El gran pez se movía en silencio a través de las aguas nocturnas, propulsado por los movimientos rítmicos de su cola en forma de media luna”. No es el peor inicio posible para una novela destinada a un público que los más optimistas en Doubleday (el sello que había adelantado 7.500 dólares a un periodista y autor ocasional de discursos para Lyndon B. Johnson) imagina generoso, pero no masivo; y no deja muchas dudas sobre quién será el verdadero protagonista. Cuatro páginas más tarde, detalla con inspirada precisión el ataque a la primera víctima, Chrissie, sin ahorrarse ni medio desgarro, grito, espasmo, jirón de carne, chapoteo, sacudida o estela carmesí. El inicio del guion es, paradójicamente, menos prosaico: “Sonidos de las profundidades en rápido avance. Un destello azul en el centro de la imagen. Se abre de par en par el telón silueteado de unos dientes cortantes como navajas, sugiriendo que nos hallamos en el interior de una garganta inmensa desde la que vemos el mundo submarino precipitarse en la noche hacia nosotros”. Afortunadamente, la película que hizo creer a un planeta entero que jaws significaba tiburón no llega a arrancar así: un plano subjetivo recorre el lecho marino cobijando los primeros créditos, pero se ahorra las mandíbulas del título original, el primer acierto de su director en un largo rosario de ellos. Hay espacio para un tercer inicio: “El fotógrafo llega a la isla de Martha’s Vineyard 50 años después del inicio del rodaje de Tiburón, dispuesto a presenciar lo que una vez viera un equipo que nunca supo del todo qué estaba haciendo”. El autor de la novela es Peter Benchley; el director de la película, Steven Spielberg, y el fotógrafo postrero (en lo sucesivo, el Fotógrafo), Eduardo Nave.. Concurren pasado y futuro en un juego especular de presentes sincrónicos. Por partes…. En abril de 2024, el Fotógrafo embarca en un Airbus A330-200 en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas para dirigirse al aeropuerto internacional Logan de Boston. Ya en tierra, alquila un Subaru Forester Wilderness azul géiser y conduce durante dos horas hasta Woods Hole, en la bahía de Cape Cod, en el golfo de Maine. En el puerto de Woods Hole, cruza en ferri, envuelto en bruma, hasta el de Vineyard Haven, el más grande y dotado de Martha’s Vineyard, la isla de ricos en la que, medio siglo atrás, se rodó (se rueda) Tiburón.. Diez años antes de que comience el rodaje y 60 antes de que el Fotógrafo llegue a la isla, Peter Benchley —letraherido y amante del mar— lee en The New York Times un reportaje sobre el agónico esfuerzo de un pescador local por capturar un gran tiburón blanco en las costas de Long Island. Piensa en qué sucedería si a un animal así le apeteciera pasarse por alguna comunidad costera a comerse a los bañistas. Pasados siete años, se sentará (se sienta) en su oficina alquilada en Pennington, Nueva Jersey, para escribir su primera obra de ficción, con la que aspira a explorar el miedo humano, mientras un mozalbete genial de Cincinnati, a quien todos llaman Steve, estrena en la ABC El diablo sobre ruedas, largometraje televisivo que, con un tiburón menos y un camión más, atraviesa territorios análogos. Todo es presente… La novela ubica la historia en la ficticia Amity Island, quizá frente a las costas de Long Island (se mencionan los Hamptons varias veces), aunque inspirada en Nantucket, la isla al sudeste de la península de Cape Cod, Massachusetts, de cuyo puerto parte el Pequod, el barco ballenero de Moby Dick, que Benchley ha visitado con frecuencia y que Melville no necesita pisar para escribir su obra maestra.. Siguen los ahoras simultáneos…. El Fotógrafo, con su cámara Fujifilm GFX100S de formato medio al hombro, descubre que el aspecto de Martha’s Vineyard —o The Vineyard, como la llaman los isleños— es el de la Amity del libro: cuidadas casas de madera de color azul, gris, blanco; puertos y muelles sacados de un catálogo; ensenadas que remansan las aguas y deberían permitir (haber permitido) un rodaje controlado. Alquila una casita al sur de la isla, en el bosque (fuera de la costa todo lo es, enmarañado y seco).. En 1973, los productores Richard D. Zanuck y David Brown compran los derechos del libro. Como es costumbre en Hollywood, no pierden el tiempo en leerlo: la sinopsis ya desprende olor a dólar. Zanuck y Brown ceden la batuta a Spielberg —asociado, como ellos, a Universal—, que está posproduciendo Loca evasión (su primer largo para el cine), a quien sugieren romper la barrera del sonido para capitalizar el éxito del libro antes de que a alguien se le ocurra intentar algo parecido. El propio Benchley emborrona a toda prisa un par de versiones del libreto hasta que decide que en casa es donde mejor se está: Benchley detesta volar. Spielberg contrata a Howard Sackler, que sabe cuanto hay que saber de buceo, pero que acaba de ganar el Pulitzer y no desea firmar algo así (aunque no tiene inconveniente en cobrarlo). Spielberg supervisa el proceso; dicta ideas. Sackler se aviene a redactar bajo cuerda un primer borrador. Toma el relevo Carl Gottlieb, escritor rápido y flexible. Más presentes…. El Fotógrafo documenta el tiempo; también en proyectos previos: Normandía, Pompeya, La Palma, los atentados de ETA… El pasado, el presente y el futuro ocupan el mismo lugar para él: repetir un encuadre es regresar al instante exacto en que todo pasó (sucede), pisar las huellas del cineasta, prolongarlas luego. Si el