luchan por sobrevivir”, escribe trazando un curioso paralelismo: “Con demasiada frecuencia, los negros somos considerados y tratados como tiburones, temidos, incomprendidos y agredidos”. Es significativo en ese sentido racista que en algunos lugares se cree que los tiburones no atacan a los negros, algo que desmiente la evidencia.. La investigadora alerta de que en el último siglo algunas poblaciones de tiburones han disminuido hasta un 90% y una cuarta parte de todas las especies están en peligro de extinción. Graham, que recalca la importancia trascendental de los tiburones para el equilibrio del ecosistema marino y apunta “todas las lecciones que pueden darnos sobre la vida, la supervivencia y la prosperidad”, vuelve a insistir en que los casos de ataques (o “mordiscos exploratorios”, que ya es eufemismo) en los que un humano pierde la vida o una extremidad son “extremadamente excepcionales”. Una frase de la investigadora da que pensar y se contrapone a los mensajes de la película: “Si los tiburones dejan de nadar, nos hundimos todos”.. Entre las cosas que nos ha dejado Tiburón, además del hábito de mirar hacia abajo compulsivamente cuando nadamos en el mar, un puñado de escenas y frases icónicas. Entre las primeras, la de arranque de la película de la chica nadando desnuda de noche mientras el depredador (invisible) asciende de las profundidades hacia su presa; la primera aparición de Quint, haciendo chirriar la pizarra con las uñas; la multitud huyendo despavorida del mar y corriendo hacia la playa (“¡salgan todos del agua!”), los bidones que aparecen y desaparecen marcando los movimientos del tiburón, el ataque a la jaula en la que se sumerge Hooper, o el terrorífico momento del gran escualo atrapando y devorando al capitán Quint en el naufragio de su barco, el Orca. Sin olvidar el momento en que Quint aplasta la lata de cerveza con la mano y Hooper hace lo propio con su vaso de papel. O la charla sobre tiburones a bordo del Orca en la que aparece la escalofriante historia del USS Indianápolis (el monólogo en el que Quint explica la razón de su odio a los tiburones, y que no está en la novela, fue idea del coguionista en la sombra, Howard Sackler, y lo reelaboraron John Milius y el propio Robert Shaw).. Entre las frases inolvidables, “necesitará un barco más grande” (acreditada al actor Roy Schreider, que se la inventó para su personaje, el jefe de policía Brody) y “sonríe, hijo de puta”. También, “no ha sido un accidente de lancha, no ha sido una hélice, no ha sido un arrecife de coral y no ha sido Jack el destripador”, o “Amity, como sabe, significa amistad”.. Tiburón lleva nadando ya 50 años y aunque haya pasado mucho tiempo y cambiado el contexto histórico en que se rodó la película, algo de nosotros sigue atrapado en el viaje tras el enorme escualo, esa gran aventura llena de riesgos y de emociones que es en última instancia la vida, y de la que solo nos desembarcará el gran tiburón negro que a todos nos acecha.. Seguir leyendo
Varios libros y un documental conmemoran el 50º aniversario de la icónica película de Spielberg, que ha marcado época, mientras los científicos insisten esforzadamente en curarnos de la psicosis que originó y en relativizar el peligro de los escualos
¿Qué tiene dientes blancos, gana millones de dólares, devora mujeres y no es Warren Beatty? Valga el acertijo-chascarrillo políticamente incorrecto —estábamos en los setenta— del crítico y presentador televisivo Barry Norman (la respuesta era obviamente Jaws, Tiburón) para empezar a hablar de la famosa película de Steven Spielberg que justamente este viernes, 20 de junio, cumple la friolera de 50 años de su estreno (en Estados Unidos, en España llegó a las pantallas, tras presentarse en septiembre en el festival de San Sebastián, el 19 de diciembre, afortunadamente fuera de la temporada playera).. Más información. La isla de los tiburones. Todo en Tiburón, esa gran mezcla de mandíbulas, aleta y miedo a saber qué tienes debajo, obliga a usar el superlativo: estreno simultáneo en 400 cines de EE UU, taquillazo (primera película en recaudar más de 100 millones de dólares, lleva un total de cerca de 500, costó ocho), creación de todo un nuevo subgénero (acuático) del natural horror que llega hasta nuestros días con extensiones de sharkexplotation, como la saga de Sharknado o los filmes de Meg; lanzamiento de la carrera del cineasta más famoso de la historia, que logró