‘El buen mal’, nuevo libro de relatos de la escritora argentina, explora con sutileza y su dominio de la tensión que produce lo asombroso al aparecer en lo cotidiano, los diferentes modos en que los seres humanos se relacionan con las desgracias Leer
‘El buen mal’, nuevo libro de relatos de la escritora argentina, explora con sutileza y su dominio de la tensión que produce lo asombroso al aparecer en lo cotidiano, los diferentes modos en que los seres humanos se relacionan con las desgracias Leer
Una década después del celebrado Siete casas vacías, que obtuvo en 2022 el National Book Award, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) publica un nuevo volumen de cuentos, su hábitat natural: según dijo en una entrevista en Letras Libres, sus novelas son el remedo al fallo de no haber sido capaz de decir algo en diez páginas. El buen mal, que publica Seix Barral, reúne seis piezas de longitud media-larga. Hay una nota final donde da algunas pinceladas sobre el origen de cada cuento, esto es, su relación con la realidad: la chispa que en la vida encendió el camino de la literatura, más o menos.. Seix Barral. 208 páginas. 19,90 € Ebook: 10,99 €. Puedes comprarlo aquí.. «Bienvenida a la comunidad» comienza con un intento de suicidio; «Un animal fabuloso» viaja al pasado, a la noche en que el hijo de unos amigos de la narradora murió en un accidente, la madre del niño llama a la narradora décadas después para que le cuente de esa última noche; «William en la ventana» transcurre durante una residencia de escritores en Shánghai.. «El ojo en la garganta» cuenta la historia de distanciamiento y reencuentro de un padre y un hijo, que se tragó una pila de botón, sobrevivió pero perdió la capacidad del habla. En «La mujer de la Atlántida» hay juegos suicidas y tragedias: dos hermanas acuden cada noche a casa de una poeta alcohólica a la que convencen de que son la inspiración. «El Superior hace una visita» es el cuento más Haneke del volumen: demencia, la casa propia como espacio hostil y un intruso descontrolado que lo mismo se tumba en la cama de la hija ausente como prepara unos huevos revueltos o saca una pistola con la que apunta a la cabeza de la protagonista.. Hay algunos hilos que unen con sutileza los relatos del libro y que tienen que ver sobre todo con la sensación de falsa vida que tienen los protagonistas, pues parece que todos tienen la percepción de la realidad alterada, o mejor dicho: dudan de su capacidad para interpretar correctamente y para discernir lo que sucede de verdad de lo que sucede en la imaginación. Los accidentes que ocurren, las tragedias, a veces les despiertan. Es lo que le sucede, por ejemplo, a la protagonista del último cuento del volumen de quien se nos dice: «Se preguntaba de qué se trataba todo eso, es decir, para qué era todo ese asunto de tener una vida. ¿Era algo que en algún punto una debía entender? ¿Algo que una estaba destinada a ver, o que debía hacer? No esperaba un descubrimiento extraordinario. Pero si en esa coreografía de casi sesenta años de baile que aún seguía moviéndose frente a sus narices no había habido hasta ahora ninguna señal, nada que le dijera ‘es por esto que estás acá’, ‘esto es lo que debe ser entendido’, entonces, ¿estaba yendo en la dirección correcta? ¿Para qué hacía lo que hacía?».. Como decimos, en El buen malhay ecos o motivos que se repiten de un cuento a otro con variaciones, por ejemplo, los animales. En el primero de los relatos, hay un conejillo, Tonel, mascota del colegio que una de las hijas ha de cuidar durante un fin de semana. En «Un animal fabuloso», se trata de un caballo -el homenaje de Schweblin a los caballos que solía ver en el barrio de su infancia-. El William de «William en la ventana» es el gato de una de las compañeras de residencia de la protagonista. Por supuesto, los animales que aparecen aquí no son sólo animales, se les dota de una carga simbólica, se les da un peso al que ellos a veces son ajenos. En parte sirven para hablar por otros medios de lo que realmente quieren decir: por ejemplo, el abrazo al caballo caído de Leila, protagonista de «Un animal fabuloso», es un reflejo del abrazo que le da la amiga a su hijo muerto, es también un acto desplazado.. Como lo es el gato William, cuya dueña, Denise, le adora más que a su marido, de quien dice: «Te parece un héroe al principio, un ingenuo diez años después, un necio a los veinte, y luego ya es demasiado tarde para separarse». El juego de espejos en este cuento se amplía: el marido de la narradora está a punto de recibir tratamiento por una compleja enfermedad que no se nombra, cada noche hablan por teléfono y le cuenta cómo va la novela en la que trabaja: «La historia trataba de una mujer que volvía al trabajo tras dos años de maternidad, y entonces su beba, furiosa por su súbita desaparición, la rechazaba».. Hay una atmósfera medio lyncheana también en algunos de los cuentos, los personajes parecen estar en medio de algo decadente y frágil donde tal vez haya algo que salvar, para salvarse en realidad a sí mismos, y así reparar un error del pasado o para encontrar el sentido de la existencia. Al padre de «El ojo en la garganta» le obsesionan las consecuencias del accidente -la citada pila tragada- en su hijo (cuatro operaciones, traqueotomía y pérdida de capacidad del habla).. Los personajes están en una especie de estado entre la vigilia y el sueño. Explica una de las hermanas de «La mujer de Atlántida», que, al colarse en la casa de la poeta: «La puerta que daba a la cocina estaba abierta y simplemente entró, y a mí quedarme afuera me dio más miedo que seguirla». La relación entre escritura y vida es otra de las corrientes del libro, por cierto. La protagonista del primer relato, la suicida, explica su sensación: «Como si todavía estuviera hundiéndome».. Los personajes de los cuentos aquí reunidos, los vivos y los muertos, los heridos y los que se sienten culpables y los que son ajenos a la desgracia que tienen tan cerca parecen estar escindidos, de ahí que sean capaces de percibir cosas que permanecen ocultas para la mayoría de la gente. Y quizá eso explique el ambiente onírico de estos relatos en los que Schweblin demuestra una vez más con creces sus dotes para explorar los modos en que se sobrevive a la tragedia.
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