cine es una verdad hecha de embustes, hoy le sigue el paso al mejor de ellos, aunque con diferentes armas. El reportero aprovecha: todo es rápido. El cineasta construye: todo lleva tiempo. Amity no cambia; Vineyard sí. Vineyard es real; Amity no. Aunque el Fotógrafo ama las exposiciones largas que encierran entre dos chasquidos el paso insobornable de la vida, el mar cambia a cada instante y el obturador abierto lo convierte en alfombra difusa. No sirve. El fotógrafo del pasado, Bill Butler, usa filtros densos que convierten el día en noche; busca en el horizonte nubes negras; el sol en alto, reflejado en el agua para fingirse luna. El del presente se asegura de presenciar (de imaginar) cada ataque, baño o palabra a la hora exacta en que Spielberg dijo “acción”. Si el ataque ha sido nocturno, el Fotógrafo regresa al alba y documenta el instante en que la marea devuelve el cuerpo. Atrapa su fantasma con un clic.. Medio siglo antes, llegan a la misma playa los actores: Roy Scheider, sin siquiera haber leído un guion completo; Richard Dreyfuss, tras haberlo hecho un par de veces (y de rechazarlo una); Robert Shaw, a siete semanas de comenzar la filmación. El equipo de Joe Alves —diseñador de producción hoy y director de la tercera parte en un presente distinto— debe conseguir que Bruce, nombre con el que el equipo bautiza al ingenio mecánico que hará de depredador, culebree, salte y coma de la palma de la mano de los actores.. A los habitantes de Martha’s Vineyard les da igual Tiburón; a los de entonces y a los de ahora. No quieren publicidad. La isla posee una de las rentas per capita más elevadas de Estados Unidos; las cabañas se alquilan en verano por 10.000 dólares al día (en invierno sólo vive allí quien las cuida). El atractivo es, por encima de todo, la privacidad. Los Obama visitan con frecuencia Blue Heron Farm, una propiedad en Chilmark tan tranquila como discreta. Los Kennedy cultivan un largo idilio con Nueva Inglaterra, aunque su vínculo principal es con Hyannis Port, en Cape Cod; John Fitzgerald Kennedy Jr. muere cuando el Atlántico reclama su avioneta de camino a una boda familiar en Martha’s Vineyard. A ninguno le importa la película ni quiere que los curiosos importunen su reposo; las únicas mandíbulas visibles son las de la bonanza. La isla es la contraimagen de la Nueva Zelanda de El señor de los anillos, la Escocia de Harry Potter, la Irlanda del Norte de Juego de tronos, el Hawái de Parque jurásico, la Túnez de Star Wars…Ninguna de las seis pequeñas poblaciones de la isla: Edgartown —su centro administrativo y comercial—, Oak Bluffs, Vineyard Haven, West Tisbury, Chilmark y Aquinnah, explota el legado de Tiburón.. Según el mito, los tiburones son los únicos animales que no enferman. Su longevidad y éxito evolutivo da testimonio de su biología única. No es el caso de Bruce, que se niega a colaborar. La prima donna —que en realidad son tres— es, en un día bueno y con un poco de suerte, capaz de girar un poco a la derecha. Muy poco. Spielberg improvisa como puede; el rodaje se alarga; el verano llega… Los isleños —los únicos tiburones allí tras casi un siglo sin ellos (las cazas masivas de focas del XIX los dejaron sin su plato favorito)— huelen la sangre; desorbitan primero los ojos, los precios luego. Todo se descontrola, salvo el propio cine, que encuentra, como siempre, su resquicio y hace de cada obstáculo bendición: el bidón amarillo que el espectador sabe unido al escualo es la encarnación más fiel del Monstruo desde las sombras esquivas de La mujer pantera, de Jacques Tourneur; poco importa si Bruce respira o no si Verna Fields —quien solo unos meses más tarde recogerá (recoge) el Oscar al mejor montaje— hace ver en la moviola lo que no pasó, o si John Williams —el más grande compositor de cine de todos los presentes posibles— condensa en solo dos notas 300.000 años de pavor atávico a lo desconocido.. Ningún horror, no obstante, eclipsa el monólogo inmortal del Indianapolis, que nadie escribió y escribieron todos, cuando los tres protagonistas —Brody, Hooper y Quint— zanjan su duelo de heridas bajo la luz danzante de la cabina del Orca, el pesquero que da caza al tiburón. “Que compararan cicatrices fue idea mía”, cuenta Spielberg. “Howard Sackler escribió un primer esbozo y John Milius lo reescribió. Carl Gottlieb añadió algunas ideas y terminé rehaciendo la escena con Craig Kingsbury, un tipo de Martha’s Vineyard que no usa zapatos, al que le ha alcanzado un rayo dos veces, se emborracha con bueyes y, en general, hace cosas raras”. Craig Kingsbury es, pues, el quinto autor de Tiburón (aunque solo lo firmen Benchley y Gottlieb), y el único en quien Shaw confía para reescribir sus diálogos. A veces Craig se sube al barco y solo escucha. Luego dice: “Estos tipos están hablando como californianos de la costa oeste”. Y propone un diálogo mejor.. Tres pequeños transbordadores conectan la isla con Chappaquiddick, una mancha de tierra cercana (los desplazamientos duran tres minutos). El que inmortaliza la conversación entre Brody, el alcalde Vaughan y el doctor Martin es el On Time II, construido en 1969 por Jared Grand en su patio trasero, en Katama; el único servicio económico en toda la isla. Brody jamás habría podido pagarse la casa en la que su personaje duerme.. El Fotógrafo replica un nuevo encuadre: la valla publicitaria que da la bienvenida a la isla anunciando 50 años de regatas. Localiza el faro de ladrillo rojo, los bancos, las suaves lomas… Pero nada encaja. La pregunta es buena: “¿Alguien ha movido los bancos?”