El célebre psicólogo fue señalado en redes como cerebro de una conspiración. En lugar de asustarse, siguió investigando. Ahora publica sus conclusiones en ‘La espiral de la razón’. «Todos creemos que los del otro lado sólo creen en disparates», afirma Leer
El célebre psicólogo fue señalado en redes como cerebro de una conspiración. En lugar de asustarse, siguió investigando. Ahora publica sus conclusiones en ‘La espiral de la razón’. «Todos creemos que los del otro lado sólo creen en disparates», afirma Leer
Un buen día, Dan Ariely (Nueva York, 1968) descubrió por casualidad, aterrorizado, que se había convertido en una especie de supervillano global para miles de personas que le acusaban en las redes sociales de todo tipo de conspiraciones, le insultaban e incluso exigían su ejecución pública. Ariely es un referente en psicología cognitiva, asesor de gobiernos y escritor superventas de libros que ayudan a la gente a tomar mejores decisiones. Sus tentativas iniciales de conocer en persona y defenderse frente a algunos de estos «convencidos» -él prefiere evitar el término «conspiranoicos»- fueron desastrosos.. Pero la curiosidad pudo más que el miedo y su investigación continuó pese a las advertencias de sus asesores, e incluso de su madre, que le aconsejaban que no prestara atención a aquella gente echando más gasolina al fuego. Como respuesta, acabó escribiendo un libro, ‘La espiral de la razón: las trampas y mecanismos de las falsas creencias’ (Ariel), que llega estos días a las librerías españolas.. Cuando el rostro del autor aparece en la videollamada que hemos organizado para hablar de su nuevo ensayo, no podemos al principio dejar de mirar su célebre media barba. El profesor de la Universidad de Duke sufrió un terrible accidente en su juventud cuando era soldado israelí que le causó terribles quemaduras y decidió dejarse sólo la parte de vello facial que le salía para así aceptar sus lesiones. Lo increíble es que esa posición tan celebrada en el pasado, hoy es un motivo más de sospecha para todos aquellos que ven en él una suerte de oscuro Mefistófeles.. Aclaremos una cosa antes de empezar: ¿cómo sé que no es usted un reptiliano disfrazado que busca engatusarme para luego esclavizar a la raza humana?. Es una forma estupenda de empezar, porque tiene razón: no hay manera de saberlo con certeza. Supongo que podría aceptar que me hagan una autopsia al morir. Hay muchas cosas que simplemente no podemos saber con seguridad. Su pregunta lleva algo al extremo, lo vuelve casi absurdo, pero nos obliga a pensar. Lo que plantea es: si empiezas a mirar el mundo con un filtro de sospecha, ¿dónde están los límites? Y lo cierto es que, al final, casi todo nuestro conocimiento se basa en la confianza: confiar y conectar los puntos. Y si se pierde esa confianza, entonces no hay nada que no pueda ser objeto de duda. Ahora que lo pienso, incluso aunque se hiciera una autopsia, podría no confiar en el forense que la realiza. En el momento en que empiezas a creer algo con intensidad pero pierdes la confianza, muchas cosas empiezan a desmoronarse. Y eso es muy peligroso: una vez que pierdes la confianza, es una espiral que va a más.. Su libro recoge muchos casos así.. Una de las mujeres con las que hablé empezó creyendo que la vacuna del covid era maligna. Tristemente, hace un año y medio le diagnosticaron cáncer. Pero su desconfianza en la medicina ya se había generalizado. No se limitaba ya a pensar que esa vacuna no se había probado lo suficiente o que no tenía un grupo de control adecuado: sentía que todo el sistema médico conspiraba contra ella. No quiso tomar quimioterapia ni radioterapia. Murió hace un par de meses. Cuando hablamos, me dijo qué día sería su cumpleaños, lo tenía apuntado en mi calendario: a finales de este mes. Es solo una historia, pero muestra cómo se erosiona la confianza y las consecuencias devastadoras que eso puede tener.. No se lo tome a mal pero, voy a empezar