En ‘Oposición’, que por momentos recuerda a ‘The Office’, Sara Mesa aborda con sentido del humor los problemas y absurdos del mundo administrativo. La novela tiene algo zozobrante y gana cuando la autora se entrega sin temor al gamberrismo Leer
En ‘Oposición’, que por momentos recuerda a ‘The Office’, Sara Mesa aborda con sentido del humor los problemas y absurdos del mundo administrativo. La novela tiene algo zozobrante y gana cuando la autora se entrega sin temor al gamberrismo Leer
En 2019, Sara Mesa (Madrid, 1976) publicó Silencio administrativo, un ensayo donde mostraba, a partir de un caso real, cómo las tramitaciones burocráticas pueden convertirse en trabas. Oposición, su novela más reciente, podría leerse como el reverso, en ficción y desde el otro lado de la mesa y el ordenador.. La protagonista y narradora es Sara Villalba, que entra a trabajar en la administración de una ciudad cualquiera, en un puesto cualquiera. Sara no siempre pronuncia bien la r suave, así que muchas veces cuando le preguntan cómo se llama su interlocutor termina llamándola Sada. Es de los pocos detalles de su vida fuera de ese edificio lleno de funcionarios, junto a su afición secreta a la escritura, que se dan al lector.. Anagrama. 230 páginas. 18,90 € Ebook: 10,90 €. Puedes comprarlo aquí.. La novela sigue a Sara en su camino de perfección hacia el funcionariado: de la perplejidad pasa a la comprensión y cierta adaptación al estado paralítico y paralizante de las cosas, de ahí a un intento de cambiar o mejorar que implica una transgresión, que le acarreará algunos problemas que ponen en peligro su futuro. De manera paralela, la protagonista se prepara la oposición sin mucha fe pero animada por una compañera.. Si en el ensayo quien chocaba con los trámites administrativos era una ciudadana, en Oposición la que ve con perplejidad cómo el sistema se hace latoso e ineficaz de pura burocratización es precisamente la protagonista. En su viaje del héroe, Sara, anti-Bartleby, preferiría hacer: no comprende su tarea, qué ha de hacer esas horas sentada en la mesa frente al ordenador. Cualquier iniciativa se considera una injerencia o una intromisión en el terreno de otro departamento; conseguir que le instalen el programa que le permitirá hacer solicitudes y peticiones requiere una solicitud que no puede hacer, etc., etc.. La desesperación que ya se conoce desde el lado del ciudadano, se cuenta ahora desde el lado del trabajador con las frustraciones que genera. La cosa cambia para Sara cuando llega por fin RPLic@, «un complejo programa de recepción y tramitación de reclamaciones en cuyo desarrollo habían estado trabajando durante meses tres funcionarios del área de informática, y que por fin teníamos ahí, listo para estrenar», explica Sara. La rueda de prensa es un poco desastrosa, los micros fallan, la proyección se atasca, el informático se tropieza y Sara, a la que le han pedido que se haga pasar por periodista para hacer bulto, lo contempla todo como si fuera una comedia de slapstick.. Nuestra heroína, encargada de «recepcionar» las quejas, clasificarlas e iniciar la tramitación para que el comité de expertos se reuniera y decidiera si daba respuesta y cuál, espera con ilusión que al día siguiente del anuncio del sistema que pretende abrir un canal de comunicación con los ciudadanos para mejorar la administración el buzón esté a rebosar (¡por fin tiene una tarea!), descubre que todo sigue igual: «La bandeja seguía vacía. Las reclamaciones no llegaban. El comité de sabios no se reunía». De ahí que Sara decida darle un empujoncito a RPlic@.. Mesa detecta problemas reales a los que se acerca con sentido del humor, el modo más eficaz de dar con algunos absurdos, como sucede con el lenguaje administrativo: «Realizar era mejor que hacer y recepcionar mejor que recibir. Los problemas eran problemáticas; las personas, sujetos. Indicar era mejor que poner, cumplimentar mejor que rellenar. Los informes se emitían, de las reuniones emanaban decisiones. Los informes comenzaban siempre con un relato de los antecedentes, que se repetían al comienzo de cada apartado; cuando más se repetían -o todavía mejor, se reiteraban-, más largo era el informa y, por tanto, más riguroso. Con el fin de no reiterar palabras sin ton ni son, se usaban las expresiones el mismo y la misma»… Y así es como se va haciendo cada vez más oscuro e incomprensible el lenguaje, pero más técnico.. Aparecen líneas de fuga que no se desarrollan todo lo que se podría, como el asunto de la poesía: Sara escribe poesía, aunque no se lo dice a Beni, la compañera que se empeña en amadrinarla quiera Sara o no, y que le presta libros con el deseo de comentarlos luego. En esa línea de guiño a otras artes, se incluyen no solo poemas de Huidobro o Maiakovski, citas de otros muchos, y dibujos de Iñaki Landa. Mesa no se ciñe sólo al retrato más o menos humorístico -depende el momento, la novela es un poco montaña rusa en cuanto a su propia naturaleza- del mundo gris, monótono y jerarquizado hasta el absurdo de la burocracia, Oposición aborda también el asunto de la amistad y la admiración imitativa gracias al triángulo Sara-Beni-Sabina, informática de la que la narradora se hace amiga.. Los personajes son caricaturescos, a veces recuerda a The Office; hay episodios extraños, coqueteos con el misterio, como el asunto de los gatos recién nacidos o ese asesor que acude a no hacer nada pero sigue cobrando, por no hablar de los despachos vacíos.. Es imposible leer sobre laberintos burocráticos sin acordarse de Kafka y la protagonista de Oposición parece una anti-Bartleby en cuya cabeza resuena la canción de Vainica Doble «La funcionaria»: «Yo no se por qué hice esta oposición, / en vez de estudiar corte y confección. / No le veo la gracia ni el misterio / a ser funcionaria de un ministerio». La novela tiene algo zozobrante y gana cuando Mesa se entrega sin temor al gamberrismo: cuanto más se divierte ella, más se divierte el lector.
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