. La respuesta es mejor: “Alguien ha movido el faro”. Alguna disputa administrativa… El Fotógrafo se encoge de hombros y dispara. Clic.. La choza de Quint, el muelle de los borrachos, la laguna de los niños… Todo sigue donde estaba. El Orca —en realidad, el Orca II, réplica del Orca original, fabricado para su hundimiento— permanece décadas varado en Katama Bay. Visitantes curiosos, coleccionistas, rapiñadores, encuentran en la madera muerta el único trofeo posible en una isla que los niega; lo engullen dentellada a dentellada, como pirañas hambrientas que primero esquilmaran la carne y no supieran detenerse al llegar al hueso; 30 años de festín a cámara lenta, tal vez rápida. Hace 20 que no queda nada.. Tiburón —ayer, mañana, hoy— es el hito improbable del llamado Nuevo Hollywood, tan parecido al viejo. Entre 1967 y 1980 se subvierten los modos de una industria que ya no entiende a su público y que, de mala gana, cede el paso a nuevos directores, guarecidos bajo la sombra del cine europeo y de autor. Coppola, Scorsese, Lucas, Bogdanovich, el propio Spielberg, vuelven a llenar los cines, incluyendo los que aún sobreviven en Martha’s Vineyard: el Edgartown Cinema 2, el Film Center, el Capawock, el Strand. Todos han proyectado (proyectan) Tiburón en algún momento; también el Island Theatre, inaugurado en 1938 y cerrado en 2011; sin olvidar las proyecciones —Jaws on the Water— que se organizan en mitad del mar. Tiburón cataliza un cambio. Antes de ella, las películas se expandían con lentitud. Crecían. Tiburón da el banderazo de salida a los estrenos multitudinarios simultáneos, los anuncios en televisión, los carteles icónicos, los avances aterradores… Todo estudio exige ahora experiencias inmersivas y efectos especiales impactantes, la seducción binaria de públicos masivos. Todo es Tiburón desde Tiburón.. Una coda (un inicio): cuando se aprueba la Ley de Protección de Mamíferos Marinos de 1972, las poblaciones de focas prosperan en la isla. Hoy que en Martha’s Vineyard nadie quiere hablar de la película, vuelven a avistarse tiburones. Un cartel reza: “Por favor, mantenga la precaución mientras disfruta de la playa”, sobre la silueta de un gran selacio azul seccionado en partes: aleta caudal, anal, primera aleta dorsal, segunda, aleta pectoral, aleta pélvica. El Fotógrafo alza la cámara. Toma una foto. Dos. Tres… Todo cambia y nada cambia; todo se esfuma y regresa. En el mar, todo es presente.. “Brody comenzó a patalear hacia la orilla”, concluye la novela, pragmática. “Hay mucho que nadar”, le dice Hooper a Brody al final del guion. El Fotógrafo, silente, dispara una vez más. El agua calla entre dos olas. Clic.. Seguir leyendo
El gran pez se movía en silencio a través de las aguas nocturnas, propulsado por los movimientos rítmicos de su cola en forma de media luna”. No es el peor inicio posible para una novela destinada a un público que los más optimistas en Doubleday (el sello que había adelantado 7.500 dólares a un periodista y autor ocasional de discursos para Lyndon B. Johnson) imagina generoso, pero no masivo; y no deja muchas dudas sobre quién será el verdadero protagonista. Cuatro páginas más tarde, detalla con inspirada precisión el ataque a la primera víctima, Chrissie, sin ahorrarse ni medio desgarro, grito, espasmo, jirón de carne, chapoteo, sacudida o estela carmesí. El inicio del guion es, paradójicamente, menos prosaico: “Sonidos de las profundidades en rápido avance. Un destello azul en el centro de la imagen. Se abre de par en par el telón silueteado de unos dientes cortantes como navajas, sugiriendo que nos hallamos en el interior de una garganta inmensa desde la que vemos el mundo submarino precipitarse en la noche hacia nosotros”. Afortunadamente, la película que hizo creer a un planeta entero que jaws significaba tiburón no llega a arrancar así: un plano subjetivo recorre el lecho marino cobijando los primeros créditos, pero se ahorra las mandíbulas del título original, el primer acierto de su director en un largo rosario de ellos. Hay espacio para un tercer inicio: “El fotógrafo llega a la isla de Martha’s Vineyard 50 años después del inicio del rodaje de Tiburón, dispuesto a presenciar lo que una vez viera un equipo que nunca supo del todo qué estaba haciendo”. El autor de la novela es Peter Benchley; el director de la película, Steven Spielberg, y el fotógrafo postrero (en lo sucesivo, el Fotógrafo), Eduardo Nave.Concurren pasado y futuro en un juego especular de presentes sincrónicos. Por partes…En abril de 2024, el Fotógrafo embarca en un Airbus A330-200 en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas para dirigirse al aeropuerto internacional Logan de Boston. Ya en tierra, alquila un Subaru Forester Wilderness azul géiser y conduce durante dos horas hasta Woods Hole, en la bahía de Cape Cod, en el golfo de Maine. En el puerto de Woods Hole, cruza en ferri, envuelto en bruma, hasta el de Vineyard Haven, el más grande y dotado de Martha’s Vineyard, la isla de ricos en la que, medio siglo atrás, se rodó (se rueda) Tiburón.Diez años antes de que comience el rodaje y 60 antes de que el Fotógrafo llegue a la isla, Peter Benchley —letraherido y amante del mar— lee en The New York Times un reportaje sobre el agónico esfuerzo de un pescador local por capturar un gran tiburón blanco en las costas de Long Island. Piensa