‘Mortal y rosa’ es pese a todo la novela de la vida, y como tal es la novela del lenguaje: de la voluntad de nombrar para que permanezca. Leer
‘Mortal y rosa’ es pese a todo la novela de la vida, y como tal es la novela del lenguaje: de la voluntad de nombrar para que permanezca. Leer
Umbral no comienza en Umbral, pero acaba en sí mismo. Quizá comience en Quevedo, con el lenguaje que germina de la idea y el barroco desbordándosele; no sé si también en Góngora, en su idioma calando en la intención -rumbo contrario-, y las idas y las vueltas hasta converger uno con otro. O en Juan Ramón Jiménez, no en el que se despoja de la cáscara y desvela la semilla, sino aquel que para la forma de la prosa se sirve de la poesía como esqueje.. Ahí empieza Umbral: en el brindis del láudano y la imagen febril de Baudelaire, acaso no en el símbolo finísimo de Mallarmé, sino en la vista rabiosa de Rimbaud; en su salmodia que golpeando se abre paso. Puede que por las iluminaciones estableciera Umbral una distancia entre la poesía y la prosa: la de la sombra, que a su juicio encendía la prosa. Y de ahí, otra vez: Umbral comienza en Larra, en la mirada a la vida que prende la literatura -que es la actitud con la que se afronta el poema-, y comienza en la realidad deformada en el espejo verdadero de Valle-Inclán -que es la realidad que cabe en el poema-, y en la revelación guardada en el corazón del texto con uno u otro molde, cofre del tesoro, celebración de la palabra, Gómez de la Serna.. Adelanto en exclusiva de ‘Mortal y rosa: el cortometraje’, de Sonia Tercero.. Ahí comienza Umbral: en la poesía. En la evidente del poema, claro, también en la que arraiga en otros géneros -en la novela y el artículo, en el ensayo-, inserta en el veneno del lenguaje. Para Umbral el poema significa alimento, también conflicto; de la poesía se nutre -dominaba en su biblioteca y sus lecturas-, y a la poesía se enfrenta, la cuestiona para desentrañarla y llevarla a su terreno. Leemos en Mortal y rosa: «Trabajo en el idioma y el idioma trabaja en mí. No es una ilusión de eternidad, sino, más sencillamente, un compromiso con la continuidad». La conciencia de que se parte de un lugar por el que transitaron otros, y que se recorre un camino abierto también a los demás. Eso sí: valiente de quien pise sus huellas, de quien se empeñe en hollarlas con sus pasos, porque al borrarlas se borrará a sí mismo, y a quien anduvo antes.. Mortal y rosa es pese a todo la novela de la vida, y como tal es la novela del lenguaje: de la voluntad de nombrar para que permanezca. Lo que queda escrito nunca se borrará. La belleza no actúa en Umbral como opción estética, sino ética: salvación y refugio, desafío. Y de Umbral perdura, en sus libros y en sus artículos, justo eso: la belleza, el lenguaje, la vida. Releyendo Mortal y rosa, El hijo de Greta Garbo o los cuentos de Tamouré, acercándonos de nuevo a sus textos más veloces, incluso ante aquellos cuyo tema nos enerve, reconocemos un magisterio tan rotundo y único, en el que confluyen de manera sabia voces tan distintas -primer párrafo, véase-, que cualquier tono que lo emule se enfrenta al riesgo del pastiche. Mortal y rosa debe su título a los versos con los que Pedro Salinas cerró La voz a ti debida: «(…) esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito». Umbral acaba en sí mismo, pero nunca se agota.. Elena Medel es escritora. Su novela más reciente es Las maravillas (Anagrama, 2020), ganadora del Premio Francisco Umbral al libro del año y traducida a 15 idiomas.
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