independencia y libertad; psicosis colectiva mundial y generaciones de espectadores traumatizados, lecturas que encuentran en en el relato alusiones a Watergate, a la muerte de Sharon Tate, a la guerra del Vietnam, a la deshumanización y corrupción del capitalismo, a la lucha de clases y a la destrucción del way of life estadounidense…. Spielberg posa con uno de los modelos de tiburón de su película.Pictorial Press Ltd / Alamy / CORDON PRESS. Por no hablar del propio protagonista, un tiburón blanco enorme —aunque no desmesurado, 7,6 metros y tres toneladas, en la franja más alta de la especie: la película en eso se ciñó a la realidad— cuya aparición en el filme convertiría a estos poderosos y fascinantes animales en epítome de las fuerzas más oscuras y destructoras de la naturaleza, reactivando en millones de personas por la puerta grande el atávico miedo al mar y a sus criaturas. Adiós leones y tigres: a partir de la película, el gran devorador de hombres, de manera muy injusta a la vista de las estadísticas, pasó a ser en la mentalidad popular el tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Con él, todas las otras especies de escualos, tiburones tigre, makos, martillo, zorro, toro, de puntas negras o blancas, gris, de arrecife, hasta las tintoreras, se convirtieron no ya en potencialmente peligrosas sino en letales y destructivas (y en consecuencia destructibles). No había aleta sobre la superficie de las olas ni sombra fusiforme bajo el océano que no estuviera enturbiada por una mancha roja de sangre (humana). El tiburón pasó a nadar procelosamente en el subconsciente colectivo, con alguna rara connotación sexual como denotan la portada de la novela y los carteles del filme, y a ser el enemigo público número 1.. El efectista tráiler estadounidense de la película, que fue pionera también en su gigantesca promoción, incluidas toallas de playa (!), establecía el tono de la propuesta: (recítese con voz profunda y ominosa) “Ahí afuera hay un animal que vive para matar. Atacará y devorará, como si Dios hubiera creado al diablo y este fuera… Tiburón”.. El estupendo documental 50 años de Tiburón, de Antoine Coursat y Olivier Bennard, que puede verse en Movistar Plus + y es una de las cosas que nos llegan con el aniversario, además del libro de la conmemoración que ha publicado Notorious Ediciones en su colección dedicada a desmenuzar grandes películas o la edición conmemorativa de Planeta de la novela original de Peter Benchley con nueva traducción de Javier Calvo y material adicional, muestra el pánico que desataba en los cines el filme. Imágenes tomadas dentro de las salas dan fe de los sustos y angustias que provocaban escenas como la de la súbita aparición de la cabeza del pescador Ben Gardner, con una mueca macabra, en su bote semihundido mientras lo explora buceando el oceanógrafo Hooper (Richard Dreyffus). A la salida, comentarios de los espectadores: “He pasado muchísimo miedo”, “ha sido horrible pero es buenísima”; “¿creéis que puede existir un tiburón así?, ‘no sé, ¡pero no pienso volver a bañarme!”; ¿es la primera vez que la ve?, “no, la novena”, ¿y qué le hace volver? “¡el tiburón!”.. Cartel de advertencia de la presencia de tiburones en una playa de Estados Unidos.Boston Globe (Boston Globe via Getty Images). “La primera vez que la vimos, en Nueva York”, explica en el documental la viuda de Benchley (fallecido en 2006), Wendy, “la gente estaba alucinada, aplaudía y chillaba. Al salir, Richard Dreyffus se puso a saltar y gritaba ‘¡un éxito!’. Pero también estaba ese otro fenómeno de la psicosis combinada con angustia”. Tiburón desató una enorme conmoción y una oleada de tiburonmanía: el bicho tuvo disco, Super Jaws, por los Seven Seas, y fue portada de Time. Hasta tal punto causó miedo a bañarse que una comunidad de Florida trató de denunciar la película por alejar a la gente de las playas. El propio Ian Shaw, hijo del actor Robert Shaw, que encarnaba al correoso cazatiburones Quint, reconoce en el documental: “No me quería bañar ni en una piscina”. Es lo que pasa cuando ves en pantalla como un tiburón se come a tu padre.. Spielberg, a la sazón un joven, ambicioso y bastante gamberro director de 27 años, con solo dos películas de experiencia, bordeó el desastre en el rodaje, que se prolongó una barbaridad sobre lo programado y se pasó de presupuesto. Algunas de las decisiones que tomó, como que apareciera poco el tiburón, estuvieron motivadas