en qué sucedería si a un animal así le apeteciera pasarse por alguna comunidad costera a comerse a los bañistas. Pasados siete años, se sentará (se sienta) en su oficina alquilada en Pennington, Nueva Jersey, para escribir su primera obra de ficción, con la que aspira a explorar el miedo humano, mientras un mozalbete genial de Cincinnati, a quien todos llaman Steve, estrena en la ABC El diablo sobre ruedas, largometraje televisivo que, con un tiburón menos y un camión más, atraviesa territorios análogos. Todo es presente… La novela ubica la historia en la ficticia Amity Island, quizá frente a las costas de Long Island (se mencionan los Hamptons varias veces), aunque inspirada en Nantucket, la isla al sudeste de la península de Cape Cod, Massachusetts, de cuyo puerto parte el Pequod, el barco ballenero de Moby Dick, que Benchley ha visitado con frecuencia y que Melville no necesita pisar para escribir su obra maestra.Siguen los ahoras simultáneos…El Fotógrafo, con su cámara Fujifilm GFX100S de formato medio al hombro, descubre que el aspecto de Martha’s Vineyard —o The Vineyard, como la llaman los isleños— es el de la Amity del libro: cuidadas casas de madera de color azul, gris, blanco; puertos y muelles sacados de un catálogo; ensenadas que remansan las aguas y deberían permitir (haber permitido) un rodaje controlado. Alquila una casita al sur de la isla, en el bosque (fuera de la costa todo lo es, enmarañado y seco).En 1973, los productores Richard D. Zanuck y David Brown compran los derechos del libro. Como es costumbre en Hollywood, no pierden el tiempo en leerlo: la sinopsis ya desprende olor a dólar. Zanuck y Brown ceden la batuta a Spielberg —asociado, como ellos, a Universal—, que está posproduciendo Loca evasión (su primer largo para el cine), a quien sugieren romper la barrera del sonido para capitalizar el éxito del libro antes de que a alguien se le ocurra intentar algo parecido. El propio Benchley emborrona a toda prisa un par de versiones del libreto hasta que decide que en casa es donde mejor se está: Benchley detesta volar. Spielberg contrata a Howard Sackler, que sabe cuanto hay que saber de buceo, pero que acaba de ganar el Pulitzer y no desea firmar algo así (aunque no tiene inconveniente en cobrarlo). Spielberg supervisa el proceso; dicta ideas. Sackler se aviene a redactar bajo cuerda un primer borrador. Toma el relevo Carl Gottlieb, escritor rápido y flexible. Más presentes…El Fotógrafo documenta el tiempo; también en proyectos previos: Normandía, Pompeya, La Palma, los atentados de ETA… El pasado, el presente y el futuro ocupan el mismo lugar para él: repetir un encuadre es regresar al instante exacto en que todo pasó (sucede), pisar las huellas del cineasta, prolongarlas luego. Si el cine es una verdad hecha de embustes, hoy le sigue el paso al mejor de ellos, aunque con diferentes armas. El reportero aprovecha: todo es rápido. El cineasta construye: todo lleva tiempo. Amity no cambia; Vineyard sí. Vineyard es real; Amity no. Aunque el Fotógrafo ama las exposiciones largas que encierran entre dos chasquidos el paso insobornable de la vida, el mar cambia a cada instante y el obturador abierto lo convierte en alfombra difusa. No sirve. El fotógrafo del pasado, Bill Butler, usa filtros densos que convierten el día en noche; busca en el horizonte nubes negras; el sol en alto, reflejado en el agua para fingirse luna. El del presente se asegura de presenciar (de imaginar) cada ataque, baño o palabra a la hora exacta en que Spielberg dijo “acción”. Si el ataque ha sido nocturno, el Fotógrafo regresa al alba y documenta el instante en que la marea devuelve el cuerpo. Atrapa su fantasma con un clic.Medio siglo antes, llegan a la misma playa los actores: Roy Scheider, sin siquiera haber leído un guion completo; Richard Dreyfuss, tras haberlo hecho un par de veces (y de rechazarlo una); Robert Shaw, a siete semanas de comenzar la filmación. El equipo de Joe Alves —diseñador de producción hoy y director de la tercera parte en un presente distinto— debe conseguir que Bruce, nombre con el que el equipo bautiza al ingenio mecánico que hará de depredador, culebree, salte y coma de la palma de la mano de los actores.A los habitantes de Martha’s Vineyard les da igual Tiburón; a los de entonces y a los de ahora. No quieren publicidad. La isla posee una de las rentas per capita más elevadas de Estados Unidos; las cabañas se alquilan en verano por 10.000 dólares al día (en invierno sólo vive allí quien las cuida). El atractivo es, por encima de todo, la privacidad. Los Obama visitan con frecuencia Blue Heron Farm, una propiedad en Chilmark tan tranquila como discreta. Los Kennedy cultivan un largo idilio con Nueva Inglaterra, aunque su vínculo principal es con Hyannis Port, en Cape Cod; John Fitzgerald Kennedy Jr. muere cuando el Atlántico reclama su avioneta de camino a una boda familiar en Martha’s Vineyard. A ninguno le importa la película ni quiere que los curiosos importunen su reposo; las únicas mandíbulas visibles son las de la bonanza. La isla es la contraimagen de la Nueva Zelanda de El señor de los anillos, la Escocia de Harry Potter, la Irlanda del Norte de Juego de tronos, el Hawái de Parque jurásico, la Túnez de Star Wars…Ninguna de las seis pequeñas poblaciones de la isla: Edgartown —su centro administrativo y comercial—, Oak Bluffs, Vineyard Haven, West Tisbury, Chilmark y Aquinnah, explota el legado de Tiburón.Según el