Con este libro de duelo, el escritor y Premio Cervantes abrió una nueva senda de su obra incrementando el intimismo y la voracidad poética de la prosa para dar cuenta del daño, la enfermedad y la muerte de su hijo a los seis años Leer
Con este libro de duelo, el escritor y Premio Cervantes abrió una nueva senda de su obra incrementando el intimismo y la voracidad poética de la prosa para dar cuenta del daño, la enfermedad y la muerte de su hijo a los seis años Leer
El día en que Francisco Umbral entró en una de las aulas del Colegio Estilo de Madrid (dirigido por Josefina Aldecoa) y tomó al hijo de la mano para dar vueltas juntos al parque del Retiro sabía lo que llegaba. La leucemia del chico no remitía. Jesús Hermida, corresponsal de TVE en Nueva York, enviaba puntual por la valija la medicación necesaria para completar la pauta que le administraban en la Fundación Jiménez Díaz. Hermida estuvo facturando remedios hasta el último día, hasta la mañana de 1974 en que murió Francisco Pérez Suárez, Pincho. Seis años de edad. Hijo de Francisco Umbral -Francisco Pérez Martínez- y María España Suárez. El entierro fue en el cementerio de La Almudena. Unos meses antes, el escritor había publicado Las ninfas (Premio Nadal), Crónicas antiparlamentarias (Júcar), después Las españolas (Planeta) y más tarde Museo Nacional del mal gusto (Plaza & Janés). Textos que iban del barroco a la sátira, del tremendismo al costumbrismo, del menudeo de la realidad al pulso de lo real. Todo lo contaba Umbral como si fuese el idioma un bazar persa donde podía surtirse de cualquier asombro.. La muerte de Pincho devastó a María España y a Francisco Umbral. Éste era ya un ciudadano orquestal, dispuesto a hacerse notar. Se estaba haciendo a toda prisa el sitio en Madrid. Entre la crónica puntual, el relente de niño de la posguerra y una escritura de romanticismo febril impuso su ambición de escritor desbordante como no ocurría, más o menos, desde Ramón Gómez de la Serna. Después de enterrar a Pincho algo ocurrió. Aquel Umbral dispuesto a desplegar en la literatura un inventario palpitante de crónicas del tiempo se detuvo. Estudió su daño. Lo palpó por dentro. Se arrancó vida y decidió que ese filón propio del hombre destruido debía ser literatura de otro modo. No desde el llanto, sino desde el estupor. Y se sentó, cuentan que cebado de whisky y optalidones, a contar el luto por el hijo muerto, a levantar el íntimo diario de la devastación del padre. Mortal y rosa es el libro. Lo publicó la colección Áncora y Delfín. El título viene del poeta Pedro Salinas: «…esta corporeidad mortal y rosa/ donde el amor inventa su infinito». Porque la poesía es el pistón de Umbral y de ahí viene todo lo demás, de la poesía y de Valle-Inclán. Y un mucho de Ramón y un poco de Gutiérrez Solana y otro tanto de César González-Ruano y, aunque él no lo decía, también unas gotas de Gabriel Miró y trazas de Camilo José Cela. Mortal y rosa es el parteaguas de la escritura de Umbral, de la literatura de Umbral, el relente y la tristeza del hombre lobo. Su kilómetro cero. Poco después Franco muere.. En este momento devastado, con una escalera de incendios que le va del corazón a la cabeza y desde lo alto se arroja una y otra vez, Umbral hace el relato lírico -dietario, memorias, autobiografía- del infierno desbordante de su orfandad de padre. El argumento es ese, la falta de argumento porque no es posible entender lo que no tiene forma ni en la forma cabe. El procesamiento artístico de estas páginas pasa por echarse a los hombros las palabras y llegar con ellas a la confabulación de la poesía y a un desafío de la prosa como no se había hecho. El daño va a compás de la pasión inconsumible. Quién dice que no podría ser el mejor libro de Umbral. Es el mejor libro de Umbral porque sus efectos expresivos están fundando, de otro modo, otra lengua propia y literaria. La manera de nombrar al hijo, de nombrar la enfermedad, la alegría que huye, el padre prolífico que se emblanquece a borbotones… Este Mortal y rosa es literatura intencional: no con la intención sentimental de contar la desgracia, sino con la intención desmesurada de comprender la evidencia de la muerte, el crimen de contemplar a un niño morir.. En ese año de 1975 se publican en España otras novelas principales: La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza; Juan sin tierra, de Juan Goytisolo; Cerbero son las sombras, de Juan José Millás; El libro de arena, de Borges; El otoño