por la necesidad: los tres tiburones mecánicos que se construyeron, llamados todos Bruce, por el abogado del cineasta, y extraoficialmente “la gran mierda blanca”, no funcionaban bien y no daban el pego; de hecho, en el primer ataque, el tiburón se hundió. El equipo lo pasó fatal en el agua, a los actores se les cruzaron los cables (como a los tiburones artificiales). El rodaje estuvo sembrado de calamidades y marcado por el interés de hacer caja de los habitantes del pueblo y luego su hostilidad. La historia se puede leer en algunos de los capítulos del libro del 50º aniversario (con textos de Quim Casas, Juan Manuel Corral y Juan Andrés Pedrero Santos, y evocadoras fotografías) y en The Jaws log, del guionista Carl Gottlieb (Newmarket Press), que cuenta con una jugosa “expanded edition”.. “Claro que me acuerdo del estreno de Tiburón, tenía 16 años, la vi en Barcelona en el cine Bosque y desde entonces te bañabas con cierto reparo”, rememora a este diario el biólogo marino y dueño de una empresa de acuarofilia Adolfo Santa-Olalla. “Fue un shock, la gente se metía en el agua con el ‘uy’ en la boca. Teníamos un barquito en Blanes y salíamos pero yo ya no he nadado más en mar abierto. Conocer la vida del mar me ha servido para confirmar que hay bichos malos ahí”.. Un tiburón blanco sobre la cubierta del ‘M/V’ en una expedición de Ocearch por la costa este de EE UU, en abril de 2023.Heather Barton (Ocearch). De ello da fe el buceador Ernest de Longis, al que en 2009 le atacó en aguas de Ibiza no un tiburón sino un pez espada. Italiano de Benevento, Ernest era muy jovencito cuando se estrenó la película de Spielberg pero ya sabía del mar y le pareció “muy exagerada”. Tuvo un encuentro con un blanco, uno de los mayores que se han visto en el Mediterráneo, atrapado en 1987 en la almadraba de Favignana, la isla de su abuela. Al tiburón lo sacaron al muelle y allí fue expuesto (enseña fotos impresionantes), causando tanta expectación como el tiburón tigre que exhiben en Amity creyendo que es el asesino y que por cierto tiene una historia propia de rechupete: lo fueron a buscar a Florida y lo trajeron en avión; durante el rodaje olía a diablos.. Otra persona que asistió al estreno de Tiburón en España es Patricio Bultó, biólogo marino y responsable técnico del Aquarium de Barcelona, centro que tiene una buena colección de escualos, aparte de una estupenda réplica a tamaño natural de un blanco. “No tuve miedo”, establece, “ya entonces me interesaban los tiburones”. La película “me gustó aunque me pareció que todo estaba exagerado”.. La científica marina catalana Gádor Muntaner, especialista internacional en escualos, acaba de publicar el libro La sonrisa de los tiburones (GeoPlaneta, 2025), cuyo título ya es una declaración de principios. Gádor tiene 34 años, así que no vivió el primer impacto del filme, y de hecho califica al blanco de “mi gran amor” y dice que verlo le hace llorar de emoción (y no de miedo como nos pasa a otros). “Tengo una relación ambivalente con la película”, explica en uno de los pocos momentos seca en que no está nadando entre tiburones, su gran pasión. “Por un lado, no puedo negar que es una obra maestra cinematográfica, que marcó un antes y un después en la historia del cine. Sin embargo no puedo evitar tenerle mucha manía, ya que, aunque no fue intencionado, ha supuesto un daño brutal para un animal imprescindible en nuestros océanos. La película sembró una gran semilla de miedo hacia los tiburones a nivel mundial, lo cual, de forma indirecta hizo que sus capturas aumentasen aún más, al tratarse de una especie por la que no teníamos empatía”. La científica y buceadora continúa: “La imagen que tenemos de los tiburones en la película está muy alejada de la realidad: el ser humano no forma parte de su dieta natural, y ellos no se sienten atraídos por nosotros como fuente de alimento. Además las estadísticas lo demuestran: es más probable que te caiga un rayo que te muerda un tiburón”.. Gádor, que en el mar solo tiene miedo de las hélices y las corrientes y a la que le pegó un susto una foca leopardo, que en cambio parecen tan monas, recuerda que los tiburones “causan la muerte de 10 personas al año en todo el mundo mientras que los perros provocan la de 30.000”. Por nuestra parte matamos a cien millones de tiburones al año, buena parte en el atroz finning, la mutilación de las aletas para sopa. No está de más recordar que pese a toda