mito, los tiburones son los únicos animales que no enferman. Su longevidad y éxito evolutivo da testimonio de su biología única. No es el caso de Bruce, que se niega a colaborar. La prima donna —que en realidad son tres— es, en un día bueno y con un poco de suerte, capaz de girar un poco a la derecha. Muy poco. Spielberg improvisa como puede; el rodaje se alarga; el verano llega… Los isleños —los únicos tiburones allí tras casi un siglo sin ellos (las cazas masivas de focas del XIX los dejaron sin su plato favorito)— huelen la sangre; desorbitan primero los ojos, los precios luego. Todo se descontrola, salvo el propio cine, que encuentra, como siempre, su resquicio y hace de cada obstáculo bendición: el bidón amarillo que el espectador sabe unido al escualo es la encarnación más fiel del Monstruo desde las sombras esquivas de La mujer pantera, de Jacques Tourneur; poco importa si Bruce respira o no si Verna Fields —quien solo unos meses más tarde recogerá (recoge) el Oscar al mejor montaje— hace ver en la moviola lo que no pasó, o si John Williams —el más grande compositor de cine de todos los presentes posibles— condensa en solo dos notas 300.000 años de pavor atávico a lo desconocido.Ningún horror, no obstante, eclipsa el monólogo inmortal del Indianapolis, que nadie escribió y escribieron todos, cuando los tres protagonistas —Brody, Hooper y Quint— zanjan su duelo de heridas bajo la luz danzante de la cabina del Orca, el pesquero que da caza al tiburón. “Que compararan cicatrices fue idea mía”, cuenta Spielberg. “Howard Sackler escribió un primer esbozo y John Milius lo reescribió. Carl Gottlieb añadió algunas ideas y terminé rehaciendo la escena con Craig Kingsbury, un tipo de Martha’s Vineyard que no usa zapatos, al que le ha alcanzado un rayo dos veces, se emborracha con bueyes y, en general, hace cosas raras”. Craig Kingsbury es, pues, el quinto autor de Tiburón (aunque solo lo firmen Benchley y Gottlieb), y el único en quien Shaw confía para reescribir sus diálogos. A veces Craig se sube al barco y solo escucha. Luego dice: “Estos tipos están hablando como californianos de la costa oeste”. Y propone un diálogo mejor.Tres pequeños transbordadores conectan la isla con Chappaquiddick, una mancha de tierra cercana (los desplazamientos duran tres minutos). El que inmortaliza la conversación entre Brody, el alcalde Vaughan y el doctor Martin es el On Time II, construido en 1969 por Jared Grand en su patio trasero, en Katama; el único servicio económico en toda la isla. Brody jamás habría podido pagarse la casa en la que su personaje duerme.El Fotógrafo replica un nuevo encuadre: la valla publicitaria que da la bienvenida a la isla anunciando 50 años de regatas. Localiza el faro de ladrillo rojo, los bancos, las suaves lomas… Pero nada encaja. La pregunta es buena: “¿Alguien ha movido los bancos?”. La respuesta es mejor: “Alguien ha movido el faro”. Alguna disputa administrativa… El Fotógrafo se encoge de hombros y dispara. Clic.La choza de Quint, el muelle de los borrachos, la laguna de los niños… Todo sigue donde estaba. El Orca —en realidad, el Orca II, réplica del Orca original, fabricado para su hundimiento— permanece décadas varado en Katama Bay. Visitantes curiosos, coleccionistas, rapiñadores, encuentran en la madera muerta el único trofeo posible en una isla que los niega; lo engullen dentellada a dentellada, como pirañas hambrientas que primero esquilmaran la carne y no supieran detenerse al llegar al hueso; 30 años de festín a cámara lenta, tal vez rápida. Hace 20 que no queda nada.Tiburón —ayer, mañana, hoy— es el hito improbable del llamado Nuevo Hollywood, tan parecido al viejo. Entre 1967 y 1980 se subvierten los modos de una industria que ya no entiende a su público y que, de mala gana, cede el paso a nuevos directores, guarecidos bajo la sombra del cine europeo y de autor. Coppola, Scorsese, Lucas, Bogdanovich, el propio Spielberg, vuelven a llenar los cines, incluyendo los que aún sobreviven en Martha’s Vineyard: el Edgartown Cinema 2, el Film Center, el Capawock, el Strand. Todos han proyectado (proyectan) Tiburón en algún momento; también el Island Theatre, inaugurado en 1938 y cerrado en 2011; sin olvidar las proyecciones —Jaws on the Water— que se organizan en mitad del mar. Tiburón cataliza un cambio. Antes de ella, las películas se expandían con lentitud. Crecían. Tiburón da el banderazo de salida a los estrenos multitudinarios simultáneos, los anuncios en televisión, los carteles icónicos, los avances aterradores… Todo estudio exige ahora experiencias inmersivas y efectos especiales impactantes, la seducción binaria de públicos masivos. Todo es Tiburón desde Tiburón.Una coda (un inicio): cuando se aprueba la Ley de Protección de Mamíferos Marinos de 1972, las poblaciones de focas prosperan en la isla. Hoy que en Martha’s Vineyard nadie quiere hablar de la película, vuelven a avistarse tiburones. Un cartel reza: “Por favor, mantenga la precaución mientras disfruta de la playa”, sobre la silueta de un gran selacio azul seccionado en partes: aleta caudal, anal, primera aleta dorsal, segunda, aleta pectoral, aleta pélvica. El Fotógrafo alza la cámara. Toma una foto. Dos. Tres… Todo cambia y nada cambia; todo se esfuma y regresa. En el mar, todo es presente.“Brody comenzó a patalear hacia la orilla”, concluye la novela, pragmática. “Hay mucho que nadar”, le dice Hooper a Brody al final del guion. El Fotógrafo, silente, dispara una vez más. El agua calla entre dos olas. Clic. Seguir leyendo
