El cine es tan imprevisible y maravilloso que alguien puede calcar casi plano a plano una obra maestra y que la copia no tenga la grandeza de la original; hacer un remake fundamentalmente fiel y fastidiarlo por culpa de una y mil cosas. Con Un funeral de locos, en esencia, la misma película que Un funeral de muerte, escrita por Dean Craig y dirigida por Frank Oz en 2007, Manuel Gómez Pereira y la adaptadora Yolanda García Serrano no la han fastidiado. Hay apenas un puñado de cambios, y no esenciales, lo que la han llevado en estos días desde su estreno, apoyada en un grupo de buenos cómicos, a un gran éxito de público. Aun así, pese a la copia, hay notables distinciones. Y unas cuantas reflexiones sobre el no tan noble arte del remake.. Con ecos de las comedias de la Ealing, aunque con una pizca de escatología y de notable incorrección política, Craig escribió una estupenda película que, al no convertirse en un clásico moderno, dio pie a un (mal) primer remake americano en 2010, y ahora a esta versión española dirigida por el veterano Manuel Gómez Pereira, sin un éxito desde hace muchísimo, pero que en sus inicios fue el hombre que durante un tiempo nunca se equivocó, al encadenar una serie de cinco excelentes comedias, culminada con El amor perjudica seriamente la salud.. Como ya hiciera Oz en la original, Gómez Pereira mantiene bien las distancias en la gracia física, sin subrayar el gag visual con planos cortos que enturbien la limpia puesta en escena. De todos modos, aunque en general la mayoría del relato discurra de igual modo que en la película de Oz, dos secuencias ejemplifican la dificultad del tempo de la comedia, y lo que separa, como dice Quentin Tarantino respecto del arte del montaje, “una mierda tosca de un ritmo orgásmico”.. En el tempo —lo que tardan los intérpretes en contestarse unos a otros, y el número de fotogramas de un plano hasta el siguiente corte de montaje— se esconde buena parte del secreto de las comedias, y solo hay que comprobar la primera secuencia para ver que, siendo prácticamente iguales, son distintas: una única frase, “¿quién es?”, pronunciada por Matthew Macfadyen sin intención alguna de hacerse el gracioso, provoca una carcajada en la versión de 2007; la de Gómez Pereira, en cambio, tiene que acudir a un doble gag (sacado del remake americano) para rematar la gracia de la secuencia, y lo hace además por una vía bastante más gruesa.. El segundo momento, en principio igual, pero que resulta distinto por culpa del tempo, se produce en el instante en que el hijo que interpreta Quim Gutiérrez cae en la cuenta del secreto de su padre. Oz lo hace con una serie de planos sucesivos de la decoración del despacho, intercalados con el rostro de Macfadyen sin apenas gesto, únicamente con la boca entreabierta. Esa sucesión de planos, marcados también por el ritmo de la música, son magistrales en su tempo; en la versión española, en cambio, apenas alcanza esa gracia puramente cinematográfica.. De un tiempo a esta parte, poco más de una década, europeos y latinoamericanos se han dedicado a hacer lo que siempre hicieron los de Hollywood: tirar de lo fácil a través de remakes más o menos calcados de películas extranjeras. En España, que también ha exportado sus originales a otros lugares, se han realizado ya unas cuantas con este molde, y algunas han sido grandes éxitos, empezando por la primera entrega de Padre no hay más que uno y acabando por Un funeral de locos. Pero el cine español haría bien en reflexionar si este es el camino, no ya tanto para las ganancias económicas como para la salud de la industria y, cómo no, para el arte de hacer películas. Al fin y al cabo, buena parte de los que han copado las salas estos días con la de Gómez Pereira tienen a su disposición la de Oz en el Canal TCM.. Tras el éxito mundial de Rufufú (1958), de Mario Monicelli, los abuelos cinematográficos de productoras actuales como María Luisa Gutiérrez, de Bowfinger, responsable de Un funeral de locos, se lanzaron a intentar éxitos en esa línea. El más importante de todos ellos, Pedro Masó, un grande del cine popular, coescribió y produjo una obra maestra en esa línea, aunque totalmente original, dirigida por José María Forqué. Era Atraco a las tres. He ahí otra posible línea de actuación.. Nota: en estos días se ha hablado mucho en redes y medios de dos feos detalles de Un funeral de locos. El extraño doblaje de uno de los actores, Santi Ugalde, al que se le ha cambiado una parte fundamental de su actuación. Y el incomprensible hecho de que Belén Rueda, de 60 años, haga de madre de Ernesto Alterio, de 55. Son, seguramente, decisiones discutibles, pero que apenas afectan lo que debería ser una crítica de cine. Son aspectos, digamos, menores, que no hacen que una película sea mejor o peor. De hecho, la mayoría de su público objetivo ni habrá caído en la cuenta de ninguno de los dos pormenores.. Seguir leyendo
