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A los 14 o 15 años entré por primera vez en la librería Hiperión. Estaba a pocos metros de la Puerta de Alcalá, en la calle Salustiano Olózaga, y muy cerca del restaurante chino preferido de mi madre, uno de la calle Villalar. El escaparate de Hiperión era la mejor cantera de esa parte de Madrid para saber qué estaba sucediendo en la poesía. Entonces (años 90) las novedades no eran tan nerviosas y tras el cristal había libros expuestos por tres o cuatro meses y a nadie extrañaba. La librería Hiperión, junto a Visor, era uno de los templos de los lectores de poesía. La fundaron en 1975 el formidable Jesús Munárriz y una mujer de dinamita, Maite Merodio. En Hiperión he pasado mañanas o tardes sin cansancio, saltando de un ejemplar a otro como buscando atisbos de mar en un mapa crujiente. Los libros en Hiperión sabían distintos.. Visitar librerías se parece a entrar en el cine. Sabes a lo que vas, pero conviene dejarse convencer un poco. De la librería Hiperión recuerdo el silencio. Una calma que parecía una barricada. Una música de fondo, siempre bien escogida, en el volumen exacto. Y más o menos, casi naturalmente un número de gente dentro que nunca interrumpía. De uno a cuatro o cinco. A la librería iba solo o con amigos. Una vez, siendo adolescentes, Munárriz nos expuso una plaquette en una esquina del escaparate amplio y la mantuvo dos semanas. Casi todos los días fuimos a vernos. Conmigo estaban Andrés Prado Serrano y Miguel Fernández Estévez. Hace siglo y medio que no los veo. Acudíamos juntos a Hiperión y, estoy seguro, es algo que no hemos olvidado.. La librería Hiperión cierra. Maite murió. Jesús (tan duende socarrón y poeta) tiene 85 años. Dicen que ese local mítico, con las letras secas en bronce en la fachada, será no sé qué. Desde luego, nunca más será Hiperión ni la poesía tendrá tanto sentido, sentido real, sentido ultimado. A un lugar así uno iba a buscar cosas. Cosas con las que fascinarse. Cosas, qué se yo, como Principio y fin de la nieve, de Bonnefoy; como Dolor, de Holan; como Personae, de Pound; como El desnudo perdido, de Char; como Habitaciones, de Aragon; como a algún amigo o amiga que acababa de publicar y querías leer y celebrarlo. Pienso en el Carlos Pardo casi niño de antes de ser uno de mis amigos mejores.. Cuando una librería cierra siempre es para siempre. No sucede igual con los McDonald’s o las tiendas de carcasas. La librería se lleva la memoria de mucha gente en el arrastre. Nunca fuimos tan cívicos en la calle Salustiano Olózaga como cuando existía Hiperión y queríamos ser todos los poetas, toda la poesía, todo el poema. Y Madrid nos gustaba tanto. Muchas gracias.
Literatura // elmundo