Se cumplen 75 años del estreno de ‘La Cenicienta’ y, por tanto, del nacimiento de las princesas Disney como fenómeno sociocultural. Con él se propagó el relato del amor romántico, ahora cuestionado por el nuevo feminismo: «Su ideal de belleza no se diferencia mucho del que nos plantean las ‘influencers’ del siglo XXI» Leer
Se cumplen 75 años del estreno de ‘La Cenicienta’ y, por tanto, del nacimiento de las princesas Disney como fenómeno sociocultural. Con él se propagó el relato del amor romántico, ahora cuestionado por el nuevo feminismo: «Su ideal de belleza no se diferencia mucho del que nos plantean las ‘influencers’ del siglo XXI» Leer
«Érase una vez, en una tierra lejana, un pequeño reino pacífico, próspero y rico en romance y tradición. Aquí, en un majestuoso castillo, vivía un hombre viudo con su hijita, Cenicienta…». Un momento: este cuento ya se lo saben. Vayamos más rápido. Después vienen la madrastra, las hermanastras, las tareas domésticas, el príncipe, el zapato de cristal, la calabaza que se convierte en carroza hasta la medianoche, el hada madrina, el beso, la boda…. Y así, durante 75 años, el «vivieron felices y comieron perdices» ha sido parte inseparable de la infancia de niños y niñas de todo el mundo, del imperio Disney y hasta de la cultura occidental. Porque el 15 de febrero de 1950, con el estreno de La cenicienta, empezaba un nuevo mundo.. Estados Unidos aún se recuperaba de los estragos de la Segunda Guerra Mundial. Y lo mismo hacía Walt Disney, que intentaba capear la crisis derivada del conflicto bélico con una serie de cortos de animación. De repente, apareció esa jovencita rubia, finísima y de ojos azules para salvar al estudio e inaugurar uno de los mayores fenómenos socioculturales de la contemporaneidad: el de las princesas Disney. Aunque en 1937 el empresario ya había dado vida a Blancanieves con un considerable éxito, el verdadero inicio está en la estética y el relato de Cenicienta, en el vestido azul y el zapato de cristal, en la chica que huye de las garras de su madrastra y acaba entregada al príncipe de sus sueños. Así lo definía una crítica de la época: «Es la primera devoción total de Disney al amor romántico humano». Sobre él se construyó un mito… y una industria millonaria.. La película recaudó 10 millones de dólares en su estreno de 1950 y acumula 96 gracias a sus cinco relanzamientos. En el año 2000, Disney decidió crear el sello Princesas Disney para tener mayor control sobre sus productos de consumo: ropa, muñecos, cuentos, videojuegos… Incluyó en él a Blancanieves, Cenicienta, Aurora, Ariel, Bella, Jasmín y Pocahontas. En los años siguientes se acabaron uniendo Mulán, Tiana, Rapunzel, Mérida, Moana –Vaiana en España– y Raya. En el año 2001, la división de Productos de Consumo de la empresa generaba unos 300 millones de dólares. Una década después los ingresos eran de 3.000.. No hay niño, y no tan niño, que no haya tenido estampada la cara de alguna de ellas en una camiseta, una taza o unas zapatillas. O casa en la que no haya entrado una muñeca que alguien pedía desesperadamente a Papá Noel o a los Reyes Magos. Según datos de la publicación especializada The Licensing Letter, en 2011, sólo la línea de las princesas supuso 1.500 millones de ventas en Estados Unidos y Canadá. De acuerdo con una estimación de Visual Capitalist, sus ingresos históricos superan ya los 46.000 millones. Aunque la compañía no desgrana ese epígrafe, sus presupuestos del primer trimestre de 2025 muestran que en esos tres meses los productos de consumo facturaron 400 millones y los parques temáticos, unos 1.800. Allí lo que busca el visitante es hacerse una foto con Mickey Mouse. Y, por supuesto, con las princesas.. Pero el económico es casi el menor de sus impactos. Porque Disney ha sido quien ha fijado durante las últimas décadas el canon de feminidad desde la más tierna infancia. Más allá de las mujeres de su entorno, las niñas de casi cualquier rincón del mundo tienen como primera imagen femenina a una de sus princesas. «A nivel de márketing, su figura es tan icónica que uno cierra los ojos y la primera Cenicienta que se le viene a la cabeza, de las miles que hay, es la original de Disney», expone Ana Vicens, doctora en Comunicación, profesora de la universidad privada UDIT y autora del trabajo Heroínas o princesas: la evolución de las protagonistas de Disney. «Todos estamos expuestos a Disney cada día», señala. «Hay hasta pañales de Mickey, todo es Disney. Y el fenómeno princesas ha calado como ningún otro entre las niñas. Hemos perdido la imagen de la princesa clásica y se ha impuesto la de Disney. Una princesa americanizada, pasiva y que te dice que si crees en tus sueños todo se convierte en realidad».. Los análisis de estas princesas son infinitos. En una búsqueda básica en Google aparecen cientos de papers, artículos de opinión o hasta estudios