El cine es tan imprevisible y maravilloso que alguien puede calcar casi plano a plano una obra maestra y que la copia no tenga la grandeza de la original; hacer un remake fundamentalmente fiel y fastidiarlo por culpa de una y mil cosas. Con Un funeral de locos, en esencia, la misma película que Un funeral de muerte, escrita por Dean Craig y dirigida por Frank Oz en 2007, Manuel Gómez Pereira y la adaptadora Yolanda García Serrano no la han fastidiado. Hay apenas un puñado de cambios, y no esenciales, lo que la han llevado en estos días desde su estreno, apoyada en un grupo de buenos cómicos, a un gran éxito de público. Aun así, pese a la copia, hay notables distinciones. Y unas cuantas reflexiones sobre el no tan noble arte del remake.Con ecos de las comedias de la Ealing, aunque con una pizca de escatología y de notable incorrección política, Craig escribió una estupenda película que, al no convertirse en un clásico moderno, dio pie a un (mal) primer remake americano en 2010, y ahora a esta versión española dirigida por el veterano Manuel Gómez Pereira, sin un éxito desde hace muchísimo, pero que en sus inicios fue el hombre que durante un tiempo nunca se equivocó, al encadenar una serie de cinco excelentes comedias, culminada con El amor perjudica seriamente la salud.Como ya hiciera Oz en la original, Gómez Pereira mantiene bien las distancias en la gracia física, sin subrayar el gag visual con planos cortos que enturbien la limpia puesta en escena. De todos modos, aunque en general la mayoría del relato discurra de igual modo que en la película de Oz, dos secuencias ejemplifican la dificultad del tempo de la comedia, y lo que separa, como dice Quentin Tarantino respecto del arte del montaje, “una mierda tosca de un ritmo orgásmico”.En el tempo —lo que tardan los intérpretes en contestarse unos a otros, y el número de fotogramas de un plano hasta el siguiente corte de montaje— se esconde buena parte del secreto de las comedias, y solo hay que comprobar la primera secuencia para ver que, siendo prácticamente iguales, son distintas: una única frase, “¿quién es?”, pronunciada por Matthew Macfadyen sin intención alguna de hacerse el gracioso, provoca una carcajada en la versión de 2007; la de Gómez Pereira, en cambio, tiene que acudir a un doble gag (sacado del remake americano) para rematar la gracia de la secuencia, y lo hace además por una vía bastante más gruesa.El segundo momento, en principio igual, pero que resulta distinto por culpa del tempo, se produce en el instante en que el hijo que interpreta Quim Gutiérrez cae en la cuenta del secreto de su padre. Oz lo hace con una serie de planos sucesivos de la decoración del despacho, intercalados con el rostro de Macfadyen sin apenas gesto, únicamente con la boca entreabierta. Esa sucesión de planos, marcados también por el ritmo de la música, son magistrales en su tempo; en la versión española, en cambio, apenas alcanza esa gracia puramente cinematográfica.De un tiempo a esta parte, poco más de una década, europeos y latinoamericanos se han dedicado a hacer lo que siempre hicieron los de Hollywood: tirar de lo fácil a través de remakes más o menos calcados de películas extranjeras. En España, que también ha exportado sus originales a otros lugares, se han realizado ya unas cuantas con este molde, y algunas han sido grandes éxitos, empezando por la primera entrega de Padre no hay más que uno y acabando por Un funeral de locos. Pero el cine español haría bien en reflexionar si este es el camino, no ya tanto para las ganancias económicas como para la salud de la industria y, cómo no, para el arte de hacer películas. Al fin y al cabo, buena parte de los que han copado las salas estos días con la de Gómez Pereira tienen a su disposición la de Oz en el Canal TCM.Tras el éxito mundial de Rufufú (1958), de Mario Monicelli, los abuelos cinematográficos de productoras actuales como María Luisa Gutiérrez, de Bowfinger, responsable de Un funeral de locos, se lanzaron a intentar éxitos en esa línea. El más importante de todos ellos, Pedro Masó, un grande del cine popular, coescribió y produjo una obra maestra en esa línea, aunque totalmente original, dirigida por José María Forqué. Era Atraco a las tres. He ahí otra posible línea de actuación.Nota: en estos días se ha hablado mucho en redes y medios de dos feos detalles de Un funeral de locos. El extraño doblaje de uno de los actores, Santi Ugalde, al que se le ha cambiado una parte fundamental de su actuación. Y el incomprensible hecho de que Belén Rueda, de 60 años, haga de madre de Ernesto Alterio, de 55. Son, seguramente, decisiones discutibles, pero que apenas afectan lo que debería ser una crítica de cine. Son aspectos, digamos, menores, que no hacen que una película sea mejor o peor. De hecho, la mayoría de su público objetivo ni habrá caído en la cuenta de ninguno de los dos pormenores. Seguir leyendo