la entrevista discutiendo el punto de partida de su libro. Si argumentar con los conspiranoicos -o los convencidos, como usted los llama- sólo alimenta su locura y lo mejor es no prestarles ninguna atención, ¿servirá de algo un libro?. Le prometí a mi editor que incluiría un capítulo sobre soluciones. Como ya habrá visto, ese capítulo no está. No es que no existan, pero al final, escribo para la gente, y muchas de las soluciones deben venir de la regulación política. Mi esperanza es que este libro dé a las personas herramientas para actuar individualmente, pero también una comprensión clara de lo crucial que es presionar a los políticos para que estén dispuestos a actuar con el fin de lograr una sociedad más saludable. Le daré un ejemplo sencillo de algo que los reguladores podrían hacer. Imagine que está en Facebook, pulsa el botón de me gusta y, al hacerlo, apareciera un mensaje emergente que le preguntara: «¿Estás seguro de que esto es cierto?». Ese pequeño cambio reduciría drásticamente la velocidad con la que la gente comparte información falsa o maliciosa. Piense también en la diferencia entre X y LinkedIn. La atmósfera es radicalmente distinta, mucho menos agresiva en LinkedIn. ¿Por qué? Porque allí no hay bots ni anonimato. En el momento en que los permites, el ambiente se degrada. Así que uno mismo no puede hacer mucho… salvo presionar a los gobiernos. Ahora bien, en el libro sí incluyo algunas recomendaciones individuales.. Dígame alguna. Le di el manuscrito a ChatGPT y le pedí que lo resumiera en una sola palabra. La palabra que eligió fue «empatía». Me gustó. Porque, aunque algunas de las personas con las que hablé fueron terribles conmigo, al final creo que logré entenderlas. Por ejemplo, algo que todos hacemos cuando nos topamos con alguien que sostiene una opinión que nos parece absurda es rechazarlo.. ¿Y cómo deberíamos debatir?. Yo suelo preguntar a la gente: en los últimos tres años, ¿cuántos debates has tenido en los que la otra persona terminó diciendo: «Tienes razón, nunca había oído argumentos tan buenos. Ahora me has convencido»? La mayoría responde: «Cero». Y si pregunto cuántas veces han sido ellos convencidos por alguien más, de nuevo: «Cero». Entonces, si tenemos una tasa de éxito tan baja debatiendo, ¿por qué seguimos haciéndolo? Es un misterio. Lo que propongo es otra estrategia basada en lo que se llama la ilusión de profundidad explicativa. Es la idea de que muchas veces creemos entender algo mucho más de lo que en realidad lo entendemos. Normalmente, atacamos el conocimiento de los demás. Pero si queremos abrir la puerta a que alguien cambie de opinión, primero tenemos que reducir su nivel de confianza, no su conocimiento.. ¿Cómo se hace eso?. En un experimento preguntamos a la gente si entendía cómo funciona un inodoro. Muchos decían que sí, pero al pedirles que lo ensamblaran, ninguno podía. Luego, su nivel de confianza bajaba. Nunca les dijimos que estaban equivocados; solo les hacíamos preguntas. Hicimos algo similar con quienes creían que a Trump le robaron las elecciones: al pedirles que explicaran cómo ocurrió el fraude, muchos terminaban admitiendo que no lo sabían. Ese «no lo sé» no cambia creencias de inmediato, pero reduce la confianza excesiva. En el libro también hablo de la humildad intelectual, la capacidad de tolerar la ambigüedad. Todos anhelamos certezas, pero es preferible quien admite dudas a quien se muestra absolutamente seguro. La educación debería enseñarnos precisamente eso: que cuanto más sabemos, más conscientes somos de lo que ignoramos.. Recalca en el libro que «el fenómeno de las falsas creencias no es un rasgo progresista o conservador». Permítame una objeción: antes las teorías de la conspiración eran más defendidas por la izquierda pero hoy parecen mayoritariamente de derechas. ¿Tal vez porque hoy se han invertido los términos y la derecha parece la fuerza rebelde mientras que la izquierda representa el