El regalo póstumo de un libro por parte de su mujer recién fallecida lleva a Lluís a buscar la ayuda de una meiga. Su respuesta le desconcertará. Leer
El regalo póstumo de un libro por parte de su mujer recién fallecida lleva a Lluís a buscar la ayuda de una meiga. Su respuesta le desconcertará. Leer
Capullos vomitando pétalos rotos, gotas de sangre sostenidas y manotazos coléricos. Lluís arrancaba las flores de la rosaleda de la finca. La curandera y su hija lo observaban desde el interior de la casa. La niña quería detenerlo, pero la madre se lo impidió. Le explicó que era su manera de desahogarse, que aquel hombre cargaba con demasiado tormento. Acudieron al baño a por vendas y alcohol.. Un par de días antes, Lluís desempolvaba en su dormitorio carpetas pensadas para ser consultadas una sola vez en la vida, cuando el fijo lo sobresaltó. Apenas ya nadie lo llamaba por allí. Pensó que sería propaganda y descolgó para que dejara de sonar.. -Buenos días. ¿Hablo con Anna?. -Soy su marido.. -¿Puede ponerme con ella?. -Ojalá…. -Le llamamos de Casa Usher. ¿Podría avisarle de que ya tenemos su encargo?. -¿Qué encargo?. -El libro y la rosa.. -Mi mujer falleció hace apenas una semana.. Nunca había oído hablar de aquella librería. Tanto él como ella, fieros lectores, habían acudido desde la mudanza a Barcelona a una del vecindario: La Prole. El barrio del Galvany no les quedaba al lado. Pero Lluís se acercó al comercio con la ilusión de quien encuentra un billete en un abrigo viejo; con la misma felicidad amarga del padre que recibe días después del funeral de su hijo una última carta suya, llegada con retraso del frente. Su mujer, que desde hacía diecisiete años le había regalado cada año por Sant Jordi una rosa y un libro, volvía a hacerlo, pese a llevar días metida en una urna. La rosa la colocaría boca abajo para que durara eternamente y les sobreviviera a los dos. Y el libro lo leería como si fuera su testamento. Prolongaría y santificaría la lectura hasta lo ridículo.. El ejemplar estaba envuelto en un papel delicado, tan precioso como la librería, levantada en la planta baja de un edificio antiguo, cuyas habitaciones lucían solo libros. Suelo hidráulico, patio interior con hiedra y árboles, volta catalana sin enlucir…. No lo abrió allí. Hizo el amago de pagar, pero Anna se le había adelantado. Se dirigió al Turó Park y desenvolvió el libro bajo un sauce llorón que llovía pólenes ajenos.. La escafandra y la mariposa.. No había dedicatoria. Su ilusión enflaqueció y le sobrevino una total confusión. ¿Por qué había elegido aquel libro? Ya lo tenían en casa, la misma edición, y ambos lo habían leído: aquellos versos milagrosamente escritos por Jean-Dominique Bauby -un hombre que, tras quedarse tetrapléjico y mudo, logró comunicarse con el solo parpadeo de un ojo y llegó a escribir, con ayuda de una logopeda, aquel libro de poesía.. Lluís volvió al establecimiento y se cercioró de que la librera no se había equivocado. Le aseguró que no era el caso. Nunca antes le habían encargado aquel libro y se acordaba de su mujer, cuya descripción coincidía con el aspecto frágil de Anna. Además, a ella le pegaba mucho un libro así, pensó Lluís. ¡Lo mismo hasta me lo regaló ya una vez! Pero no lograba recordarlo bien. Su memoria era vidriosa y los libros, miles.. Sea como fuere, lo inundó una profunda decepción y decidió deshacer el camino y seguir ordenando los documentos del seguro que había esparcido por todo el dormitorio. Pero entonces una idea absurda lo distrajo; un insólito pensamiento que parecía robustecerse con cada paso y que lo acompañó durante todo el camino. Una locura que, cada vez más, se veía capaz de llevar a cabo.. Llegó a casa y se lanzó