El cine es tan imprevisible y maravilloso que alguien puede calcar casi plano a plano una obra maestra y que la copia no tenga la grandeza de la original; hacer un remake fundamentalmente fiel y fastidiarlo por culpa de una y mil cosas. Con Un funeral de locos, en esencia, la misma película que Un funeral de muerte, escrita por Dean Craig y dirigida por Frank Oz en 2007, Manuel Gómez Pereira y la adaptadora Yolanda García Serrano no la han fastidiado. Hay apenas un puñado de cambios, y no esenciales, lo que la han llevado en estos días desde su estreno, apoyada en un grupo de buenos cómicos, a un gran éxito de público. Aun así, pese a la copia, hay notables distinciones. Y unas cuantas reflexiones sobre el no tan noble arte del remake.. Más información. Belén Rueda y el síndrome de la ‘niña-madre’ del cine. Con ecos de las comedias de la Ealing, aunque con una pizca de escatología y de notable incorrección política, Craig escribió una estupenda película que, al no convertirse en un clásico moderno, dio pie a un (mal) primer remake americano en 2010, y ahora a esta versión española dirigida por el veterano Manuel Gómez Pereira, sin un éxito desde hace muchísimo, pero que en sus inicios fue el hombre que durante un tiempo nunca se equivocó, al encadenar una serie de cinco excelentes comedias, culminada con El amor perjudica seriamente la salud.. Como ya hiciera Oz en la original, Gómez Pereira mantiene bien las distancias en la gracia física, sin subrayar el gag visual con planos cortos que enturbien la limpia puesta en escena. De todos modos, aunque en general la mayoría del relato discurra de igual modo que en la película de Oz, dos secuencias ejemplifican la dificultad del tempo de la comedia, y lo que separa, como dice Quentin Tarantino respecto del arte del montaje, “una mierda tosca de un ritmo orgásmico”.. En el tempo —lo que tardan los intérpretes en contestarse unos a otros, y el número de fotogramas de un plano hasta el siguiente corte de montaje— se esconde buena parte del secreto de las comedias, y solo hay que comprobar la primera secuencia para ver que, siendo prácticamente iguales, son distintas: una única frase, “¿quién es?”, pronunciada por Matthew Macfadyen sin intención alguna de hacerse el gracioso, provoca una carcajada en la versión de 2007; la de Gómez Pereira, en cambio, tiene que acudir a un doble gag (sacado del remake americano) para rematar la gracia de la secuencia, y lo hace además por una vía bastante más gruesa.. El segundo momento, en principio igual, pero que resulta distinto por culpa del tempo, se produce en el instante en que el hijo que interpreta Quim Gutiérrez cae en la cuenta del secreto de su padre. Oz lo hace con una serie de planos sucesivos de la decoración del despacho, intercalados con el rostro de Macfadyen sin apenas gesto, únicamente con la boca entreabierta. Esa sucesión de planos, marcados también por el ritmo de la música, son magistrales en su tempo; en la versión española, en cambio, apenas alcanza esa gracia puramente cinematográfica.. De un tiempo a esta parte, poco más de una década, europeos y latinoamericanos se han dedicado a hacer lo que siempre hicieron los de Hollywood: tirar de lo fácil a través de remakes más o menos calcados de películas extranjeras. En España, que también ha exportado sus originales a otros lugares, se han realizado ya unas cuantas con este molde, y algunas han sido grandes éxitos, empezando por la primera entrega de Padre no hay más que uno y acabando por Un funeral de locos. Pero el cine español haría bien en reflexionar si este es el camino, no ya tanto para las ganancias económicas como para la salud de la industria y, cómo no, para el arte de hacer películas. Al fin y al cabo, buena parte de los que han copado las salas estos días con la de Gómez Pereira tienen a su disposición la de Oz en el Canal TCM.. Tras el éxito mundial de Rufufú (1958), de Mario Monicelli, los abuelos cinematográficos de productoras actuales como María Luisa Gutiérrez, de Bowfinger, responsable de Un funeral de locos, se lanzaron a intentar éxitos en esa línea. El más importante de todos ellos, Pedro Masó, un grande del cine popular, coescribió y produjo una obra maestra en esa línea, aunque totalmente original, dirigida por José María Forqué. Era Atraco a las tres. He ahí otra posible línea de actuación.. Más información. Lea aquí todas las críticas de cine. Nota: en estos días se ha hablado mucho en redes y medios de dos feos detalles de Un funeral de locos. El extraño doblaje de uno de los actores, Santi Ugalde, al que se le ha cambiado una parte fundamental de su actuación. Y el incomprensible hecho de que Belén Rueda, de 60 años, haga de madre de Ernesto Alterio, de 55. Son, seguramente, decisiones discutibles, pero que apenas afectan lo que debería ser una crítica de cine. Son aspectos, digamos, menores, que no hacen que una película sea mejor o peor. De hecho, la mayoría de su público objetivo ni habrá caído en la cuenta de ninguno de los dos pormenores.. Un funeral de locos. Dirección: Manuel Gómez Pereira.. Intérpretes: Quim Gutiérrez, Ernesto Alterio, Inma Cuesta, Secun de la Rosa.. Género: comedia. España, 2025.. Duración: 97 minutos.. Estreno: 11 de abril.
EL PAÍS