statu quo?. Todos tenemos esa sensación subjetiva de que el bando al que pertenecemos es más razonable, y que los del otro lado creen en disparates. Pero, como muestro en el libro, los datos me obligaron a reconocer que mi manera de leer la realidad estaba distorsionada. Que tiendo a restar importancia a las conspiraciones cuando vienen de mi lado, y a exagerarlas cuando vienen del contrario. En otras palabras: el mapa mental que yo tenía del mundo no se ajustaba a los hechos. Y creo que esto nos pasa a todos. Hágase esta pregunta: piense por un segundo en el político que más detesta en el mundo. ¿Cuáles son esas cosas que, si alguien las dijera sobre esa persona, tú te las creerías sin dudar ni comprobar nada? En Estados Unidos el ejemplo más evidente es Hillary Clinton frente a Donald Trump. ¿Qué cosas se podrían decir de Hillary que un republicano creería sin pruebas? ¿Y qué cosas se podrían decir de Trump que un demócrata daría por ciertas de inmediato? «Trump es un agente ruso». «Hillary tiene un sótano en una pizzería para…».. Ya sabe. Me gustaría poder decir que un bando político es más escéptico o más riguroso. Pero, sinceramente, los datos no indican que sea así.. Pero ahora no sólo difunde conspiraciones la gente corriente sino los propios gobiernos. ¿No es un cambio cualitativo?. Estamos viviendo un cambio muy profundo y le contaré por qué. Me parece que el mundo actual, con medios de comunicación fragmentados y democracia representativa, no funciona bien. En el pasado, cuando un líder tenía que dirigirse a toda la población, estaba obligado a hablar de hechos, de realidades comprobables. La gente lo escuchaba desde distintos puntos de vista y lo juzgaba. Eso lo forzaba a mantener cierto equilibrio. Piense, por ejemplo, en la época en que solo había un canal de televisión. Los líderes no podían elegir a qué audiencia hablarles. Tenían que dirigirse a todos, y eso moderaba sus posiciones más extremas. ¿Qué ocurre ahora, cuando un líder puede hablar sólo a sus seguidores? Ya no tiene que rendir cuentas a nadie más. Nadie le exige que hable con honestidad, que se base en hechos. Puede decir lo que quiera sin oposición. Y eso es peligroso.. ¿Es a lo que se refiere con la palabra «shibólet»?. Exacto. Viene de una historia bíblica en la que dos tribus pronunciaban de forma distinta el nombre de una planta y usaban esa diferencia como prueba de identidad. Creo que en la política actual ocurre algo parecido. Muchos discursos parecen tratar sobre hechos, pero en realidad son shibólets: señales de identidad. Cuando Trump dijo que los inmigrantes comen gatos y perros, ¿de verdad lo pensaba? ¿O mandaba un mensaje de identidad: «Soy duro con los inmigrantes»? Si hubiera dicho simplemente «no me gustan los inmigrantes», no habría tenido el mismo impacto. Pero al usar una imagen grotesca, marcaba una diferencia radical: «Ellos no son como nosotros».. Señala cuatro elementos que marcan las etapas en la caída por el embudo de la creencia inmotivada: emocionales, cognitivos, personales y sociales. Vamos con los primeros, los elementos emocionales asociados al estrés vital. ¿Afirmar que la conspiración es algo así como la religión de los perdedores no les da de alguna forma la razón en su desconfianza hacia las élites?. Yo no utilicé la palabra «perdedores». Independientemente de dónde estés en el espectro político o social, todos atravesamos períodos de estrés. Y no me refiero a tener muchos correos pendientes. Me refiero a un tipo de estrés más profundo: no entender el mundo que nos rodea. La pandemia de covid fue un buen ejemplo. De repente, había muchas cosas que no comprendíamos. Cuando no entendemos lo que ocurre, buscamos una historia: una narrativa que dé sentido, porque eso nos calma. Nos da la ilusión de que el mundo es comprensible. «Ah, ahora ya sé lo que pasó. No volverá a ocurrir». Por ejemplo: hay un atentado terrorista, enorme. ¿Cómo pudo pasar? ¿Podría repetirse