El gran pez se movía en silencio a través de las aguas nocturnas, propulsado por los movimientos rítmicos de su cola en forma de media luna”. No es el peor inicio posible para una novela destinada a un público que los más optimistas en Doubleday (el sello que había adelantado 7.500 dólares a un periodista y autor ocasional de discursos para Lyndon B. Johnson) imagina generoso, pero no masivo; y no deja muchas dudas sobre quién será el verdadero protagonista. Cuatro páginas más tarde, detalla con inspirada precisión el ataque a la primera víctima, Chrissie, sin ahorrarse ni medio desgarro, grito, espasmo, jirón de carne, chapoteo, sacudida o estela carmesí. El inicio del guion es, paradójicamente, menos prosaico: “Sonidos de las profundidades en rápido avance. Un destello azul en el centro de la imagen. Se abre de par en par el telón silueteado de unos dientes cortantes como navajas, sugiriendo que nos hallamos en el interior de una garganta inmensa desde la que vemos el mundo submarino precipitarse en la noche hacia nosotros”. Afortunadamente, la película que hizo creer a un planeta entero que jaws significaba tiburón no llega a arrancar así: un plano subjetivo recorre el lecho marino cobijando los primeros créditos, pero se ahorra las mandíbulas del título original, el primer acierto de su director en un largo rosario de ellos. Hay espacio para un tercer inicio: “El fotógrafo llega a la isla de Martha’s Vineyard 50 años después del inicio del rodaje de Tiburón, dispuesto a presenciar lo que una vez viera un equipo que nunca supo del todo qué estaba haciendo”. El autor de la novela es Peter Benchley; el director de la película, Steven Spielberg, y el fotógrafo postrero (en lo sucesivo, el Fotógrafo), Eduardo Nave.. Concurren pasado y futuro en un juego especular de presentes sincrónicos. Por partes…. Salida del ferri desde Woods Hole. El puerto de Woods Hole, en la bahía de Cape Cod (golfo de Maine, Massachusetts), es el lugar desde donde sale el barco rumbo hacia Martha’s Vineyard.Eduardo Nave. En abril de 2024, el Fotógrafo embarca en un Airbus A330-200 en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas para dirigirse al aeropuerto internacional Logan de Boston. Ya en tierra, alquila un Subaru Forester Wilderness azul géiser y conduce durante dos horas hasta Woods Hole, en la bahía de Cape Cod, en el golfo de Maine. En el puerto de Woods Hole, cruza en ferri, envuelto en bruma, hasta el de Vineyard Haven, el más grande y dotado de Martha’s Vineyard, la isla de ricos en la que, medio siglo atrás, se rodó (se rueda) Tiburón.. Diez años antes de que comience el rodaje y 60 antes de que el Fotógrafo llegue a la isla, Peter Benchley —letraherido y amante del mar— lee en The New York Times un reportaje sobre el agónico esfuerzo de un pescador local por capturar un gran tiburón blanco en las costas de Long Island. Piensa en qué sucedería si a un animal así le apeteciera pasarse por alguna comunidad costera a comerse a los bañistas. Pasados siete años, se sentará (se sienta) en su oficina alquilada en Pennington, Nueva Jersey, para escribir su primera obra de ficción, con la que aspira a explorar el miedo humano, mientras un mozalbete genial de Cincinnati, a quien todos llaman Steve, estrena en la ABC El diablo sobre ruedas, largometraje televisivo que, con un tiburón menos y un camión más, atraviesa territorios análogos. Todo es presente… La novela ubica la historia en la ficticia Amity Island, quizá frente a las costas de Long Island (se mencionan los Hamptons varias veces), aunque inspirada en Nantucket, la isla al sudeste de la península de Cape Cod, Massachusetts, de cuyo puerto parte el Pequod, el barco ballenero de Moby Dick, que Benchley ha visitado con frecuencia y que Melville no necesita pisar para escribir su obra maestra.. Siguen los ahoras simultáneos…. Sol de sangre en Cow Bay. La salida del sol parece ejercer de trágica metáfora en la playa donde se echa a nadar de noche Chrissie antes de ser atacada y devorada por el tiburón que merodea por la ficticia Amity. Eduardo NaveEl ataque de Chrissie. En Cow Bay, una de las playas de la isla de Martha’s Vineyard, se produce el ataque y la muerte de Chrissie, la primera víctima del tiburón de la película de Spielberg. El rayo de sol dibuja sobre la playa una alegoría de sangre.Eduardo Nave. El Fotógrafo, con su cámara Fujifilm GFX100S de formato medio al hombro, descubre que el aspecto de Martha’s Vineyard —o The Vineyard, como la llaman los isleños— es el de la Amity del libro: cuidadas casas de madera de color azul, gris, blanco; puertos y muelles sacados de un catálogo; ensenadas que remansan las aguas y deberían permitir (haber permitido) un rodaje controlado. Alquila una casita al sur de la isla, en el bosque (fuera de la costa todo lo es, enmarañado y seco).. En 1973, los productores Richard D. Zanuck y David Brown compran los derechos del libro. Como es costumbre en Hollywood, no pierden el tiempo en leerlo: la sinopsis ya desprende olor a dólar. Zanuck y Brown ceden la batuta a Spielberg —asociado, como ellos, a Universal—, que está posproduciendo Loca evasión (su primer largo para el cine), a quien sugieren romper la barrera del sonido para capitalizar el éxito del libro antes de que a alguien se le ocurra intentar algo parecido. El propio Benchley emborrona a toda prisa un par de versiones del libreto