fisonómicos de las mismas. Estos análisis se han disparado en la última década debido al reimpulso del movimiento feminista, crítico con la psicología y los patrones que Disney ha ido moldeando en las mujeres durante más de siete décadas. «Muchas de esas princesas eran profundamente autoexigentes y vivían para esforzarse en ser dulces y perfectas, para no enfadar a nadie y cuidar a los demás», expone la psicóloga Júlia Martí, autora del libro Mujeres que se exigen demasiado ( Roca). En él, apunta que «gran parte» de sus pacientes femeninos están influidos por esa construcción. «Existe esa necesidad constante de estar a la altura, de demostrar nuestra valía, y ese imaginario lo construyeron las princesas Disney», argumenta.. «Existe esa necesidad constante de estar a la altura, de demostrar nuestra valía, y ese imaginario lo construyeron las princesas Disney», expone la psicóloga Júlia Martí. No obstante, con los años, el patrón se ha ido modificando. En los inicios estaban las princesas clásicas, delicadas y de belleza angelical entregadas al amor: Blancanieves, Cenicienta y Aurora. En los 90, Disney le dio a sus protagonistas nuevas implicaciones, aunque el amor aún lo impregnaba todo para Jasmín, Ariel o Pocahontas. Y, ya en la última etapa, esas historias románticas se han ido desvaneciendo para centrarse en el concepto mismo de ser mujer: Mérida, la princesa de Brave; Vaiana o Raya.. «A las niñas actuales se les hacen un poco más aburridas las princesas clásicas, se sienten más identificadas con aquellas que se salen de ese ideal de amor romántico», señala Carla Maeda, investigadora del Tecnológico de Monterrey y autora del estudio Entre princesas y brujas, para el que entrevistó a 30 niñas que elegían los personajes actuales como referentes. «No puedo adivinar el futuro, pero me parece que Disney va a seguir por la línea de estas mujeres empoderadas, líderes fuertes que van solas y con un grupo de gente que las apoya. Quizás eventualmente, como ya hizo con Rapunzel, vuelva al amor romántico. Pero tendrá que plantearlo como algo más normalizado, porque a la gente le parecerá absurdo que alguien se quiera casar con 15 años nada más conocer a su príncipe azul».. «Tampoco deberíamos aplaudir que en Frozen haya dos mujeres que hablen entre sí, es lo lógico en nuestra sociedad. Además, nadie piensa en Vaiana como la princesa Disney que quiere ser. El imaginario de las niñas sigue estando en Cenicienta, en las clásicas, en convertirse en esa princesa», contrapone Ana Vicens. La psicóloga y sexóloga Lara Ferreiro aún suma otro componente a la ecuación: «Hay una hipersexualización temprana de muchas de esas princesas y una falta evidente de mujeres empoderadas por mucho que haya habido cambios». Y sigue: «El cerebro se forma hasta los 25 años y el veneno del silenciamiento femenino, los roles domésticos, el cambiar por amor… se nos inyecta a las mujeres desde que somos niñas. Disney tiene un sello y las costuras del machismo forman parte de él. Por eso el machismo va a estar y estará siempre en las princesas. Es difícil desmarcarse de una idea sobre la que se ha levantado una industria y con la que han ganado miles de millones aunque destroce el cerebro de las mujeres».. Los principales estudios académicos que se han publicado sobre las princesas van en esa misma línea. Uno de la Eastern University de Kentucky, liderado por Hannah Tanner, mostraba que Blancanieves, Cenicienta, Aurora, Ana y Elsa -las dos protagonistas de Frozen- presentaban trastornos mentales, desde ansiedad o depresión hasta trastornos de conducta alimentaria o de personalidad narcisista. Otro de la Universidad de Duke, con Jessi Streib al frente, apuntaba hacia una sobrerrepresentación de la riqueza en Blancanieves o Aladdín, al mismo tiempo que se banalizaba la pobreza y se atribuía el progreso social al esfuerzo individual. Aunque en menor medida, hay también investigaciones contrarias a ese criterio. Una de la Universidad de California Davis, dirigida por Jane Shawcroft, afirma que tener una princesa favorita en la infancia mejora la confianza de los niños en sus propios cuerpos y la diversidad en su forma de jugar.. «Hay una hipersexualización temprana de muchas de esas princesas y una falta evidente de mujeres empoderadas por mucho que haya habido cambios», denuncia la psicóloga Lara Ferreiro. Ahora la pregunta es evidente: ¿cuál es la influencia que esas princesas han dejado en mujeres reales, más allá de los estudios académicos, en las distintas generaciones? «Todas esas princesas están ahí, nos guste o no. Forman parte del imaginario, del inconsciente colectivo, de lo aprendido. No me ha quedado una en concreto, pero ha quedado el poso. Aunque el eco ahora es bastante lejano, de niña esas princesas eran espejos y cárceles», expone la actriz Ana Rujas, autora de Cardo y de la obra La mujer más fea del mundo