Los grandes modelos de lenguaje son extraordinarios papagayos digitales, pero sus resultados no se basan en las vivencias, sino en las matemáticas Leer
Los grandes modelos de lenguaje son extraordinarios papagayos digitales, pero sus resultados no se basan en las vivencias, sino en las matemáticas Leer
Estos días se anunciaba el fallecimiento del escritor hispano-peruano Mario Vargas Llosa. Un relámpago de curiosidad iluminará en las próximas semanas, tal vez meses, a quienes desconocen su obra. Otros, los más fieles, los que leyeron La Fiesta del Chivo, La Ciudad y los Perros o Conversaciones en la Catedral, quedarán sumidos en esa pena irreal que envuelve a la muerte de un ser querido o admirado, en este caso por partida doble: ni estará la persona ni serán publicadas más páginas bajo su firma.. Se van los hombres como siempre se han ido, en silencio, a menudo a solas, con demasiada frecuencia en un lecho en penumbra, y sin embargo avanza la carrera tecnológica y estos son los años de la inteligencia artificial, convertida en todas sus variantes en la herramienta definitiva. El fenómeno afecta también a la literatura. En Estados Unidos se conocen los primeros casos de escritores que dicen haber recurrido a la IA generativa para pescar ideas y moldear tramas.. Esta tendencia enlaza con otra más luctuosa cuyo hito fundacional es Luka, un chatbot diseñado por la rusa Eugenia Kuyda a finales de la década pasada al morir su mejor amigo, Roman Mazurenko. Kuyda alimentó a la IA con las miles de conversaciones fraguadas a lo largo de los años con Mazurenko en la esfera digital. Al fin y al cabo, no existe hoy mayor caja negra de lo íntimo y lo banal que WhatsApp. Al parecer, el invento contentó a la promotora en lo que era un preludio de lo que vendrá.. Cualquier gran modelo de lenguaje (LLM) funciona como un gigantesco silo de información que permite al algoritmo construir sus respuestas, aunque con el condicionante del sesgo que pueda haber decidido la empresa propietaria. Tanto estos LLM cincelados por las big tech como las capas que otras compañías tecnológicas superponen para propiciar usos más específicos permiten replicar un estilo o un halo. Para resucitar a Vargas Llosa (o a García Márquez, o a Lorca, o a Zweig) bastaría con volcar su obra en el depósito de datos, dando instrucciones a la IA para que en sus contestaciones quedase reflejada dicha pátina.. Incluso si se deja de lado la cuestión de los derechos de autor (el novelista o quien posea esos derechos tendría que autorizar el volcado), el milagro no es tan sencillo como parece. Si el Vargas Llosa de carne y hueso (o sus familiares, o su editorial) permitiese al bot Vargas Llosa adentrarse en el terreno creativo, lo que estaría aconteciendo en realidad es una pura operación matemática de selección, combinación y ordenación de palabras y pensamientos previamente plasmados a partir de experiencias reales. Para escribir hay que sentir, y sólo se siente viviendo.. Cuestión diferente es la que plantea el recurso a la IA como palanca artística. Cabrán ahí tantos librillos como maestrillos existen. Del mismo modo que una mayoría de escritores trabaja hoy frente al ordenador y no manuscribiendo, aceptando a veces en ese proceso sugerencias léxicas y avisos ortográficos, el trasvase hacia nuevas formas de organización del proceso productivo y la trama será tanto más insoslayable cuanto más jóvenes sean las generaciones de novelistas.. Semejante certeza no elimina la raíz del oficio: sólo con las matemáticas, entregándose a la pereza o la hipervelocidad, el autor tendrá difícil conectar con el público. El alma, signifique lo que signifique, sigue siendo fundamental. O eso piensan los más románticos, incapaces de entender cómo un chaval elige confesarse frente a un chatbot en lugar de ante un amigo.
Literatura // elmundo