hasta que decide que en casa es donde mejor se está: Benchley detesta volar. Spielberg contrata a Howard Sackler, que sabe cuanto hay que saber de buceo, pero que acaba de ganar el Pulitzer y no desea firmar algo así (aunque no tiene inconveniente en cobrarlo). Spielberg supervisa el proceso; dicta ideas. Sackler se aviene a redactar bajo cuerda un primer borrador. Toma el relevo Carl Gottlieb, escritor rápido y flexible. Más presentes…. La casa del sheriff Brody. La vivienda del jefe de policía Brody en la película. Está en East Chop, zona residencial de Martha’s Vineyard.Eduardo Nave. El Fotógrafo documenta el tiempo; también en proyectos previos: Normandía, Pompeya, La Palma, los atentados de ETA… El pasado, el presente y el futuro ocupan el mismo lugar para él: repetir un encuadre es regresar al instante exacto en que todo pasó (sucede), pisar las huellas del cineasta, prolongarlas luego. Si el cine es una verdad hecha de embustes, hoy le sigue el paso al mejor de ellos, aunque con diferentes armas. El reportero aprovecha: todo es rápido. El cineasta construye: todo lleva tiempo. Amity no cambia; Vineyard sí. Vineyard es real; Amity no. Aunque el Fotógrafo ama las exposiciones largas que encierran entre dos chasquidos el paso insobornable de la vida, el mar cambia a cada instante y el obturador abierto lo convierte en alfombra difusa. No sirve. El fotógrafo del pasado, Bill Butler, usa filtros densos que convierten el día en noche; busca en el horizonte nubes negras; el sol en alto, reflejado en el agua para fingirse luna. El del presente se asegura de presenciar (de imaginar) cada ataque, baño o palabra a la hora exacta en que Spielberg dijo “acción”. Si el ataque ha sido nocturno, el Fotógrafo regresa al alba y documenta el instante en que la marea devuelve el cuerpo. Atrapa su fantasma con un clic.. State Beach: la muerte del niño Alex Kintner. Aguas transparentes y playa de dorada arena (como indica el guion de la película). El tiburón se cobra su segunda víctima, el niño Alex Kintner. Su madre lo busca por la orilla gritando “¡Alex, Alex!”. Solo aparecerá su colchoneta amarilla destrozada.© Eduardo Nave. Medio siglo antes, llegan a la misma playa los actores: Roy Scheider, sin siquiera haber leído un guion completo; Richard Dreyfuss, tras haberlo hecho un par de veces (y de rechazarlo una); Robert Shaw, a siete semanas de comenzar la filmación. El equipo de Joe Alves —diseñador de producción hoy y director de la tercera parte en un presente distinto— debe conseguir que Bruce, nombre con el que el equipo bautiza al ingenio mecánico que hará de depredador, culebree, salte y coma de la palma de la mano de los actores.. A los habitantes de Martha’s Vineyard les da igual Tiburón; a los de entonces y a los de ahora. No quieren publicidad. La isla posee una de las rentas per capita más elevadas de Estados Unidos; las cabañas se alquilan en verano por 10.000 dólares al día (en invierno sólo vive allí quien las cuida). El atractivo es, por encima de todo, la privacidad. Los Obama visitan con frecuencia Blue Heron Farm, una propiedad en Chilmark tan tranquila como discreta. Los Kennedy cultivan un largo idilio con Nueva Inglaterra, aunque su vínculo principal es con Hyannis Port, en Cape Cod; John Fitzgerald Kennedy Jr. muere cuando el Atlántico reclama su avioneta de camino a una boda familiar en Martha’s Vineyard. A ninguno le importa la película ni quiere que los curiosos importunen su reposo; las únicas mandíbulas visibles son las de la bonanza. La isla es la contraimagen de la Nueva Zelanda de El señor de los anillos, la Escocia de Harry Potter, la Irlanda del Norte de Juego de tronos, el Hawái de Parque jurásico, la Túnez de Star Wars…Ninguna de las seis pequeñas poblaciones de la isla: Edgartown —su centro administrativo y comercial—, Oak Bluffs, Vineyard Haven, West Tisbury, Chilmark y Aquinnah, explota el legado de Tiburón.. Los restos de Chrissie. Katama / South Beach, donde la Policía de Amity encuentra los restos de Chrissie, primera víctima del tiburón. Ahí siguen clavadas las mismas vallas de pino que mostraba el filme hace 50 años.Eduardo NaveKatama/South Beach (isla de Martha´s Vineyard). Puestos de vigilancia para socorristas en la playa donde encuentran a la mañana siguiente los restos de Chrissie, el primer ataque del tiburón. Eduardo Nave. Según el mito, los tiburones son los únicos animales que no enferman. Su longevidad y éxito evolutivo da testimonio de su biología única. No es el caso de Bruce, que se niega a colaborar. La prima donna —que en realidad son tres— es, en un día bueno y con un poco de suerte, capaz de girar un poco a la derecha. Muy poco. Spielberg improvisa como puede; el rodaje se alarga; el verano llega… Los isleños —los únicos tiburones allí tras casi un siglo sin ellos (las cazas masivas de focas del XIX los dejaron sin su plato favorito)— huelen la sangre; desorbitan primero los ojos, los precios luego. Todo se descontrola, salvo el propio cine, que encuentra, como siempre, su resquicio y hace de cada obstáculo bendición: el bidón amarillo que el espectador sabe unido al escualo es la encarnación más fiel del Monstruo desde las sombras esquivas de La mujer pantera, de Jacques Tourneur; poco importa si Bruce respira o no si Verna Fields —quien solo unos meses más tarde recogerá (recoge) el Oscar al mejor montaje— hace ver en la moviola lo que no pasó, o si John Williams —el más grande compositor de