junto a Bárbara Mestanza. Dos proyectos en los que se desmontan algunos de esos puntos básicos del imaginario Disney. «Ahora me gusta pensar en las brujas del cuento, o en las criaturas que reescriben la historia sin pedir permiso. Algunos valores sí eran honestos y de altura, como la bondad, la lealtad, la capacidad de imaginar otros mundos. Pero iban envueltos en algo peligroso: la espera, el silencio, la idea de que el amor lo justifica todo. Me enseñaron cosas que luego tuve que desaprender», culmina la intérprete.. A esa misma generación, la que ha crecido en la década de los 90 de la mano de Jasmín, Pocahontas o Ariel, pertenece también la cantante Ana Guerra. «Yo ahora pongo una película y es capaz de, con una canción, llevarme hasta un pasado superbonito e inocente de cuando era una niña. Vuelvo a disfrutar con esa pureza, con esa inocencia que tienen los niños. Con esos ojos veo yo estas películas», remarca la artista, que puso voz en español a la canción de cierre de la película de Disney Wish: el poder de los deseos, se declara fan de Ariel y reconoce tener un viaje pendiente a Disneyland.. «Yo me cogía toallas en casa y me las enrollaba en las piernas para hacerlas desaparecer y tener cola de sirena. Me ponía así delante de la televisión y cantaba sobre la música de La sirenita», asegura antes de poner el acento en que en este momento se está haciendo un tipo de princesa «más adaptada al siglo XXI». «Creo que ahora pertenecen más al mundo actual de la mujer, con otros valores, mujeres independientes, que cumplen sus sueños y no sólo se enamoran. Y a las anteriores, pues seguiremos viéndolas como el gran clásico que son».. La historia de Vaiana ya no se sustenta en el amor, sino en salvar a su pueblo. Sus rasgos no son los de la mujer blanca y su figura, aunque aún estilizada, no es de extrema delgadez. Mérida, igual que Mulán, no aspira a ser princesa, sino que se acerca más a una guerrera que busca un hueco en los espacios masculinos. Esos son algunos de los pequeños cambios que Disney ha añadido a sus películas más recientes. Parejos también al cambio social de la mujer. El estereotipo femenino de los 50 se ha ido borrando, y eso ha llegado también a las princesas. Aunque la historia de Cenicienta ha servido como base para buena parte de las comedias románticas de las décadas de los 80 y los 90: Pretty Woman, Armas de mujer, No puedes comprar mi amor…. «Como muchas niñas, yo flipaba con el mundo de las princesas Disney. Me encantaban los vestidos, los castillos, los animales que hablaban… Pero con el tiempo vas viendo las historias con otros ojos. Como adulta te va chirriando que algunas estaban supercentradas en encontrar el amor o en que el final feliz dependía de un príncipe», destaca Laura Escanes, que fija a Jasmín como referente por no ser «la típica princesa que esperaba a ser rescatada». La influencer y conductora del pódcast Entre el cielo y las nubes de Podimo tiene una hija de cinco años, Roma, que, por supuesto, también es consumidora del universo Disney. «Me encanta compartir eso con ella, verla disfrazarse, imaginar y cantar las canciones, pero también aprovechamos ese momento para hablar, para cuestionar cosas y para decir: ‘¿Y si esta princesa no quisiera casarse con el príncipe y se fuera a recorrer el mundo sola?’. Ser princesa está bien, pero ser tú misma, sin cuentos de por medio, está aún mejor».. «No podemos hacer una enmienda a la totalidad del argumentario Disney, porque nos impide valorar cuantísimo hemos avanzado», opina la periodista Sonsóles Ónega. La periodista Sonsoles Ónega no fue una fan ferviente de las princesas, pero en casa había un cuento de Blancanieves en el que se paraba para ver a la bruja frente al espejo. «Los valores eran los de la época. Es fácil juzgarlos con la mirada de hoy, incluso denunciarlos porque tenían un sesgo, ¡oh, casualidad!, que perjudicaba a la mujer. Aun así creo que no podemos hacer una enmienda a la totalidad del argumentario Disney, porque nos impide valorar cuantísimo hemos avanzado». Y apostilla: «Sus ideales de belleza no se diferencian mucho de los que transmiten algunas influencers del siglo XXI que mueven a millones de adolescentes».. En la casa de Gemma Mengual era Ariel quien estaba a todas horas en la televisión debido a su hermana pequeña. Quiso el destino que precisamente su medio de vida fuera el agua con la natación sincronizada. «Piensa que soy deportista desde los ochos años, yo no tuve mucho tiempo para engancharme a estas películas, pero sí las he visto. De niñas nos gustaba el brilli, el sentirnos guapas y vernos como esas princesas. Pero ya de adulta ha cambiado y Disney también lo ha hecho con esas mujeres más luchadoras», plantea la doble medallista olímpica en Pekín 2008.. Y, sin comer perdices, este cuento se ha acabado. O no.
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