la agitación, el tiburón de Spielberg solo mata en la película a seis personas y un perro.. Gádor Muntaner, buceando entre tiburones.. La sonrisa de los tiburones es una lectura muy buena para compensar los 50 años de Tiburón. Subraya que seguimos recibiendo información estereotipada, errónea, sensacionalista e incompleta de los tiburones y los describe como seres admirables, perfectos y fascinantes. Es elocuente comparar lo que escribe la bióloga de la mirada del tiburón blanco (“esos ojos de iris azul que parecen mirar más allá de lo visible”) con el famoso monólogo del capitán Quint (Robert Shaw) sobre los “ojos sin vida, de muñeca, ojos negros” de los tiburones a punto de atacar. No obstante, Gádor tampoco es una ingenua inocente y reconoce que los tiburones pueden atacar, y lo hacen: “La estadística es ínfima, pero existe”. De hecho, un capítulo de su libro, conmovedor, está dedicado al reportaje filmado con ella y un exmarine australiano al que le habían comido un brazo y una pierna y reconvertido en conservacionista marino en el pueblo pesquero de Yavaros, en la costa de Sonora, donde se habían producido cuatro ataques fatales de tiburón blanco. Gádor cree que los ataques fueron debidos a confusión por parte del depredador al tratarse de aguas muy turbias y estar las víctimas buscando callo de hacha, un apreciado molusco, en el fondo arenoso.. El propio Peter Benchley fue consciente del daño que había hecho a los tiburones y se reconvirtió asimismo al conservacionismo, tratando de devolverles, dijo, algo de lo que le habían proporcionado. En el prólogo de las nuevas ediciones de su novela se explicó a fondo, y en la edición del aniversario, con material extra —como la historia de lo difícil que fue encontrar título para el libro; llegó a proponerse medio en broma Algo me está mordiendo la pierna—, lo hace también su viuda: “Los tiburones no son monstruos, son parte esencial del mar”. Wendy Benchley considera que si bien Tiburón pudo demonizar a los tiburones, también provocó un interés mundial por ellos, despertó vocaciones para estudiarlos e impulsó investigaciones.. La película se rodó en la isla de Martha’s Vineyard (Massachussets), que hace de la ficticia Amity. Pero en la isla en la que se encuentran las raíces de Tiburón es Nantucket, donde creció Benchley, conoció a un pescador de tiburones tipo Quint, Frank Mundus, que había arponeado a un gran blanco y se planteó qué pasaría si un depredador así llegara a una localidad turística en plena temporada de veraneo. La conexión Nantucket explica que Moby Dick resuene en la trama (Quint: ese Ahab rufián y cervecero). La historia de la novela (la primera del autor) posee tanto interés como la de la película. Benchley la tenía en la cabeza desde hacía largo tiempo y había investigado mucho, pero no parecía haber mercado para una novela centrada en un pez (incluso con el precedente de El viejo y el mar, de Hemingway), aunque entonces triunfaba una protagonizada por conejos (La colina de Watership).. En realidad, Spielberg se zampó (y valga la expresión) mucho material del libro, sobre todo de sexo y corrupción, incluida la infelicidad de la mujer del jefe de policía Brody y su adulterio con Hooper (que al final muere, a diferencia del filme), y las conexiones del alcalde de Amity con la mafia. La novela tiene también un inolvidable inicio: “El gran pez se movía silenciosamente a través de las aguas nocturnas”. Y algunos pasajes realmente gore: “No pudo hallar su pie, palpó más arriba en su pierna, sus dedos hallaron un muñón de hueso y carne desgarrada”.. Una escena de ‘Tiburón’.Universal Pictures. Los científicos recuerdan que los tiburones llevan nadando en los mares de la Tierra más de cuatrocientos millones de años sin grandes cambios (bueno, sí, la escala del Megalodón, afortunadamente, que era como un blanco de 17 metros) y que hoy en día hay alrededor de quinientas especies, entre ellas algunas tan extraordinarias como el tiburón ballena o el tiburón boreal, tan longevo que hay individuos que pudieron conocer a Cervantes.. Quien firma estas líneas vio también el estreno de Tiburón en el cine Bosque de Barcelona. La experiencia no fue tan impactante como para otros adolescentes porque yo ya llevaba el miedo en el cuerpo gracias a los sensacionales relatos de tiburones que contaba mi madre, que había vivido su juventud en Venezuela y observado personalmente ataques. Incluso vio cómo se le