al teléfono. Buscó en la agenda el número de una antigua amiga gallega. Le preguntó si todavía seguía viva aquella curandera que, además de recomponer los huesos, supuestamente sentía presencias espirituales de fallecidos. Lluís, de antecedentes maníaco-depresivos, había asumido que no iba a lograr descansar tranquilo hasta saber por qué le había regalado su difunta mujer aquel libro.. A tres días de Sant Jordi, dejó a sus hijos con su padre y tomó un avión a Compostela. Allí alquiló un coche y se acercó con el libro a casa de la saludadora.. Lluís esperaba encontrarse con un pazo abandonado en mitad de un monte chato, pero la dirección señalaba una casa de dos plantas, de galerías blancas de carpintería, tan gallegas, y rodeada de un terreno con grelos, óxido y flores. Nada irregular en el paisaje lucense: una pieza de feísmo arquitectónico en mitad del verde más bucólico.. La puerta estaba entornada. En una sala muy húmeda, una madre y su hijo esperaban a ser atendidos. Lluís se sentó junto a ellos y les sonrió. El pequeño estaba muy pálido, aunque le devolvió una sonrisa amplia y serena. Pasaron y acabaron pronto. Y le llegó el turno a él. Una joven le indicó el camino hasta el salón de la casa. Allí, una mujer con falda y chaqueta de pana azul, el pelo corto, rubio y cardado, y una sonrisa que transmitía tristeza, le indicó que se sentara.. -Xa sei o que che pasa, mozo. Dáme os cartos e dígoche o do libro.. -Perdona, ¿puede hablarme en castellano?. -O diñeiro primeiro. Canto trouxeches?. -Mi amiga me dijo que le pagara doscientos, pero después de que me ayudara.. -Enton, déixame o libro. Necesito tocalo.. Lluís, que llevaba el ejemplar oculto y no le había hablado a nadie de él, creyó de golpe en los dones adivinatorios de la gallega. Sacó el ejemplar y la mujer lo abrazó. Cerró los ojos y se quedó absorta en aquella posición, asintiendo a veces con la cabeza. Después del letargo, tomó un bolígrafo y anotó en una hoja un nombre.. -A súa muller estaba namorada doutro mozo. Moi namorada. De feito, o libro era para el, non para ti.. -¿Qué dice usted? ¿Qué otro?. -Deme o diñeiro e doulle o papeliño co nome.. Hay nombres y nombres. Unos necesitan apellidos para ser recordados. A aquel no le hacía falta ninguna seña. Lluís ponía rostro y voz a aquel hombre: un compañero de trabajo de su mujer al que habían invitado un par de ocasiones a cenar a casa. Estaba casado con una austríaca y tenían un hijo.. Debía procesar la información. La señora había incidido mucho en que Anna estaba enamorada de aquel hombre. Después de enzarzarse con unos rosales, decidió volver en el coche alquilado y no tomar el vuelo de vuelta. Le vendría bien un viaje largo para despejarse. Agarró el volante con las manos vendadas y tomó la autovía del Cantábrico. Olía a alcohol y a sangre, la misma que había manchado el lomo del libro y que le bullía inquieta en las sienes.. No viajó deprisa. Se le hizo de noche y se le hizo de día. No escuchó música. Estaba absorto. Temía que su vida hubiera sido una farsa y sentía envidia de aquel hombre que, meses atrás, los había visitado con disimulada desfachatez.. En mitad de la provincia oscense, sin pensárselo mucho, se apeó de la carretera, abrió la ventanilla y arrojó el libro a una cuneta. Miró una última vez la obra de poesía y retomó la conducción.. Entonces le ocurrió algo difícil de explicar, algo que descubrió distanciándose del libro y volviendo a él una y otra vez: si se alejaba del libro, se le oscurecía la visión progresivamente hasta quedarse ciego. Pero, conforme volvía al ejemplar, recuperaba la vista. Recordó la enfermedad ocular del escritor cuadripléjico, que imaginaba el mundo a través de una escasísima visión