mañana? Entonces alguien dice: «Hubo complicidad dentro del gobierno». Y de pronto, sientes que comprendes. Esa falsa seguridad psicológica no es buena a largo plazo, pero calma a corto.. El estrés nos vuelve vulnerables.. Imagina que eres un animal en la selva. Hay un león cerca. ¿Qué haces? Te pones en máxima alerta. Observas cada hoja, tratando de anticipar el peligro. Estás en modo de sobreinterpretación del entorno para sobrevivir. Lo mismo nos ocurre a los seres humanos cuando estamos estresados. Entramos en una «sobrecarga interpretativa». Buscamos desesperadamente conexiones. Pero aquí está la gran diferencia: el animal no recuerda lo que ocurrió el día anterior. Nosotros no funcionamos así. Si en estado de alerta vimos un vídeo en YouTube que ofrecía una teoría alternativa, aunque fuera falsa, la recordamos al día siguiente. Y no solo eso: es muy probable que esa teoría permanezca con nosotros y nos haga sentirnos peor con el tiempo. Y claro, las fuentes de estrés son muchas. ¿Por qué me despidieron a mí y no a otros? ¿Por qué mi madre enfermó?. Si para el sapiens es más importante tener razón que aprender, ¿es posible que nuestra preciada racionalidad sea un producto defectuoso de la evolución?. La mente humana es como una navaja suiza vintage: versátil pero desfasada, diseñada para un mundo que ya no existe. Por ejemplo, seguimos obsesionados con el cotilleo porque, en comunidades pequeñas, el miedo al chisme regulaba la conducta. Hoy, esa pulsión se amplifica en redes, pero sin consecuencias sociales reales: consumimos malas noticias porque nos atraen, no porque nos ayuden. Mientras la industria del automóvil mejora adaptándose a nuestras limitaciones, las redes sociales lo hacen explotándolas. La gran pregunta no es solo quiénes somos, sino cómo estamos diseñando el mundo. ¿Estamos inventando tecnologías para comprender nuestra naturaleza y ayudarnos a mejorar? ¿O para comprender nuestra naturaleza… y aprovecharse de ella? Para mí, esa es una de las grandes decisiones que debe tomar cualquier sociedad. Y, por supuesto, mi esperanza es que elijamos la opción que nos permita mejorar.. Continuamos con los elementos personales. ¿Qué hace que algunas personas sean más capaces de creerse una explicación rebuscada y loquísima que otra sencilla y razonable? ¿Es un rasgo de la personalidad?. No se trata de un solo rasgo de personalidad, sino de un conjunto, y no todos son negativos. Forman parte del problema, pero no lo explican todo. Pensar «yo no tengo esos rasgos, así que soy inmune» es un error: todos somos susceptibles si se dan suficientes factores de estrés. No es «nosotros contra ellos». Entre los rasgos que pueden facilitar la caída en creencias erróneas están la creatividad -que permite construir narrativas coherentes aunque falsas-, la confianza excesiva en la intuición y la baja tolerancia a la ambigüedad. Este último rasgo, sin embargo, puede entrenarse: es posible aprender a convivir mejor con la incertidumbre.. Por último, menciona elementos sociales. ¿Estamos diseñados tribalmente para desconfiar de los extraños?. Dado que estos impulsos forman parte de nuestra naturaleza, lo decisivo es cómo diseñamos el mundo en torno a ellos. Por eso no creo que estemos condenados: la naturaleza humana abarca tanto lo peor como lo mejor de nosotros. Lo que marca la diferencia son los entornos e instituciones que creamos. El fútbol, por ejemplo, canaliza de forma funcional nuestro instinto tribal; pese a algunos excesos, ha sido una salida útil. Incluso los Juegos Olímpicos, profundamente tribales, son positivos. El problema no es el tribalismo en sí, sino cómo lo gestionamos. Hemos diseñado tecnologías físicas que nos acercan a los poderes de un Superman, pero no hemos hecho lo mismo con nuestras mentes. Nos queda aprender a reconocer nuestras limitaciones cognitivas y construir un mundo que las tenga en cuenta.
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