comían la pierna a un primo suyo seminarista en Maracaibo, lo que no la hizo, curiosamente, menos religiosa. Mi experiencia personal con los tiburones, escasa, incluye haber visto una aleta desde una playa en Nantucket, y sobre todo uno entero mientras hacía esnórquel en Cayo Sombrero, en los cayos venezolanos. Y he de confesar que entonces salí zumbando (en cambio en la misma situación iniciática en las Maldivas, Gádor fue hacia él). Mientras, no dejaba de creer que oía las notas amenazadoras y obsesivas de la banda sonora de John Williams, el “ostinato submarino” que dice Quim Casas, notas que, por cierto, le provocaron risa a Spielberg la primera vez que las oyó porque pensó que eso tan minimalista tenía que ser una broma.. Otro libro muy interesante que acaba de aparecer sobre escualos es Los tiburones no se hunden, vivencias de la científica experta en ellos y fundadora de la organización Minorities in Shark Sciencies (MISS), Jasmin Graham, (Carbrame, 2025). La bióloga, que es especialista en los martillo, explica su lucha por cambiar la mirada popular sobre los tiburones, “las criaturas más extraordinarias que existen”, y en paralelo por reivindicar a las investigadoras mujeres y negras como ella en “el entorno tóxico de supremacía blanca y masculina” que, denuncia, ha sido muchos años la ciencia marina estadounidense. “Al igual que las científicas negras luchamos por prosperar en nuestro campo, los tiburones también luchan por sobrevivir”, escribe trazando un curioso paralelismo: “Con demasiada frecuencia, los negros somos considerados y tratados como tiburones, temidos, incomprendidos y agredidos”. Es significativo en ese sentido racista que en algunos lugares se cree que los tiburones no atacan a los negros, algo que desmiente la evidencia.. La investigadora alerta de que en el último siglo algunas poblaciones de tiburones han disminuido hasta un 90% y una cuarta parte de todas las especies están en peligro de extinción. Graham, que recalca la importancia trascendental de los tiburones para el equilibrio del ecosistema marino y apunta “todas las lecciones que pueden darnos sobre la vida, la supervivencia y la prosperidad”, vuelve a insistir en que los casos de ataques (o “mordiscos exploratorios”, que ya es eufemismo) en los que un humano pierde la vida o una extremidad son “extremadamente excepcionales”. Una frase de la investigadora da que pensar y se contrapone a los mensajes de la película: “Si los tiburones dejan de nadar, nos hundimos todos”.. Entre las cosas que nos ha dejado Tiburón, además del hábito de mirar hacia abajo compulsivamente cuando nadamos en el mar, un puñado de escenas y frases icónicas. Entre las primeras, la de arranque de la película de la chica nadando desnuda de noche mientras el depredador (invisible) asciende de las profundidades hacia su presa; la primera aparición de Quint, haciendo chirriar la pizarra con las uñas; la multitud huyendo despavorida del mar y corriendo hacia la playa (“¡salgan todos del agua!”), los bidones que aparecen y desaparecen marcando los movimientos del tiburón, el ataque a la jaula en la que se sumerge Hooper, o el terrorífico momento del gran escualo atrapando y devorando al capitán Quint en el naufragio de su barco, el Orca. Sin olvidar el momento en que Quint aplasta la lata de cerveza con la mano y Hooper hace lo propio con su vaso de papel. O la charla sobre tiburones a bordo del Orca en la que aparece la escalofriante historia del USS Indianápolis (el monólogo en el que Quint explica la razón de su odio a los tiburones, y que no está en la novela, fue idea del coguionista en la sombra, Howard Sackler, y lo reelaboraron John Milius y el propio Robert Shaw).. Entre las frases inolvidables, “necesitará un barco más grande” (acreditada al actor Roy Schreider, que se la inventó para su personaje, el jefe de policía Brody) y “sonríe, hijo de puta”. También, “no ha sido un accidente de lancha, no ha sido una hélice, no ha sido un arrecife de coral y no ha sido Jack el destripador”, o “Amity, como sabe, significa amistad”.. Tiburón lleva nadando ya 50 años y aunque haya pasado mucho tiempo y cambiado el contexto histórico en que se rodó la película, algo de nosotros sigue atrapado en el viaje tras el enorme escualo, esa gran aventura llena de riesgos y de emociones que es en última instancia la vida, y de la que solo nos desembarcará el gran tiburón negro que a todos nos acecha.
EL PAÍS