túnel, y sintió escalofríos.. No tuvo más remedio que bajarse del coche, recuperar el ejemplar y conducir junto a él hasta Barcelona. Con la compañía del libro, ningún paisaje se le volvió a apagar.. Durante la siguiente semana, Lluís no se separó del libro en ningún momento, solo para comprobar que aquella ceguera le volvía si se alejaba de él. Y así era.. Pensó en volver a Galicia y pedirle explicaciones a la curandera, pero no podía ausentarse tantos días de nuevo. Por el momento, se obligó a llevar siempre el libro consigo y bien protegido; le aterrorizaba imaginar que el ejemplar se le extraviaba y se quedaba ciego para siempre.. Una tarde, después del trabajo, le dio por revisar las fotografías familiares. Echaba terriblemente de menos a Anna, pese a que no albergaba ninguna duda de que los últimos años había estado enamorado de otro y que, probablemente, había llevado una doble vida.. Las instantáneas le infundieron pena, impotencia, frustración… También cólera y envidia. Maldijo a aquel hombre por recibir el amor de su esposa. No sabía si acercarse a hablar con él o enterrar el episodio junto a su esposa. También le daba pena no cumplir la última voluntad de Anna y quedarse con la rosa y el libro, que, además, si quería seguir viendo, debía convertirse en un apéndice de su persona. Pero no quería estar encadenado a aquella historia de amor ajena. Como no sacaba nada en claro. Colocó el libro sobre la almohada de Anna y se fue a dormir agotado.. Al día siguiente, las piezas le terminaron de encajar.. Buscó la dirección del amante y resultó que vivía a unas calles de Casa Usher. Aquello fortaleció sus sospechas. Tomó el libro y hasta allí se dirigió.. Pasó por la puerta de la tienda y vio lo bonita que la habían decorado aquella mañana de Sant Jordi, como toda la ciudad. Pero no entró. Se fue directo al número seis del carrer Pérez-Cabrero. Llamó al portero y reconoció la voz del hombre. Jugó la carta del cartero comercial y se coló en el edificio. El corazón le iba a mil y le empezaron a brotar extrasístoles. Se notaba el pulso en toda la cabeza. Veía bien, porque no se había desprendido del libro, pero los párpados le escocían.. Subió las escaleras e intentó no hacer ruido. Llegó a la puerta del amante, dejo el libro sobre el felpudo, llamó a la puerta y bajó fugaz las escaleras. Lluís había decidido cumplir la voluntad de su mujer, envuelto en toda la tristeza del mundo.. Tal y como temía, conforme se alejó del libro el mundo se le fue haciendo más oscuro. Las últimas escaleras las bajó a ciegas hasta que oyó abrirse la puerta del amante y se detuvo. Se imaginó al hombre recogiendo el libro y hojeándolo. Escuchó la puerta cerrarse y continuó a tientas hasta el exterior. Y allí le volvió la visión, en solo un segundo.. Se montó en el coche y se alejó con lágrimas en los ojos.. Dos semanas más tarde, un mes después del fallecimiento de Anna, familiares, amigos y compañeros de trabajo se reunieron en torno a su tumba. Casi todos le llevaron flores. Lluís colocó en el nicho la rosa de Sant Jordi, ya seca; la flor que no le pertenecía y que prefería no conservar. Lloraba con los ojos cerrados y la echaba de menos. Escuchó entonces el sonido de un bastón para ciegos que avanzaba hacia él.. -T’acompanyo en el sentiment, Lluís. Moltíssim.. Lluís se sintió miserable. Lo abrazó fuerte y le dijo que lo sentía mucho, que él, en cierta forma, había estado también varios años ciego y que lo compadecía; que le apenaba que nunca más pudiera ver atardecer en Viena, el rostro de adulto de su hijo, las calles vestidas de Sant Jordi o las fotografías de Anna.. (Relato dedicado a Núria Blanch)
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