del patriarca, de García Márquez… Mortal y rosa es una pieza extraña. No está comprometida más que con el luto y el dolor. No tiene más chanchanes que un hombre que tira de los trapos y los cabos de las figuras retóricas, de las metáforas, de las imágenes, de los versos, para llevar el español hasta la extenuación, para sacarlo de quicio, para impulsarse en él hasta convertir el temblor en una dinámica textual hermosísima. Quizá sea, de Umbral, el libro más alejado también de cualquier preme-ditación y escrito en una postura distinta ante la literatura, ante el español, ante quien lee. Aquella España efervescente de 1975 era para el escritor más enfebrecido un túmulo bajo el cielo lamido de la pena.. Puede que sea a partir de aquella fecha, de este libro y de tal desconcierto, cuando de Umbral se pudo ver una de las razones de su obra: confeccionar la autobiografía más extensa de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Hecha sobre muy distintos soportes: del artículo a las memorias, del ensayo a la crítica de circunstancia, de la novela al volumen misceláneo. Todo aquello que rompe definitivamente en las paredes de Mortal y rosa y a la vez es un diálogo, y una expiación, y un no saber ya qué ni por dónde. Manuel Vicent, en sus daguerrotipos de los años 70, dibuja a Umbral con precisión: «Leer a Francisco Umbral produce a veces cierto pudor porque es un artista que trabaja directamente con su vanidad o, en su defecto, usa los propios menudillos como fuente de inspiración; y las vísceras, de tintero. Tampoco hace nada por disimular. Se picotea los traumas ferozmente como un pelícano, extrae del subconsciente un pedazo de entraña cremosa, la pone a secar en el folio o lo que es lo mismo: escribe un artículo o un ensayo y lo pone a colgar en el tendedero en plan prenda íntima, de lencería fina húmeda de secreciones internas (…) para que todo el mundo se entere». En Mortal y rosa no hay exhibicionismo sino un ciudadano escribiendo sobre el hijo muerto y sobre sí mismo con toda la carne fuera, sin disculparse un instante, sin mirar a los lados, sin preguntar qué hay más allá. Está trabajando para él, para el juramento de su desesperación.. Adelanto en exclusiva de ‘Mortal y rosa: el cortometraje’, de Sonia Tercero.. Francisco Umbral saltó hacia otras cotas de escritura tras incubar este libro. Libro de familia. Libro de fantasma. Libro para el niño y su risa vendaval, y su manera de callarse. Parece lanzado a la calle como fue concebido: lejos de modas y costumbres del momento, braceando a solas en la vida, en el duelo y en la biografía. Mostrando también al trasluz la fragilidad y la fuerza oscura del impulso de amar y de contar lo que tanto se ama. Por eso está bien condimentado de gracia averiada, de herida sucesiva y de sentido original. Como si un derviche lo dictara, un derviche que da vueltas muy deprisa o muy despacio alrededor de la cabeza de Umbral y luego cae sobre las palabras haciéndose música, prosa y poesía. En la literatura del duelo este libro alcanza cumbre. Y por ahí empieza la ruptura. La bronca contra las escuelas literarias. El rotundo afán libertario que propone. Umbral se puso a escribir como había que hacerlo, a contramuerte de quien está oyendo achicarse a su hijo. De quien le da tierra tras sus lentas gafas grandes y no acepta esa humillación, y no soporta el asesinato del niño (cada niño muerto es un asesinato de mundo, un fracaso absoluto de la vida), y no pide más que le dejen decir y lanzar las palabras más lejos, porque aquí existir consiste, a momentos, en suicidarse un poco a tiempo, en darle a la vida media vuelta de campana.. De todos los libros de Francisco Umbral, casi 200, el que mejor se tiene en pie es Mortal y rosa. El único que no requiere explicación, ni sinopsis, ni le preocupa ser destripado. Tiene su propia mecánica y su ingeniería propia y no busca parecerse a nada porque sólo intenta desalojar lo inconcebible. En un momento dice Umbral esto mismo: «No por vanidad, ya, a estas alturas y en mi caso, ni por egocentrismo, ni por vedetismo, sino por buscar la sencillez última, por huir de ese artificio que en último extremo suponen todos los géneros literarios. […]. Así las cosas, tengo que resignarme a hacer literatura en mi diario íntimo, y a que vaya resultando un poco el poema en prosa de unos graves meses de mi vida, o la novela de un mal novelista». O de un absoluto escritor.
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