cine de todos los presentes posibles— condensa en solo dos notas 300.000 años de pavor atávico a lo desconocido.. Ningún horror, no obstante, eclipsa el monólogo inmortal del Indianapolis, que nadie escribió y escribieron todos, cuando los tres protagonistas —Brody, Hooper y Quint— zanjan su duelo de heridas bajo la luz danzante de la cabina del Orca, el pesquero que da caza al tiburón. “Que compararan cicatrices fue idea mía”, cuenta Spielberg. “Howard Sackler escribió un primer esbozo y John Milius lo reescribió. Carl Gottlieb añadió algunas ideas y terminé rehaciendo la escena con Craig Kingsbury, un tipo de Martha’s Vineyard que no usa zapatos, al que le ha alcanzado un rayo dos veces, se emborracha con bueyes y, en general, hace cosas raras”. Craig Kingsbury es, pues, el quinto autor de Tiburón (aunque solo lo firmen Benchley y Gottlieb), y el único en quien Shaw confía para reescribir sus diálogos. A veces Craig se sube al barco y solo escucha. Luego dice: “Estos tipos están hablando como californianos de la costa oeste”. Y propone un diálogo mejor.. Disputa en el transbordador. Edgartown Harbor. Brody, el alcalde, el forense y el periodista mantienen una conversación en el transbordador, en la que nos damos cuenta de que el verdadero tiburón es… el alcalde.Eduardo Nave. Tres pequeños transbordadores conectan la isla con Chappaquiddick, una mancha de tierra cercana (los desplazamientos duran tres minutos). El que inmortaliza la conversación entre Brody, el alcalde Vaughan y el doctor Martin es el On Time II, construido en 1969 por Jared Grand en su patio trasero, en Katama; el único servicio económico en toda la isla. Brody jamás habría podido pagarse la casa en la que su personaje duerme.. El Fotógrafo replica un nuevo encuadre: la valla publicitaria que da la bienvenida a la isla anunciando 50 años de regatas. Localiza el faro de ladrillo rojo, los bancos, las suaves lomas… Pero nada encaja. La pregunta es buena: “¿Alguien ha movido los bancos?”. La respuesta es mejor: “Alguien ha movido el faro”. Alguna disputa administrativa… El Fotógrafo se encoge de hombros y dispara. Clic.. La choza de Quint, el muelle de los borrachos, la laguna de los niños… Todo sigue donde estaba. El Orca —en realidad, el Orca II, réplica del Orca original, fabricado para su hundimiento— permanece décadas varado en Katama Bay. Visitantes curiosos, coleccionistas, rapiñadores, encuentran en la madera muerta el único trofeo posible en una isla que los niega; lo engullen dentellada a dentellada, como pirañas hambrientas que primero esquilmaran la carne y no supieran detenerse al llegar al hueso; 30 años de festín a cámara lenta, tal vez rápida. Hace 20 que no queda nada.. El ataque en la laguna. Sengekontacket Pond. El tiburón entra en la laguna y se cobra su cuarta víctima. Brody corre por el rompeolas hacia la laguna. Su hijo Mike está en ella y casi es devorado por el tiburón.Eduardo Nave. Tiburón —ayer, mañana, hoy— es el hito improbable del llamado Nuevo Hollywood, tan parecido al viejo. Entre 1967 y 1980 se subvierten los modos de una industria que ya no entiende a su público y que, de mala gana, cede el paso a nuevos directores, guarecidos bajo la sombra del cine europeo y de autor. Coppola, Scorsese, Lucas, Bogdanovich, el propio Spielberg, vuelven a llenar los cines, incluyendo los que aún sobreviven en Martha’s Vineyard: el Edgartown Cinema 2, el Film Center, el Capawock, el Strand. Todos han proyectado (proyectan) Tiburón en algún momento; también el Island Theatre, inaugurado en 1938 y cerrado en 2011; sin olvidar las proyecciones —Jaws on the Water— que se organizan en mitad del mar. Tiburón cataliza un cambio. Antes de ella, las películas se expandían con lentitud. Crecían. Tiburón da el banderazo de salida a los estrenos multitudinarios simultáneos, los anuncios en televisión, los carteles icónicos, los avances aterradores… Todo estudio exige ahora experiencias inmersivas y efectos especiales impactantes, la seducción binaria de públicos masivos. Todo es Tiburón desde Tiburón.. Katama Bay (isla de Martha´s Vineyard). Lugar donde se hunde el barco Orca capitaneado por Quint. Eduardo NaveKatama Bay (isla de Martha´s Vineyard). Escena final donde se hunde el barco Orca y Brody dispara a la botella de aire comprimido que el tiburón lleva en la boca y salta en mil pedazos. Eduardo Nave. Una coda (un inicio): cuando se aprueba la Ley de Protección de Mamíferos Marinos de 1972, las poblaciones de focas prosperan en la isla. Hoy que en Martha’s Vineyard nadie quiere hablar de la película, vuelven a avistarse tiburones. Un cartel reza: “Por favor, mantenga la precaución mientras disfruta de la playa”, sobre la silueta de un gran selacio azul seccionado en partes: aleta caudal, anal, primera aleta dorsal, segunda, aleta pectoral, aleta pélvica. El Fotógrafo alza la cámara. Toma una foto. Dos. Tres… Todo cambia y nada cambia; todo se esfuma y regresa. En el mar, todo es presente.. “Brody comenzó a patalear hacia la orilla”, concluye la novela, pragmática. “Hay mucho que nadar”, le dice Hooper a Brody al final del guion. El Fotógrafo, silente, dispara una vez más. El agua calla entre dos olas. Clic.. Regreso al continente.Salida del ferry desde el puerto Vineyard Haven (isla de Martha´s Vineyard) con destino al puerto de Woods Hole en la bahía de Cape Cod del golfo de Maine (Massachusetts, USA).Eduardo Nave
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